«Padre e hijo»: Un cuento sobre la paternidad, a través de un partido de tenis

Hacía un año que había anotado a Matías, mi único hijo, en una escuela de tenis. Según el profesor y sus propios compañeros, su evolución fue bastante rápida. Un día me desafió: «Papá, el domingo jugamos».

Nunca había estado con él en una cancha red mediante; apenas habíamos jugado un doble juntos, perdimos y la culpa de la derrota por supuesto fue mía.

Hasta que llegó aquella tarde de agosto… Mi hijo improvisó un sorteo girando el mango de la raqueta y empezamos. El primer set fue equilibrado: él demostró sus flamantes condiciones técnicas, pero yo -que siempre fui deportista- las corrí todas y conseguí aventajarlo por un par de puntos.

En el segundo parcial enseguida me puse 4-0 arriba. Noté que su respiración se aceleraba, aunque de a poco comenzó a emparejar el partido. Cuando llegó mi esposa (con un par de bebidas) él intentó hacer unas jugadas de lujo que no le salieron, su rostro se tornó pálido, después perdió un poquito el control: «No sabe jugar, solo corre», dijo para que yo lo escuchara.

En 5-4 tomé ventaja de 40-0 (es decir estaba a un punto de ganar el partido), entonces me asecharon las dudas. ¿Y si aflojo?, ¿si me dejo alcanzar en el score?, pensé.

El debate dentro de mi conciencia me hizo cometer doble falta y mandar la pelota siguiente ancha, a la franja de dobles. Con 40-30 yo disponía de otro match point a favor. Metí el saque y mi hijo me la devolvió angulada. La alcancé consiguiendo poner la bola en juego, él intentó rematarla pero con reflejos reaccioné para ganar el punto…y el partido. Mati me saludó disolviendo su mano en la mía, mientras noté que una lágrima caía por su mejilla. En silencio, juntamos las cosas y nos fuimos para casa.

«Me ganó jugando globos, no pegó ni una pelota», disparó desde la butaca trasera del auto, mientras yo con las manos fijas en el volante lo miraba por el espejo retrovisor. «¡Hijo, si en un torneo te tiran globos tenés que estar preparado para dominar la situación!«, atiné a responder, mientras mi esposa murmuraba «¡basta ya!» tomándome con su mano el brazo que movía la palanca de cambios. «Juega como un viejo», quiso tener él la última palabra.

Bajamos del coche, se pegó una ducha y se fue a dormir sin comer. Después de varios meses volvimos a disputar una especie de revancha que fue pareja, pero se definió a su favor. El había aprendido a manejar los tiros débiles y altos; pero fundamentalmente, a superar el desafío psicológico de vencer al padre. Nunca más pude hacerle partido; es decir, me mandó a jugar con la gente de mi edad.

Hoy, que duerme como un angelito, le doy un beso en la frente y me felicito por no haberlo dejado ganar aquella primera vez. Creo que enfrentar esa adversidad lo hizo más fuerte. No se si es así, pero lo pienso.

C R

Con mi hijo, en una playa de Mar del Plata

Este fue el primer cuento que escribí para una sección denominada FICCIONES REALES que se me ocurrió publicar en los tiempos en que fui secretario de redacción de la revista TENIS MAÑANA.

Esas columnas me dieron una gran satisfacción, pues era de las más requeridas por los lectores.

En cualquier momento reedito alguna de las otras.

Mi mail tenispolis@hotmail.com

Así salió en edición papel

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