Escritor en sombras: Que tarifa ponerle a su trabajo.

Un político y jurista de la antigua Grecia quiere escribir su biografía, pero le pide a un vate que la escriba. Al aceptar, el poeta Perínola se convierte en el primer ghost writer de la historia. Pero: ¿Cómo ponerle precio a esa tarea?, uno de los disparadores que aparece en «Parménides», novela reeditada de César Aira.

«El filósofo tiene quien le escriba» podría ser un título alternativo para esta nota; porque el nombre de la novela en cuestión, Parménides, corresponde al famoso antecesor de Sócrates que vivió en la Grecia del siglo V antes de Cristo y de quien solo se conoce un manuscrito, «Sobre la Naturaleza», que incluye el famoso aserto: «El ser es y el no ser no es«.

Aunque la ficción de César Aira alude a dichos aspectos, hace eje en la faceta de jurista y político del personaje.

De acuerdo a la trama, Parménides quiere escribir un libro con sus pensamientos y la historia de su vida, mas no se anima a hacerlo solo. Para ello convoca a un par de narradores recomendados; el segundo de los cuales, Perinola, está dispuesto -en caso de llegar a un acuerdo- a emprender la tarea.

En una de las primeras conversaciones surge la cuestión de la paga. ¿Cuánto pedirá Perinola a cambio de redactar un ensayo para otro y con la firma de ese otro?

Tal disparador le sirve a Aira para movilizar al lector sobre aspectos que atraviesan al mundo de las letras: la valorización propia y ajena del escritor, así como, las estrategias a emplear ante quienes lo quieren contratar y después con el objetivo de mantener el trabajo.

Quizá en el siglo XXI tenemos un estado concreto de situación: Los lectores de libros disminuyen y los que quedan se fraccionan ante la aún prolífica producción de géneros y autores; en este panorama el rol del escritor está muy subvaluado; la calidad de los textos es un elemento cada vez más prescindible. La industria aprovecha la confusión (todo es igual nada es mejor) y el autor trata de sobrevivir, ni que hablar de los escritores o publicistas «on demand».

Pero volvamos a la polis ateniense. De acuerdo a la novela Parménides pertenece a la aristocracia griega; de joven estudió a tiempo completo para luego dedicarse a la empresa de su padre y finalmente repartir su tiempo entre los Tribunales y la política; en cambio, Perinola es un poeta desocupado a quien se le abre una oportunidad inesperada: Cubrir sus necesidades escribiendo para otros y así poder publicar en el futuro sus propios textos.

El «debate interno» sobre como hacerse valer y no quedar fuera carcome a Perinola (podríamos agregar y a quienes en el futuro ocuparán su lugar): ¿Tendría que cobrar por el libro terminado o por el tiempo de dedicación? Lo honesto sería hacerlo por la obra concluida, piensa, pero ¿acaso es honesto firmar un libro ajeno?; ¿ y si mi nuevo jefe da por terminado el libro en quince días?

Perinola busca convencer a Parménides que existe una tercera alternativa al ocio y el trabajo: el ocio cultural como trabajo pago.

Escritor prototipo

El convocado como escritor oculto estimaba diez días para responder, pero deberá hacerlo durante la jornada siguiente: «Era de esa clase de hombres, frecuente entre los escritores… La vida se le iba en pensarla», se describe a Perinola caracterizando a través de ese semblante rasgos de su vocación. Para apurar las cosas, Parménides le ofrece a Perinola un anticipo de plata que este ultimo rechaza asustado por tener que asumir un compromiso a ciegas, a la vez le miente a su interlocutor que tiene trabajos pendientes que terminar como poeta. «¿Que poeta no está habitado por los poemas no escritos todavía?», se justifica.

Puesto en la balanza, el biógrafo rescata que su empleador estaría abriendo una posibilidad hasta ese momento desconocida. – Parmenides – medita el otro personaje central de la novela- firmaría su libro y algo parecido pasaría en el futuro con los escritores en las sombras si persistiera el deseo de los ricos y poderosos de darse lustre con un libro, aunque quizá sería una moda fugaz como todas.

A poco de resolver el ítem de la paga, el biografiado se reúne casi diariamente con su escritor fantasma, pero los encuentros se consumen en dudas formales de Parménides: -¿Cuantas copias del trabajo hacer?, ¿a quién enviárselas?… Cuando alude a como tenía que ser, desliza adjetivos como conciso, ameno, pero nunca ahonda en el contenido. Y así pasan los días…

El omnisciente nos adelanta que esa ardua tarea durará una década y quedará trunca (las propuestas narrativas de Perinola son postergadas una y otra vez). Sin embargo, la narración no pierde en nada el interés, por el contrario aparecen tratados temas como la amistad, el dinero, los mecanismos de la creación, los condimentos de una obra para satisfacer el consumo, las divisiones sociales. «¿Qué tenía de extraño que (alguien de fortuna) al querer escribir un libro lo comprara ya escrito? Solo que no se le hubiera ocurrido a nadie antes».

Hay muchas ironías respecto a los tics del escritor. Y una paradoja de las paradojas en el destino del escritor mutante: «Durante toda la juventud, Perinola había escrito mucho -poesías que no pudo publicar- y no le había servido de nada. Desde que empezaron a pagarle, no había escrito nada (no por culpa suya), había ganado un amigo su vida, se había transformado para bien con todos los beneficios que antes esperaba de la escritura. La explicación de esta paradoja debía estar en el estatuto ambiguo de la literatura respecto del mundo real».

Parménides de Elea trascendió a través del enunciado del «ser y no ser», en las páginas comentadas deslizado de manera casual por Perinola, en tanto éste último, tuvo la fortuna personal -que reemplazó a la económica- de vivir de la escritura (pese a que apenas garabateó unas líneas). En ese sentido, su onomástica puede vincularse con el trompo que le dio al juego su nombre, en el que a veces todos ponen y otras sacan.

Tapa de Parménides en su reedición del año pasado de Random House.

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