Por Brianda Hernández (*)
En la sociedad contemporánea, marcada por la inmediatez y la hiperconexión digital, las personas conviven con un fenómeno cada vez más extendido: el FOMO o Fear of Missing Out. Este término, que literalmente significa “miedo a perderse algo”, describe la ansiedad que surge al creer que otros disfrutan experiencias de las que no somos parte. Redes sociales como Instagram, TikTok, o Facebook han potenciado este estado de comparación constante, donde la vida parece medirse en likes, fotos de viajes, cenas en restaurantes exclusivos y eventos de moda. Sin embargo, frente a este estilo de vida ansioso y poco sostenible, ha emergido una alternativa mucho más saludable: el JOMO, Joy of Missing Out, es decir, la alegría de perderse de aquello que no necesariamente necesitamos, para ganar tranquilidad, autenticidad y plenitud.
Vivir con JOMO significa aprender a desconectar, no solo del dispositivo móvil, sino también de las exigencias externas que nos presionan a estar “en todo” y “con todos”. Por ejemplo, pensemos en un sábado por la noche: mientras algunos sienten la obligación de salir a un bar de moda, tomar fotografías y compartirlas para demostrar que “tuvieron vida social”, alguien que vive bajo el JOMO puede elegir con serenidad quedarse en casa, leer un libro, cocinar para sí mismo o disfrutar de una película en compañía de un ser querido. La diferencia es clara: mientras el primero actúa motivado por la necesidad de mostrarse y no quedar fuera, el segundo decide desde la libertad de su propio deseo.
Uno de los beneficios más evidentes del JOMO es el descubrimiento de los espacios propios. En lugar de vivir pendientes de agendas sociales repletas y de tendencias que cambian con rapidez, esta filosofía invita a detenerse y reconocer qué nos llena realmente. Puede tratarse de un paseo en solitario por un parque cercano, de una sesión de pintura en casa, o de simples momentos de silencio que nutren la mente. La desconexión no es aislamiento, sino una oportunidad para reconectar con lo que somos. El JOMO nos recuerda que no necesitamos imitar los planes de los demás para validar nuestra existencia, pues cada persona es un universo con necesidades distintas.

En este sentido, la originalidad adquiere un papel central. Seguir ciegamente tendencias puede convertirnos en réplicas de un mismo molde: todos visitando los mismos sitios, consumiendo los mismos productos o repitiendo las mismas frases que dictan los algoritmos. El JOMO, en cambio, reivindica la importancia de mantener una vida discreta y única, sin la presión de ser constantemente visible. Elegir no publicar cada momento no significa desaprovecharlo, sino guardarlo como un tesoro personal. De hecho, muchas de las experiencias más significativas suelen ser aquellas que no se documentan: una conversación profunda con un amigo íntimo, un café tranquilo con un familiar, una caminata sin auriculares escuchando el empuje del viento.
Otro aspecto fundamental es la calidad de las relaciones humanas. Bajo la presión del FOMO, la interacción social a menudo se convierte en una competencia de números: cuántos contactos, cuántos eventos, cuántas fotografías en grupo… El JOMO nos libera de esa superficialidad, pues nos impulsa a compartir solo con quienes realmente valoramos y quienes nos aportan bienestar. Reunirse con un pequeño grupo de amigos auténticos puede resultar mucho más enriquecedor que acudir a una fiesta multitudinaria donde el objetivo principal es “aparecer”. La verdadera conexión no necesita escenarios grandilocuentes, sino atención plena y reciprocidad.
Cabe señalar también que vivir con JOMO favorece la salud mental. El FOMO se relaciona con altos niveles de ansiedad, baja autoestima y sensación constante de insatisfacción, porque siempre habrá algo que no alcanzamos a vivir. En cambio, quienes cultivan el JOMO desarrollan un mayor sentido de gratitud y aceptación: entienden que la vida no consiste en acumular experiencias para exhibir, sino en profundizar en aquellas que realmente importan. Dejar de compararse y elegir la discreción otorga una paz difícil de encontrar en la vorágine digital.
En conclusión, adoptar el JOMO no significa rechazar todo tipo de vida social ni encerrarse en una burbuja; se trata más bien de aprender a elegir con libertad, de no vivir para las expectativas de los demás, de disfrutar tanto los momentos de soledad como las interacciones genuinas. Es comprender que no necesitamos estar en todas partes ni seguir todas las modas para sentirnos plenos. La verdadera riqueza se encuentra en el tiempo que dedicamos a nosotros mismos, en la originalidad de nuestras decisiones y en la calidad de los vínculos que cultivamos. En un mundo donde el FOMO se ha convertido en una regla, abrazar el JOMO es un acto de resistencia y, sobre todo, de auténtica libertad.

