En el artículo de la víspera, se hizo hincapié en la cosmovisión de Alberdi sobre la sociedad; en este caso, se trata de como el intelectual tucumano consideraba al valor de la libertad, fundamentalmente en relación a las garantías individuales frente al avance del Estado.
Pero por otra parte, podríamos decir que JBA es un liberal que no le tiene aversión al poder (alguien tiene que ejercerlo), sino que considera necesario enmarcar cuales son las facultades del gobierno y, fundamentalmente, las barreras que no puede traspasar.
Cerca del cierre, se reproduce una apelación clara del autor de Bases y puntos de partida... a la participación política de la gente.
Como addenda, va un vademécum sobre textos fundamentales para abrevar en el pensamiento alberdiano.
Libertad asechada
La función primordial del Estado -en la concepción de Juan Bautista Alberdi, es asegurar que las libertades individuales sean preservadas de la interferencia de terceros.
Recurriendo a un textual del propio Alberdi que aludía a dos orbitas o esferas de la libertad, Carlos Sánchez Sañudo, subrayaba: “La libertad moderna es ejercida de dos modos: para formar el fondo común de libertades unidas –que se llama autoridad o gobierno-; y la otra que se guarda en garantía de la que se delega, que es la libertad individual”. O sea, existe una libertad delegada (que debe proteger la Nación), y otra que denominamos libertad reservada.
“En esa libertad que se retiene –enfatizaba Alberdi- no hay que abdicar. Dejar de ejercer el poder que no se delega es empezar a perderlo todo”.
Contra el remanido discurso del “modelo” (cada gobierno dice tener su “proyecto nacional”), Sánchez Sañudo recordaba que Alberdi anteponía un “sistema de responsabilidad personal nacido de la libertad individual”.
Presidente “a plazo fijo”
A veces no hay como las notas a pie de página para reflejar el espíritu de un autor. En Bases y puntos de partida para la organización política de la República argentina, Alberdi cita un discurso de Bernardino Rivadavia del 8 de febrero de 1826 al “recibirse” de presidente.
En el diseño de Alberdi, el jefe de Estado debía ejercer una función preponderante por tratarse de un régimen presidencialista. “Gobernar –consideraba Alberdi- requiere educación, cuando no ciencia en el manejo de la cosa pública”.
Con los antecedentes en mente, Alberdi propició la figura de un presidente fuerte, pero limitado en el tiempo para evitar la tentación tiránica por un lado, y por otro la anarquía. “En vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor dárselo a la ley”, atajaba Alberdi.
Sus esfuerzos fueron dirigidos a evitar la reelección sin intervalo (lo cual fue derogado en la reforma de 1994). Fundamentaba Alberdi: “¿Qué será de la Confederación Argentina el día que le falte su actual presidente? Será en mi opinión lo que es la nave que cambia de capitán: una mudanza que no impide proseguir el viaje, siempre que haya una carta de navegación y el nuevo capitán sepa observarla. La Constitución Nacional es la carta de navegación… La Constitución da en efecto el modo sencillo de encontrar siempre un hombre competente para poner al frente de la Confederación”.
Tiempo después su rechazo alcanzó a cualquier tipo de reelección, equiparando la misma a “cambiar la forma de gobierno”… Los ex presidentes han venido a ser el mal principal de la República” (*), se lamentaba contra el vicio del eterno retorno.

Autogobierno
Alberdi dedicó una biografía a William Wheelwrigth, a quien vislumbró como arquetipo del personaje moderno. Polifacético, emprendedor, Wheelwrigth importaba hielo a Buenos Aires, fue cónsul en Guayaquil, explotó después en Chile el ferrocarril entre Caldera y Copiapó en Chile, y tenía el proyecto de comunicar por vía férrea Córdoba con Rosario para llegar luego a Chile y Brasil; obtuvo concesiones para organizar compañías de navegación. “Venció el silencio colonial con el vapor… los grandes hombres no son sino locos de la víspera”, evocaba Alberdi.
Su amigo norteamericano proyectaba valores como el “egoísmo bien intencionado” y el “autogobierno”, hábitos inteligentes que oficiaban desde su ejemplo una pedagogía individual que estimaba superior a los planes de instrucción armados desde el Estado.
La contrafigura era el político megalómano: “La libertad es –para ellos- la posesión del gobierno: no gobernarse a si mismo sino a los otros”.
En política Alberdi manifiesta su aversión a las “facciones”: “morenista, saavedrista, rosista, urquicista, son para nosotros voces sin inteligencia: no nos adherimos a los hombres somos secuaces de los principios”.
Un Alberdi maduro en Peregrinación de Luz del Día convocaba a la participación política, sosteniendo: “Los que se abstienen pierden el derecho a quejarse porque se dan el déspota del que se quejan”.
Política “de café”
Alberdi también infiere que así como hay una aversión al exceso de poder, iba creciendo otra tendencia (esperar todo del Estado) que fustiga con no menos rigor: “Hemos vividos siglos aceptando lo que se nos daba hecho…A la menor necesidad sentida alzamos los ojos hacia el papá. El gobierno era antes el amo hoy es el sirviente, he ahí toda la diferencia de la colonia a la República; en cuanto al vecino su rol es siempre el mismo: aceptar todo lo que se la da hecho, sin hacer nada de sí”.
Su alegato puede sonar incómodo: Insta a salir de la letanía, amar a la ciudad y dar un salto de ciudadanía. Es común observar pueblos que yacen abandonados, pese a la prosperidad de muchos de sus nativos prósperos.
En palabras de Alberdi: “La falta de espíritu público tiene la mitad en nuestro atraso.El gobierno de la libertad es el más caro porque demanda más sacrificios no más tributos. Ser libre no consiste en pasar la mañana en el café renegando a voz en cuello de todos los actos de gobierno; es vivir en constante afán y perpetua solicitud, es tomar parte en todo lo que le interesa a la Nación; sobre todo, es vivir con la mano en el bolsillo en que tiene cada ciudadano un poder de acción pública más eficaz que el fusil de la guardia nacional, herramienta inútil para hacer caminos y puentes, para hermosear las ciudades…
«El egoísta –observa más adelante– viene a ser el tipo del honesto ciudadano, y la mayor recomendación del buen juicio de un vecino se hace con decir «es persona que en nada se mezcla».
En la conclusión de Sistema Económico y Rentístico…, que es también el cierre de este trabajo, Alberdi nos deja una tarea pendiente: “La nave de nuestra Patria se había internado demasiado en regiones sombrías y remotas, para que baste un solo día a la salvación de sus destinos… Nuestra Constitución es la proa al puerto de salvación. Sin embargo, como todavía navegamos en alta mar, a pesar de ello tendremos borrascas, malos tiempos y todos los percances…del que marcha en el mar proceloso de la vida libre. Solo el que esta quieto no corre riesgos, pero es verdad que tampoco avanza nada». Ayer como hoy.
(*). El desarrollo de estas consideraciones en Cartas sobre la Prensa, Obras Escogidas Tomo VII, pag 170 y ss, editorial Viracocha.
Guía alberdiana:
- Juan Bautista Alberdi: Obras Completas.
- Olsen Ghirardi: «El primer Alberdi». Metódico análisis de las primeras influencias de autores y profesores del Colegio de Ciencias Morales en Alberdi que influyen especialmente en Fragmento Preliminar al estudio del Derecho.
- Natalio Botana: «La tradición republicana: Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo». Profunda explicación de que representan los términos libertad antigua y moderna en la concepción de Alberdi. De él extraje especialmente la concepción de Alberdi respecto de Weelwrigth.
- Jorge Mayer: «Alberdi y su Tiempo». Integra la obra del tucumano a todo el contexto que lo rodea.
- Carlos Sánchez Sañudo: “La Actualidad del Pensamiento de Alberdi», conferencia dictada el 3 de septiembre de 1980, sistematiza el concepto “orden social de la libertad”.
- Ignacio García Hamilton: «Vida de un Ausente». Genio y figura, su aspecto terrenal nos acerca un poco más a su figura.
