«Los perros no me muerden, solo los seres humanos»

Cuando se trata de evocar a Marilyn Monroe (1926-62) no puede omitirse aquel texto de Truman Capote (1924-84) incluido en «Música para Camaleones», relato que expone el oficio del memorable escritor.

Marilyn de pronto se inclina para acariciar a un can que paseaba llevado por su dueño, quien sorprendido reacciona y le sugiere: «No debería tocar a perros desconocidos. Especialmente a los chow, podrían morderla», a lo que ella responde: «Los perros no me muerden. Solo los seres humanos». Es un momento culmine del texto de Truman Capote que vamos a evocar.

New York, abril de 1955. La narración comienza cuando Capote se encuentra con Marilyn Monroe en el funeral de Constance Collier, una actriz inglesa que daba clases de dramaturgia en New York, entre ellas a la propia Marilyn que había llegado al curso justamente recomendada por el autor de Desayuno en Tiffanys.

Este último había conocido a Marilyn tiempo antes a través de John Houston cuando la dirigía en la película La Jungla de Asfalto, «primer film en el que la actriz habló», cuenta TC.

Capote recuerda que Collier describió a Marilyn como Una hermosa criatura, definición que da nombre al capítulo que comentamos inserto en el libro Música para Camaleones. «Es como el vuelo de un colibrí: solo una cámara puede fijar su poesía«, completa Collier su observación sobre la blonda norteamericana.

La crónica vuelve a situar al narrador junto a Marilyn en la capilla donde se hace el homenaje; ella le pide a su interlocutor que se queden sentados hasta que todos se retiren para pasar desapercibida.

No quiero tener que hablar con nadie. Nunca se que decir, apunta MM durante las aludidas exequias. «Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío«.

Después de conversar sobre algunas cuestiones referidas a Katherine Hepburn (una de las primeras discípulas de Miss Collier) y a Elizabeth Taylor (a quien Monroe elogia por su actuación en Un lugar en el sol); los protagonistas principales del relato caminan por Lexington hacia la Tercera Avenida (coinciden en cuanto les gustaba New York y aborrecían Los Angeles); al ir vestida «de luto» ella pasa desapercibida. Marilyn le pregunta a Truman si cree que va a poder bajar algunos kilos (bromean un poco en un diálogo chispeante) y le susurra que tiene un secreto.

-Vamos, vamos . Hoy no podemos tener secretos, le dice Truman; y entra a tallar su alma de periodista.

-Bueno se trata de un hombre. Es todo lo que voy a decirte…, ataja MM.

A continuación, viene un juego de esgrima en el que el hábil indagador de A Sangre Fría, mientras beben champagne, le busca sacar a su interlocutora que se trata del escritor Arthur Miller (TC desliza que se había enterado del rumor por un redactor del Herald Tribune).

Ella le dice que ese romance hacía un tiempo había terminado, y se molesta cuando él -sin creer en la desmentida- le pide que no olvide invitarlo a la boda (más adelante MM se casaría con A Miller). También hace una referencia que parece ambigua sobre su ex esposo, el beisbolista Joe Di Maggio, con quien tuvo una relación tormentosa y al que dice «todavía amo».

Luego Marilyn decide dar un paseo en taxi por el muelle de South Street para darle de comer a las palomas pastelitos que se había llevado del restaurant.

Cuando se bajan al lugar de donde salen los transbordadores hacia Brooklyn, ocurre aquella escena (citada al inicio de este texto) del hombre paseando al perro chow, que respondiendo a Marilyn le dice que el animalito se llama Fu- Manchú.

¡Como en las películas!, exclama la intérprete de Una Eva y Dos Adanes, a quien el señor no había reconocido ya que le consulta su gracia.

-¿Mi nombre? Marilyn -espeta ella.

A lo que sigue una reacción cómica del paseante:

Mi mujer nunca me creerá. ¿Podría firmarme un autógrafo?

Ella saca una tarjeta y una pluma con la que escribe: «Dios lo bendiga. Marilyn Monroe».

Se agradecen mutuamente. «Verá cuando lo vean en la oficina», se despide el hombre.

Junto a la orilla del muelle, Marlyn le comenta a Truman que ella también suele pedir autógrafos, y que el año anterior le había solicitado a Clark Gable que le firme una servilleta.

El texto se va cerrando con TC proponiéndole a su acompañante comer algo. «Cuando damos de comer a los pájaros yo también tengo hambre; es tarde y no hemos almorzado«.

La actriz se interpone:

– Recuerdas que te dije: si alguien te preguntara como era verdaderamente Marilyn Monroe, bueno: ¿qué le contestarías?.. Apuesto a que dirías que soy una estúpida. Una sentimental.

T.C: Por supuesto. Pero también diría…que eres una hermosa criatura.

Nacida como Norman Sean Baker, MM atravesó numerosas peripecias en su vida: Tres matrimonios, varios amantes, excesos de sedantes y una muerte no del todo esclarecida, pero a la vez tenía un costado estelar, una luz que encandilaba.

Quizá su figura sexy y su fama no permitieron conocer a la verdadera Marilyn, una mujer -coinciden sus biógrafos- inquieta por la historia y la literatura. Su trayectoria aparece en numerosos trabajos periodísticos.

En este caso, optamos por la cita de un texto inolvidable de Capote y una película (ver abajo) que aborda desde planos distintos a uno de los íconos más grandes del mundo del espectáculo.

UNA SEMANA CON MARILYN

Es recomendable como homenaje a un pasaje de la vida de MM, la película «Mi semana con Marilyn» (2011) que en estos días puede verse por el canal de cable de Paramount y por Netflix.

Se trata de las vivencias del entonces veinteañero Corin Clark, quien -fascinado por la industria del cine- consigue ser designado para secundar al director de la película El Príncipe y el Corista que la estrella norteamericana filmó con Lawrence Olivier.

Monroe (Michelle Williams la caracterizó de manera brillante) al principio no parece adaptarse al papel y rehuye a aprender la letra de la obra. Arthur Miller -entonces su marido- vuelve a Norteamérica en mitad de esa película; en esas circunstancias Clark (encarnado en Eddie Redmayne) es el sostén de la actriz a la que se observa frágil y no del todo feliz.

Corin le da confianza a Marylin, que le cuenta detalles de su vida (su orfandad de nacimiento, abandonada por su padre antes de nacer -al punto que tiene una foto de Abraham Lincoln en la mesa de luz como una especie de referencia- ,y su madre pronto internada en un hospicio).

«Gracias por haber estado de mi lado», le dice ella, que sospecha de la gente en general. «¿Porqué la gente que amo siempre me abandona?», le preguntará MM.

El joven encandilado dice que la ama, pero sabe que es un amor de concreción casi imposible. MM le dice que planea regresar con Miller a tener una familia; pero él no está arrepentido de esa vivencia y deja fluir sus sentimientos. «El primer amor es una dulce desesperación», le dice una veterana actriz de la película.

A la vez Olivier (Kanneth Branagh), quien empezó siendo de alguna manera despectivo, con toda su trayectoria va comprendiendo a la diva (aunque lo suyo es el teatro clásico); cuando ve el producto terminado no está del todo disconforme; y hasta se permite filosofar sobre la actuación como una celebración de la vida.

Clark (que será luego escritor y director de cine) más que sentirse inspirador o protector de Marylin en su paso por Inglaterra. prefiere decir que solo tuvo «el talento de abrir los ojos«.

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