Rolando Hanglin: El golpe militar del 76 y su impacto en las redacciones periodísticas

En un texto crudo y polémico, el reconocido periodista Rolando Hanglin refleja sus vivencias y reflexiones sobre la fecha que se conmemora hoy en la Argentina (48 aniversario), y el clima que rodeó aquellos años.

Muy conocido por sus ciclos radiales, Hanglin comenzó haciendo carrera en la gráfica. En las líneas que se reproducen a continuación -en un ida y vuelta por los años de plomo,- el autor cuenta sobre los amigos y compañeros -vinculados a la guerrilla- que perdió, y como pudo escapar de la persecución de los organismos de seguridad; sin embargo, se incluye en la parte de la sociedad que se «agazapó» detrás de los militares esperando que terminen con el terrorismo que había tornado al país en invivible. Claro que la metodología empleada por las Fuerzas Armadas sobrepasó todos los límites y daría lugar a los juicios a los represores, aunque esa es otra historia.

«Corría el año 1977. Tras la segunda clausura de la revista Satiricón (1976) los periodistas del grupo nos habíamos dispersado para ganarnos la vida cada cual a su modo. Al cabo de un período discreto, Oskar Blotta me llamó y nos pusimos a trabajar en nuevos proyectos. Al principio estábamos los dos solos en una oficina vacía, con sillas desparramadas y un teléfono apoyado en el suelo. Avenida Córdoba esquina Maipú.

Después de algunos meses logramos reunir al grupo creativo original, incluidos Mario Mactas y Pedro Ferrantelli. Empezamos a editar una revista de formato tabloid. El Ratón de Occidente. Poco después lanzamos Emanuelle, un mensuario para mujeres de fuerte carga erótica, algo nunca visto en nuestro país.

La empresa Editores Asociados con oficinas ahora grandes, en Córdoba y Maipú, marchaba razonablemente bien en un país torturado por una cuasi guerra civil Se había integrado un grupo de dibujantes de talento, guionistas capaces y sabios administradores con Ferrantelli a la cabeza. Oskar Blota era el alma mater. Mario Mactas el intelectual de lujo y yo el trabajador incansable. Entre los colaboradores estaban Roberto Fontanarrosa, Crist, Kalondi, Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya, Aquiles Frabegat, Tomás Saenz y casi toda nuestra generación.

A nuestro alrededor las cosas tomaban un cariz cada día más violento. Secuestros, ejecuciones, asesinatos y desapariciones. Muchos compañeros nuestros habían pasado a la clandestinidad, asumiéndose como integrantes de Montoneros, FAR, FAP. o ERP. Nosotros pretendíamos seguir en la alegría hippie de los años 60…

Una conversación en el hall de la editorial Atlántida –aquel amplio embaldosado blanco y negro- con el Petiso Arana, experto analista de la política.

– Che, Arana…¿Qué pasa?

– Y Rolando, pasa lo que tenía que pasar

– Pero… ¿En qué va a terminar la cosa? Todos los jefes sindicales de los últimos diez años murieron asesinados. José Alonso, el “Lobo” Vandor, José Rucci. El General Aramburu, boleta. El diputado Ortega Peña, boleta. El empresario Sallustro, boleta. Hay secuestros por todas partes. Te llevan y no aparecés más ¿Cómo es?

– Una escalada, la izquierda peronista se armó hasta los dientes, y la derecha de José López Rega está reprimiendo por medios ilegales. Todos los comisarios esos de la Triple A Debo agregar que no solo te secuestran, te roban, la casa, el auto y hasta los hijos

– Entonces la única alternativa son los militares.

– ¿Te parece Rolando?

– Digo yo, esto es un quilombo.

– Ah, sí, pero el quilombo trae desesperación, vamos a entregar el poder absoluto a los militares para que procedan a una limpieza general.

– ¡Lógico!. Que les saquen las armas a todos y pongan un poco de rigor…

– Ahí está la cosa, cuando un grupo de tipos tiene el poder absoluto, o sea los fierros, la ley la  autoridad, el aplauso del público, tienen que ser señores muy decentes y temerosos de Dios para no pecar ¿Entendés?

– No, no entiendo. Ese general Jorge Videla, que aparece en el diario La Opinión, parece un señor muy correcto

– Si parece, parece…

– (El Petiso Arana miraba el cielo raso con expresión misteriosa.)

– O sea, ¿vos no tenés buen pronóstico, Arana?

– Ya los vas a ver Van a tener el poder total: Vida y muerte, propiedades y destinos de las personas…

Por aquel entonces, en todas las redacciones y cafés de hablaba de lo mismo ¿Cuándo llega el golpe militar? ¿Qué ocurrirá si los montoneros toman el poder? ¿Tienen alguna posibilidad concreta?

Una noticia que no aparece en ningún diario: secuestran al Negro Ramírez, un fotógrafo amigo. Quince días de silencio. Al día diesciséis, reaparece en las redacciones con cara de circunstancias. Nadie se atreve a preguntar nada.

Matan al periodista Enrique Jarito Walker, tras detenerlo en un cine.

Los comentarios: “Era monto”.

– No: Había sido “monto”, pero estaba retirado y tranquilo, desde hacía tres años.

– ¡Otra que tranquilo! Woker era de la oficina de inteligencia de los montos.

Se trataba de periodistas a los que todos conocíamos de años: Walker, Enrique Raab, Rodolfo Walsh. Claro que el miedo nos mantenía aislados y sin otra información que los chismes. En los diarios no salía una palabra.

Cuando el pánico me permitía pensar, yo creía en el progreso, la libertad, la democracia, el trabajo, el ahorro, el estudio. Advertía que esos ideales no estaban de moda en el país: había solo dos bandos definidos. Por un lado, la izquierda revolucionaria pretendía instaurar una dictadura del proletariado, donde en realidad no había de figurar ningún proletario, y sí muchos intelectuales pequeño-burgueses en estado de exasperación agresiva. Es decir, un régimen fascista con retórica socialista. Por el otro lado, las fuerzas militares-policíacas del país, con apoyo de la Iglesia Católica, los sindicatos, la clase media y los empresarios, se proponían aniquilar a los terroristas.

… Millones de argentinos pensábamos que esta guerra a muerte solo podía terminar de una manera: con la victoria de los militares y la policía. Nosotros nos agazapábamos cobardemente detrás de ellos…

La mayoría de los guerrilleros de izquierda (o derecha en curiosa metamorfosis, como los montoneros que venían de grupos social cristianos) eran nuestros compañeros de estudios, incluso amigos. ¿Cómo podíamos aguardar que los liquidaran?  Es que sentíamos que aquellos muchachos ya estaban muertos. Se habían ido muy lejos. Chicos que ayer escribían poemas, hoy, en las mesas de café, salían hablando de bocas de fuego.Esa era nuestra verdad; la hora de nosotros, los civiles progresistas, llegaría después, en la posguerra civil…

Volvamos atrás…Estamos en la calle Córdoba de Editores Asociados

Una tarde avanza por el pasillo central la secretaria de Oskar Blota, presidente de la compañía. Es una chica preciosa, pero se la ve pálida.

-Viene la policía-dice.  

Antes de que complete la frase, un tipo de pelo blanco e impermeable la hace a un lado y entra en la sala grande, pisando fuerte.

-Quietos todos- dice, sin gritar ni mostrar el arma.

Por el pasillo lateral penetran otros desconocidos. Una mujer joven, seria, llega hasta el fondo y verifica que no haya nadie oculto. Dos tipos de civil vigilan las entradas. Otro hombre joven se arrima al jefe canoso y saca una pistola, pero sin apuntarnos.

Hay seis periodistas en la redacción. Son casi las cuatro de la tarde.

-A ver, muestren todos sus documentos –dice el de pelo blanco.

Yo retrocedo hacia mi maletín, que casualmente está colocado sobre el escritorio de Pedrito Ferrantelli.

-¡Cuidado! –grita el hombre joven.

-Iba a buscar mi documento-intercede el jefe.

Camino hacia el maletín, extraigo mi billetera mirando por varios ojos nerviosos y saco la cédula de identidad que entrego, temblando, al tipo canoso. Este mira la foto, me observa, y con seriedad me devuelve el plastificado.

-Está bien, tome.

El comando que ha ocupado nuestras oficinas se mueve con un tono de combate que nos desorienta. Tanto es así, que alguien murmura una frase de antología.

-Señor…nosotros hacemos humorismo.

El jefe no se digna contestar. Tal como él veía las cosas no había lugar para el humorismo en la Argentina y todo el que lo intentara no era más que un traidor a la patria, un colaborador de los zurdos. Sacó un papel y preguntó.

-¿Ulanovsky, no está?

– No señor. Ulanovsky ya no trabaja aquí

-¿Y Oskar Blotta?

– Soy yo, señor- dice Oskar adelantándose. En un gesto de machismo, le estrecha la derecha al milico, que se sorprende pero recibe el saludo.

– Nos va a tener que acompañar

– Por su puesto-replica Oscar. Altivo como siempre, pero desubicado como todos nosotros.

– El comando se retira a toda velocidad.. Miran los pasillos y las mesas de dibujo, como si esperaran el disparo de una bazooka. Lo llevan a Oskar.

– ¿A dónde lo llevan señor?, pregunta Pedrito Ferrantelli, en voz alta sacando fuerzas de flaqueza y asumiendo la jefatura empresaria de aquella cosa.

– No pregunten querido –replica el hombre de impermeable.

Se van por la calle en varios autos.

Mario Mactas ha sido secuestrado, simultáneamente en la puerta del edificio. La caravana de móviles (todos ellos modelo Ford Falcon, célebre en la Argentina policial de aquellos años) se pierde en la ciudad donde suenan miles de sirenas y se ven decenas de automóviles atestados de individuos con metralleta y pistola. Seis en cada auto.

¡Y nosotros hacíamos humor!

Todos los periodistas nos dispersamos…Esa noche dormimos en casa de amigos, cada cual comunicándose frenéticamente con sus “contactos”.

Llego a la casa en que vivíamos Martita y yo con nuestros hijos, cerca de la estación Martínez. Le explico lo ocurrido. Decidimos consultar rápidamente a una persona informada que nos responde por teléfono.

– Los muchachos que se llevaron a esos dos chicos buscaban a un tercero. O sea, tenían catalogado a un trío de periodistas, los fundadores de la revista Satiricón de 1973. Posiblemente por algún resentimiento de alguna nota demasiado ácida…¿Me entendés? Est es una cosa que no tiene que llegar a mayores.

– Ahá. Me quedo tranquilo.

– No. Lanny, no te quedes tranquilo. Estas situaciones traen cola…alguien ordenó que investiguen a esos dos muchachos; pero por ahí viene otro y decide que hay que investigar un rato más, y además llevarse a otros dos, u otros seis conectados con los anteriores. Es un trabajo de peine fino. Al final se llega a una certeza sobre las personas.

–  Bueno, pero nosotros no tenemos nada que ver con nada. Basta con leer la revista.

– No Lanny, no te engañes. Eso no es lo importante. Yo te diría que esta noche durmieras en algún sitio diferente, y mientras tanto vamos chequeando como está la situación. Procurá disponer de algún efectivo y los documentos a mano. ¿Entendés?

– Sí, pero ¿dónde están nuestros amigos? ¿qué va a pasar con ellos?

–  En dos o tres días van a aparecer. Pero tratemos de cuidarnos, ¿sí?

Martita y yondejamos a los chicos en casa y armamos un par de bolsos de ropa. Nos presentamos en la casa de nuestra amiga Ellen Eastman en Olivos. Ella nos tiró dos colchones en el piso sin preguntar. Antes de dormirnos, elaboramos en el piso todo tipo de planes sobre emigraciones forzosas: a España, a los Estados Unidos, a Uruguay.

Al día siguiente me entrevisté con un empresario llamado Oscar Magdalena, gran amigo de mi padre y protector de mi vida.

– ¿Vos no sabías, Lanny, que en nuestro país hay una guerra sucia? Trataré de conseguirte una entrevista con don Pancho. Es una persona que sabe mucho. Mientras tanto tratá de dormir en casa de amigos por unos días.

Esa misma tarde nos reunimos con el abogado de la empresa, Rodolfo Terragno, que con el correr de los años se convirtió en una figura de la Unión Cívica Radical. Con envidiable coraje, Terragno intentaba manejarse con habeas corpus en un contexto de secuestros y desapariciones, donde no quedaba ningún rastro de una guerra racional.

Fueron cinco días de peregrinaciones por los despachos de personas que yo consideraba influyentes e informadas: Bernardo Neustadt, mi padrino en la profesión, Carlos Fontanarrosa, otro padrino…Pasaban las noches y nuestros amigos no aparecían…Teníamos varios interrogantes: ¿Dónde están Mario y Oscar? ¿Aparecerán con vida? ¿Qué pasa con Ulanovsky? ¿Lo habrán detenido y no nos enteramos?…¿Debemos exiliarnos? ¿Quién nos persigue? ¿El Ejército, la Marina, la Aviación, todos juntos?, ¿Porqué?, ¿No hemos sido lo suficientemente gorilas?

Algunas pistas indicaban que los muchachos habían sido secuestrados por un comando original de La Plata. Por aquel entonces una entidad no claramente identificada había condenado por inmoral nuestra revista Emanuelle. Días después un comunicado de las autoridades militares de La Plata la censuraba en términos muy parecidos a esta publicación…

Al día siguiente me encontré con don Pancho. Anciano hombre de prensa, militante de la derecha liberal ultramontana, modelo 1955, vinculado con la embajada americana, los militares, los servicios y la mar en coche. Atendia en una oficina antiquísima, apenas amoblada en un edificio de la calle Hipólito Yrigoyen. Sabedor de mis angustias, me tranquilizó.

-No pasa nada con esos dos amigos suyos. Mañana los sueltan. Ahora usted, Rolando… ¿Estuvo con Ricardo Rojo?

–  ¿Con quíen?

–  Ricardo Rojo.

–  No lo conocí. Era un escritor. ¿Verdad?

–  Sí, un escritor comunista.

– Pero ese señor ya murió.

– Era comunista..

-Sí Don Pancho, pero yo no lo conocí.

– Sin embargo, en un papel que yo vi figura un reportaje que le hizo usted para la revista Extra en el año sesenta y siete.         –

 -Tal vez, no recuerdo. ¿Un reportaje…?

– Sí., acerca de un libro sobre el Che Guevara.

– ¡Pero, yo le hice reportajes a medio mundo!

–  Está bien, hijo, no se altere. Yo le digo lo que figura en un papel que me mostraron. No toda la gente interpreta esas informaciones de la misma manera ¿Comprende? Voy a tratar de hacer desaparecer ese papel  Usted quédese tranquilo por un tiempo. Me dicen que no tiene nada que ver. Voy a intentar hacer llegar esa información, pero es mejor no remover mucho el avispero.

Todas esas conversaciones agigantaron nuestra angustia.

Por fin aparecieron sanos y salvos. Nos reunimos en casa de Mario. Contaron lo sucedido.

En un momento de distención, le pregunté a Mario:

-Decime Pollo. En el comando que te secuestró a vos, ¿Estaba Apo?

Tardó un segundo, lanzó una carcajada y me respondió.

-Sí, estaba Apo. El jefe era Apo.

Porque aquel personaje de impermeable y pelo blanco, que actuara con autoridad en la calle Córdoba, era muy parecido al veterano periodista de fútbol que conocíamos de toda la vida. Oskar, Mario y yo utilizábamos ese código, poniéndoles nombre y apellido a los desconocidos según los parecidos que apreciábamos en ellos.

Quedamos flotando en el aire durante algunas semanas.

Las reuniones con Terragno no arrojaban un saldo muy nítido. Nos rodeaba una sensación de peligro irracional…

Mario se fue a Colombia a ganarse la vida…Una tarde Oskar Blotta me llamó desde Ezeiza. Estaba con el pasaje aéreo en la mano.

-No te quiero cagar, Lanny, pero me tengo que ir- gritó con la voz quebrada.

Yo tenía toda la intención de irme también, pero algunos amigos me tranquilizaron. Otros ofrecieron trabajo y así fueron pasando los meses. Hasta que comprendimos que no nos habíamos ido.

Nos habíamos quedado«.

(Extenso fragmento correspondiente al libro El Hippie Viejo publicado en 1999).

Libro del cual se reproduce un extracto

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