Los liberales frente a Trump

Se ha dicho -la frase se le adjudica a Bertold Brecht- que nada se parece más a un fascista que un burgués asustado. Dando una vuelta de tuerca, se podría sostener que un liberal atemorizado -y sin ideas consistentes- puede terminar haciéndole el juego a un fascista , o al menos ser caldo de cultivo de ese totalitarismo de derecha.

Viene a cuento pues en la última campaña electoral norteamericana, llamó la atención encontrar entre auto-proclamados liberales argentinos un fuerte respaldo a Trump, básicamente por dos argumentos: Que la victoria de se rival, Joe Biden (pese a ser el más moderado de los precandidatos demócratas) arrastraría a Norteamérica al socialismo (en el estado de Florida se equiparaba a comunismo) y por la supuesta debilidad del Demócrata frente a las protestas sociales. Además, parte de los centro-derechistas empatizaron con el presidente por como «se plantó» enérgicamente ante el Covid 19 convocando a manifestaciones sin barbijo, ni distancias (aunque en campaña electoral, advirtiendo los estragos de la pandemia prometió la inminencia de la vacuna).

Hay que aclarar que cuando se habla de liberales en este caso se alude a partidarios de un gobierno elegido democráticamente, separación de poderes y escaso intervencionismo estatal en economía.

La cuestión es que históricamente que premisas como esas -con otros tiempos y protagonistas- han «servido» para respaldar a líderes autoritarios para aventar el fantasma de la izquierda; o terminar con la «partidocracia».

No son iguales, ni todo es lo mismo

El punto es que un liberal NO puede ser neutral respecto de Trump.

NO, porque Trump mucho tiempo antes de las elecciones había advertido su disposición a desconocer los resultados electorales en el caso de caer derrotado (como en definitiva ocurrió).

NO, porque cuando en un enfrentamiento entre «racistas confederados» y quienes se le oponían, Trump dijo que había «gente buena de los dos lados».

NO, porque cuando vilmente un policía aplastó al afroamericano George Floyd contra la rueda de un auto, Trump como única reacción atinó a levantar una Biblia.

NO porque en defensa del Orden no se puede equiparar un asesinato con móviles racistas con disturbios de grupos anarquistas que deben ser combatidos en el marco de la ley.

NO, porque cuando -como pieza de una película de terror- el inquilino de la Casa Blanca incitó a manifestantes a tomar nada menos que el Capitolio (lo que no tardaron en realizar) después de haber llamado al secretario de gobierno de Georgia para intentar sumar votos falso y así impedir la derrota en la elección de dos senadores para ocupar las bancas por ese Estado (que terminaron en manos de los Demócratas consagrando al primer legislador negro de ese distrito) puso en vilo a la república.

Entonces, no, Trump y Biden no son lo mismo,ya no eran lo mismo desde que se lanzara la compulsa electoral.

Al margen, cabe especular acerca de si más allá de su autoritarismo Trump fue liberal en algún aspecto pues en materia de importaciones ejerció el proteccionismo, en su mandato EEUU se cerró al mundo, y su postura en política internacional fue más bien aislacionista. Quitó impuestos pero a los sectores de mayor poder adquisitivo. Su dura política inmigratoria, también se contrapone a la prédica liberal.

El crecimiento económico registrado promediando su mandato, también es discutible en cuanto durante la gestión de Barack Obama la economía se había recuperado y venía acelerando sus indicadores en varios rubros.

Salvataje Institucional

Tan grave fue el intento del «golpe parlamentario» del 6 de enero en cuanto a los incidentes, como su simbolismo (se vieron banderas Confederadas que utilizaban los estados del Sur durante la Guerra Civil y otras con el nombre de Trump una afrenta para un sistema que siempre se basó en poner a las instituciones sobre los hombres).

Como se venía diciendo en los días días previos, fue la «tradición republicana» (término que remite al título de la obra de Natalio Botana) la que rescató a Estados Unidos de la debacle.

Por un lado, el Poder Judicial en sus diversas instancias, hasta llegar incluso a la Suprema Corte -de mayoría conservadora a instancias de Trump- que derribó una a una las mentiras de fraude electoral («el Estado de Derecho se ha demostrado más fuerte que los malos instintos» escribió en «El País» de España, lluís Bassets); por otro, los propios referentes políticos republicanos fueron aislando a los díscolos (Trump y la pandilla de Ted Cruz, Giulliani, etc), empezando por el vicepresidente, Mark Pence.

A este último -y sus asesores- su superior le negó el acceso a la Casa Blanca. Pence no solo reaccionó indignado ante el accionar de Trump, también habilitó el trámite en el Capitolio de consagración de la fórmula Biden-Kamala Harris a través de la ratificación de los votos del Colegio Electoral.

En esa instancia cuando algunos republicanos arrastrados por la obediencia a Trump intentaron impugnar el resultado en estados en que triunfó Biden (aunque tras los incidentes muchos que había firmado para una revisión dieron un paso al costado), el senador y ex candidato del partido del elefante Mitt Rommey, resignado disparó: «Nos reunimos debido al orgullo herido de un hombre egoísta», ya George Bush había reaccionado indignado.

En la víspera se informó sobre la posibilidad de poner en marcha los mecanismos de la Enmienda 25 que permite excluir a Trump por incapacidad; pero de rechazarla éste forzaría a una mayoría especial de dos tercios difícil de obtener.

Sin embargo, al trascender que Trump no irá a la entrega de mando el 20 de enero, bien podría ser ejemplificador que Pence esté a cargo del Ejecutivo aunque sea unos días (hasta ayer el senador Adam Kinzinger de Illinois fue el único republicano que expresó su acuerdo con ese procedimiento al considerar a Trump «no apto» para continuar).

Otra vía de destitución es el impeachment (juicio político), pero el mismo tendría que ser acelerado por los azules (Demócratas) con el riesgo de incrementar las grietas a poco más de dos semanas del cambio de mando.

«La permanencia en el cargo es una grave amenaza para los Estados Unidos», editorializó el prestigioso «The Washington Post».

¿Principio o final?

Un elemento a tener en cuenta es que Trump sacó alrededor de 75 millones de votos; algo menos que medio país lo buscó confirmar en el cargo.

Algo indica que tras los últimos escándalos -que propició el magnate desde la presidencia que muchos de sus votantes no estarían dispuestos a seguirlo.

El interrogante es entonces si habrá trumpismo después de Trump, o el Partido Republicano se reconstruirá en otro sentido.

La pregunta cuando el mandato de Trump termine -especulaba el diario The New York Times- es si EEUU «está comenzando un descenso en una época aún oscura y dividida, o si está al final de ella».

Por otra parte, -también hay que puntualizarlo- la renovación debe alcanzar al Partido Demócrata que de alguna manera eligió al veterano Biden como «mal menor», entre candidatos con posiciones un tanto extremistas y otros jóvenes que quedaron en el camino.

Al comenzar el gobierno de Biden, el observador -analista, periodista, etc- liberal volverá a ser crítico desde el minuto uno. Hay varias cuestiones que pueden resultar inquietantes en la trayectoria del inminente presidente; pero es otro tema.

Justamente, la critica desde adentro fue uno de los mayores atributos de la república democrática más grande del planeta. Y es lo que la hizo -tal como se titula el último libro de Obama- la Tierra Prometida.

Segundo Figarillo

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