Padre e hijo (I) : ¡Como dos señores!

HIJO: Cada tanto, en diarios o audiciones deportivas se reviven anécdotas de aquellas jornadas cuando ir al Luna Park era todo un programa de las noches porteñas. Hace días, la lectura de un artículo sobre uno de esos eventos me disparó recuerdos de la primera adolescencia.

Ahora me veo un sábado de invierno, alrededor de las nueve de la noche, yendo en el Dodge Coronado de papá los dos solos (esa vez, porque otras íbamos con un primo suyo) en el amplio asiento de adelante, él indicándome con el dedo: «Ves allí… en ese bar paran los grandes relatores y comentaristas de la radio y la televisión».

Después el auto estaciona en el cordón, si no me equivoco en la calle Bouchard casi esquina con Lavalle, y entonces busco la manera de pasar por la puerta de ese antro, donde en medio de volutas de humo envueltas en luces de neón se escuchan voces, risas, ruidos de pocillos dando contra los platos. «El señor con bigotes es Ulises Barrera, el más gordito (Horacio) García Blanco, aquel Ricardo Arias», me indica mi viejo disimulando, ambos la ñata contra el vidrio. Son segundos en que me quedo petrificado porque con mi década y pico de vida conocía esos nombres, como a Ernesto Cherquís Bialo (que escribía en «El Gráfico» como Robinson, o a un tal Julio Ernesto Vila).

Llegamos temprano para los preliminares… En la pelea de fondo («Y en el úuultimo combate de la noche…» anunciaría Fiorentino en el centro del cuadrilátero) uno de los protagonistas estoy seguro era Osuna (*)…Del match casi no guardo memoria. Sí recuerdo las luces encendidas de la cabina en la que yo trataba de identificar al relator Osvaldo Cafarelli, a García Blanco, o a un locutor que se llamaba Leopoldo Costa; pero estaba lejos, en la tribuna de enfrente; mis curiosidad también se dirigía al ring side. Hombres bien vestidos, algunos con amigos, o acompañados por una mujer.

De regreso a casa la radio del auto emitía las últimas acotaciones y mi idea de lo que había sido la pelea se moldeaba de lo que emanaba del transistor. El lunes en el colegio (primer año de secundaria) les contaría a mis compañeros detalles del duelo boxístico engalanando mis dichos con las palabras de los comentaristas. «Pero che, ¿desde cuando sabés lo que es un gancho, un uppercut o un cross?», reaccionó sarcástico uno de los muchachos en el recreo.

Padre: Era una tarde fría de invierno, esas de llevar bufanda; campera gruesa o las manos dentro del sobretodo. Caminando por la avenida Corrientes, altura Callao, de pronto mi hijo se detiene frente a los ventanales de una confitería. Me mira a los ojos y con su voz aniñada (Matías tendría seis años), propone: «¿¡Y si entramos a tomar algo, como dos señores!?»

Nos sentamos, pidió un chocolate caliente con medialunas; yo café con crema. No recuerdo si habíamos ido al cine o lo había acompañado a alguna parte, ni siquiera de que hablamos; porque la escena de tenerlo mano a mano para conversar fuera de casa desplazó de mi memoria cualquier otra circunstancia para siempre.

Percibí su necesidad de acariciar algo del mundo adulto y creo que fue la segunda vez que me sentí padre después de verlo nacer.

Conozco poco de esos temas, pero se me ocurre que hay un código entre los papás de hijos varones que pasa por ahí; la búsqueda de protección y de señales de lo que es ser un hombre.

Pero… ¿qué hilo unía aquellos dos episodios, tan distantes en el tiempo, cuyo único vínculo parecería ser un papá, su hijo y una cafetería?

Esa manía de rumiar una y otra vez los hechos con que me bendijo o castigó el de arriba, hace unos días «me bajó» la respuesta: Es que aquella noche lejana del setenta y pico tuve ganas de decirle a mi viejo: «Papa, no me interesa llegar temprano al Luna; quiero entrar, sentarme alrededor de una mesa a observar, a escuchar a esos periodistas o locutores…Quedémonos acá: ¡Cómo dos señores

(*). – Esteban Osuna (1940-2013) fue un boxeador entrerriano de la camada de la «Pantera» Saldaño, Abél Cachazú y Ramón La Cruz.

La narración se refiere más a un sentimiento que al vínculo filial

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