Cuando se trata de evocar a Marilyn Monroe (fallecida el 4 de agosto de 1962) no puede omitirse aquel texto de Truman Capote -sobre un día que ambos compartieron- incluido en «Música para Camaleones«.
Cerca del final del relato en cuestión, Marilyn acaricia a un can que paseaba llevado por su dueño quien le sugiere: «No debería tocar a perros desconocidos. Especialmente a los chow, podrían morderla», a lo que ella le responde: «Los perros no me muerden. Solo los seres humanos».
La narración de Capote inicia cuando el mismo se encuentra con Marilyn (a quien cuenta que conoció por John Huston) en el funeral de Constance Collier, actriz inglesa que daba clases de dramaturgia en New York, entre ellas a MM quien había llegado al curso justamente por intermedio del autor de «Desayuno en Tiffanys«.
Capote recuerda que Collier describió a Marilyn como una «hermosa criatura», definición que da nombre al capítulo del libro que evocamos. «… Es como el vuelo de un colibrí: solo una cámara puede fijar su poesía», completaría Collier su descripción de la blonda norteamericana.
El texto vuelve al presente con Capote junto a Marilyn en la capilla donde se hace el homenaje; ella le cuenta que se había retrasado porque se maquilló y luego quitado el maquillaje; y le pide a su interlocutor que se queden sentados juntos hasta que todos se retiren para así pasar desapercibida.
-No quiero tener que hablar con nadie. Nunca se que decir, apunta MM, que después acota que hizo una excepción al concurrir a dichas exequias. «Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío».
Después de hablar sobre algunas cuestiones (la secretaria de Collier se iba a ir a vivir a lo de Katherine Hepburn, o sobre Elizabeth Taylor, a quien Monroe elogia por «Un lugar en el sol»); los protagonistas del relato van a caminar por Lexington hacia la Tercera Avenida; al ir vestida «de luto» ella pasa desapercibida. Y llega el momento en que le confiesa a Truman que hay «dos cosas que le gustaría saber». Una si va a perder peso, y la otra…es un secreto.
-Vamos, vamos . Hoy no podemos tener secretos, le dice Truman; y entra a tallar su alma de periodista.
-Bueno se trata de un hombre. Pero es todo lo que voy a decirte…, ataja MM.
Entre paréntesis, dispara TC: (Yo pensé: eso es lo que tu crees; ya te lo sacaré).
A continuación, viene un juego de esgrima en el que el hábil indagador de «A Sangre Fría» mientras beben champagne le saca a su interlocutora que se trata del escritor Arthur Miller (aunque TC reconoce que se había enterado del rumor por un redactor del Herald Tribune).
Ella le dice que ese romance hacía un tiempo había terminado, pero se molesta con la versión, más aún cuando él le desliza que no olvide invitarlo a la boda (luego MM se casaría con AM).
Marilyn decide dar un paseo en taxi al muelle de South Street para darle de comer a las palomas pastelitos que se había llevado del restaurant.
Cuando se bajan al lugar de donde salen los transbordadores hacia Brooklin, ocurre aquella escena del hombre paseando al perro chow que respondiendo a Marilyn dice que el animalito se llama Fu- Manchú.
-¡Como en las películas!, exclama la intérprete de «Una Eva y Dos Adanes», a quien el señor no había reconocido ya que le consulta su gracia.
-¿Mi nombre? Marilyn.
A lo que sigue, una reacción cómica que adereza la crónica.
–Mi mujer nunca me creerá. ¿Podría firmarme un autógrafo?
Ella saca una tarjeta y una pluma con la que escribe: «Dios lo bendiga. Marilyn Monroe».
Se agradecen mutuamente. «Verá cuando lo vean en la oficina», se despide el hombre.
Junto a la orilla del muelle, ella le comenta a Truman que suele pedir autógrafos, y que el año anterior le había solicitado a Clark Gable que le firme la servilleta.
El texto se va cerrando con TC proponiéndole a su acompañante comer algo. «Cuando damos de comer a los pájaros yo también tengo hambre; es tarde y no hemos almorzado».
La actriz se interpone:
– Recuerdas que te dije que si alguien te preguntaba como era verdaderamente Marilyn Monroe, bueno: ¿qué le contestarías?.. Apuesto a que dirías que soy una estúpida. Una sentimental.
T.C: Por supuesto. Pero también diría…que eres una hermosa criatura.
Nacida como Norman Sean Baker, MM atravesó numerosas peripecias en su vida: Tres matrimonios, varios amantes, excesos de sedantes y una muerte no del todo esclarecida, pero a la vez tenía un costado estelar, una luz que encandilaba.
Quizá su figura sexy y su fama no permitió conocer la verdadera Marilyn, una mujer -coinciden sus biógrafos- inquieta por la historia y la literatura. Su trayectoria aparece en numerosos trabajos periodísticos.
En este caso, optamos por la cita de un texto inolvidable de Capote y una película (ver abajo) que aborda desde planos distintos al quizá más grande icono mundial del espectáculo.
UNA SEMANA CON MARILYN
Es recomendable como homenaje a un pasaje de la vida de MM, la película «Mi semana con Marilyn» (2011) que en estos días puede verse por el canal de cable de Paramount y por Netflix.
Se trata de las vivencias del entonces veinteañero Corin Clark, quien -fascinado por la industria del cine- consigue ser designado para secundar al director de la película «El Príncipe y el Corista» que la estrella norteamericana filmó con Lawrence Olivier.
Monroe (Michelle Williams la caracterizó de manera brillante) al principio no parece adaptarse al papel y rehuye a aprender la letra de la obra. Arthur Miller -entonces su marido- vuelve a Norteamérica en mitad de esa película; en esas circunstancias Clark (encarnado en Eddie Redmayne) es el sostén de la actriz a la que se observa frágil y no del todo feliz.
Corin le da confianza a Marylin, que le cuenta detalles de su vida (su orfandad de nacimiento, abandonada por su padre antes de nacer -al punto que tiene una foto de Abraham Lincoln en la mesa de luz como una especie de referencia- ,y su madre pronto internada en un hospicio).
«Gracias por haber estado de mi lado», le dice ella», que sospecha de la gente en general. «¿Porqué la gente que amo siempre me abandona», le preguntará MM
El joven encandilado dice que la ama, pero sabe que es un amor de concreción casi imposible. MM le dice que planea regresar con Miller a tener una familia; pero él no está arrepentido de esa vivencia y deja fluir sus sentimientos. «El primer amor es una dulce desesperación», le dice una veterana actriz de la película.
A la vez Olivier (Kanneth Branagh), quien empezó siendo de alguna manera despectivo, con toda su trayectoria va comprendiendo a la diva (aunque lo suyo es el teatro clásico); cuando ve el producto terminado no está del todo disconforme; y hasta se permite filosofar sobre la actuación como una celebración de la vida.
Clark (que será luego escritor y director de cine) más que sentirse inspirador o protector de Marylin en su paso por Inglaterra. prefiere decir que solo tuvo «el talento de abrir los ojos«.