Hemingway, en los tiempos en que se podía «elegir» ser pobre…y feliz

En el crepúsculo de su vida Ernest Hemingway recuerda en París era una fiesta la bohemia de los años 20 en Francia, cuando vivía con su esposa y mantenía encuentros con otros escritores, (Ezra Pound, Scott Fitzgerald, etc) editoras, bibliotecarias, artistas y personajes del lugar.

En aquellos tiempos de su juventud, el luego narrador de El Viejo y el Mar, cada tanto estaba en la cornisa, aunque con suficiente energía y confianza como para enviar artículos o cuentos a diarios o revistas, que por amistad o admiración le publicaban

Era la etapa de entreguerras y el personaje epicentro de estas líneas relataba los pormenores de como se las rebuscaba para vivir de la palabra escrita, como hicieron -con mayor o menor éxito- muchos cronistas, escritores, periodistas fijos o free lance en la segunda parte del siglo XX.

«Para el apasionado por lo que hace, la cuestión del dinero pasa a un segundo plano», disparaba el autor de Tener y no tener.

Parece difícil llevar ese pensamiento a esta época, fundamentalmente porque cada vez es más difícil «vivir con poco», dicho de otra manera: tener un ingreso suficiente para cubrir lo básico, es caro Pero son reflexiones al margen … ¿Por quién doblan las campanas? Por aquellos que no se rinden en sus sueños, dispuestos a combinar la inspiración con el trabajo.

Primavera en el alma

En Una falsa primavera, el texto incluido dentro de París era una fiesta que nos convoca, Hemingway cuenta sobre esos días:

«En las mañanas de primavera, yo me ponía a trabajar temprano, mientras mi mujer dormía todavía. Las ventanas estaban abiertas de par en par, y el empedrado iba secándose con la lluvia. El sol arrancaba la humedad a las fachadas de enfrente. Las tiendas estaban todavía encerradas en sus postigos…».

Luego de algunas descripciones del ambiente en que habita, se detiene en una jornada especial en la que temprano baja del edificio a comprar un diario sobre Hípica y le propone a la esposa ir a las carreras.

Entones, ella le responde:

– ¿Tenemos bastante dinero para una apuesta, Taite (como llamaba su mujer a Hemingway)?

-No, no hagamos cálculos. Vamos a las carreras, gastemos el dinero que tengo en el bolsillo, y luego olvidémoslo. ¿Te gustaría más gastarlo de otro modo?

-Hombre- dijo ella.

-Bueno, claro. Ya me doy cuenta de que andamos apurados y de que a veces soy quisquilloso y mezquino con el dinero.

-No -dijo ella-. Pero…

El diálogo concluye con una reflexión de E.H: Yo no había hecho nada por darle un poco de comodidad y tenía que reconocer que los apuros no eran cosa de broma, (pero) a la persona que trabaja, y que encuentra satisfacción en su trabajo, la pobreza no le preocupa. Los que sufren son los otros...

E. Hemingway, recién casado con Hadley Richardson

En el Hemingway de aquellos años, el desinterés por el dinero no era una pose, sino que su prioridad era escribir, leer, al mismo tiempo que reconoce que para quien no vive atravesado por una pasión puede ser un padecimiento cada tanto andar con lo justo.

En su concepción, las cosas necesarias están alcance de la mano, aunque no sea lo mismo una habitación o un baño común que uno de lujo. Y ensaya una caracterización especial sobre ser pobre o rico, que pretende extender a su pareja «…Mi mujer no se quejaba nunca por cosas así, tampoco lloriqueaba porque Chèvré d´ Or se cayera.. Sí lloró, me acuerdo, pero por el caballo (el estado en que terminaba) no por el dinero (apostado)…Lo malo de la lucha contra la pobreza, es que el único modo de ganarla es no gastar. Y los que menos pueden olvidar esto es los que ahorran en trajes para comprar cuadros. Claro que nosotros no nos veíamos clasificados en la categoría de pobres. No queríamos aceptar la clasificación, nos sentíamos superiores, y en la clase de los ricos, contábamos solo a ciertas personas que despreciábamos y mirábamos con justa desconfianza… Nosotros comíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor, y nos queríamos».

– No es mala idea ir a las carreras-había reconvenido su mujer-Hace tanto tiempo que no vamos. Nos llevaremos de comer y una botella de vino. Voy a hacer unos buenos sandwiches.

-Iremos en tren, que es lo más barato, pero si prefieres vamos a otra parte. De todos modos, hoy lo pasaremos bien en cualquier lugar. Hace un día maravilloso.

De regreso observan a Joyce y su esposa en un restaurant caro (Michaud) y se deciden a entrar, pero cuando sació el apetito -cuenta H- la sensación de hambre seguía acuciándolos, aunque no los privó de una noche romántica.

Al comienzo del relato, Hemingay mostraba cierta tendencia al aislamiento, aunque dejaba la puerta abierta a romper el aislamiento, solo a las buenas personas. «Cuando llegaba la primavera, incluso si era una primavera falsa, la única cuestión era encontrar el lugar donde uno pudiera ser feliz. Si estábamos solos, ningún día podía estropeársenos, y bastaba esquivar toda cita para que cada día se abriera sin limite. Sólo la gente ponía límites a la felicidad, salvo las poquísimas personas que eran tan buenas como la misma primavera«.

En el cierre se deslizaba una especie de nostalgia agridulce: «…París era una vieja ciudad y nosotros éramos jóvenes y allí nada era sencillo, ni siquiera el ser pobre, ni el dinero ganado de pronto, ni el bien ni el mal, ni la respiración de una persona tendida a mi lado bajo la luz de la luna.«

E. Hemingway, su esposa y Jack «Bumby» hijo de ambos

Cerca del final del libro que nos convoca, se va deshaciendo aquel primer matrimonio de Ernest Hemingway, pero el cierre del libro (apartado titulado París no se acaba nunca) sintetiza lo que fueron aquellos años: «Aquella fue la primera parte de Paris. París no volvería a ser nunca igual, aunque seguía siendo París, y uno cambiaba a medida que cambiaba la ciudad…París no se acaba nunca, y el resultado de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos , y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo de trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando eramos muy pobres y muy felices».

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