Más allá de la coalición oficialista (Cambiemos) y el kirchnerismo que aparecen como las estructuras con mayores posibilidades de quedarse con la Casa Rosada en las elecciones del próximo octubre, el interrogante es si surgirá desde otro espacio alguna candidatura con chances de terciar en la contienda.
En esta franja, las especulaciones giran en torno a quien será el postulante que encabezará la fórmula del Peronismo Federal (ver encuesta).
Pero, ¿porqué no se vislumbra en el imaginario de la opinión pública una opción de centro-izquierda?
En primer lugar, podríamos situar la respuesta en la órbita de la política internacional. Diversos artículos de opinión han aparecido en los últimos tiempos sobre los problemas del progresismo, por ejemplo en Europa.
El analista Rosendo Fraga destaca que este es un tiempo de un cierto auge de los nacionalismos (algunos extremos, otros más atenuados). En tal sentido, recuerda una anécdota relacionada con el presidente francés Emmanuel Macron. Cuando se refirió a su principal sentimiento como premier galo, Macron puso en primer lugar su orgullo de habitar el Palacio del Eliseo donde ejercieron el poder Napoléon I, Napoléon III y De Gaulle (nombres que reflejan la grandeza de Francia)
En la misma Francia, la derecha xenófoba de Marion Anne Le Pen parece tocarse en su electorado (sectores marginados del trabajo y en parte resentidos con la inmigración) con la extrema izquierda de Mélenchon.
Ni que hablar de los otros países del Viejo Mundo donde existen tendencias nacionalistas ultras.
En un mundo donde la disputa central está entre quienes defienden la globalización (el proyecto de la Unión Europea, podría simplificarse) y los críticos remisos a la integración, el discurso de la social-democracia parece haberse quedado sin espacio.
Esta cuestión llevada a latinoamérica -y específicamente a la Argentina- acentúa la sensación de debilidad del sector simbolizado por la flor rosada.
En una región donde la demanda de seguridad comprende a diversos segmentos sociales, las propuestas que más arraigan en estos tiempos ponen en su valoración -para graficarlo vulgramente- a la eficacia de los cuerpos de seguridad por sobre los «derechos de los delincuentes».
Es cierto que como sostienen los críticos de la llamada «mano dura», en ciertas zonas existe una connivencia entre partes de la policía y segmentos de la delincuencia, o existe el peligro de excesos represivos, pero lo cierto es que -como decíamos en un artículo reciente- mientras el gobierno apuesta a fortalecer a la ministra del área Patricia Bullrich, el peronismo no K, especialmente el senador Miguel Pichetto (ex voz de CK en el Congreso devenido en opositor), acentúa ese mensaje.
En este debate, la centro izquierda queda parada del lado opuesto, denominado garantista, posición que -muchas veces mal interpretada- quedó desprestigiada durante el kirchnerismo y de alguna manera va a contramano de amplios sectores de la opinión pública.
Debilidades adicionales
Pero especialmente, la mayor debilidad del eje de centro izquierda pasa por una concepción económica que aparece limitada a un «eticismo», visto como poco práctica o insuficiente para hacer frente a las complejidades de los desafíos actuales.
El mensaje cuestionador de una economía con epicentro en lo financiero, aparece respaldado como generalidad, pero frágil a la hora de reunir consensos. La fragmentación del mundo del trabajo, también le pone un techo a las proclamas industrialistas y a las regulaciones legislativas. El voluntarismo se choca con la frontera de un mundo complejo donde -como en una sábana corta-, los sectores del trabajo son expoliados por la inflación y la dificultad de mantener los empleos.
Ese malestar podría ser canalizado por la cosmovisión socialista, pero -desde un enfoque confrontativo con el capitalismo- la misma se queda «a mitad de camino», relegada por el populismo que hegemoniza a la parte de la sociedad que rechaza el sistema republicano.
Otra diferencia marcada es que en tanto el populismo se suele inclinar ante los liderazgos fuertes, la socialdemocracia -cercana al liberalismo democrático en este aspecto- suele guiarse por sus principios doctrinarios.
Deshojando la Margarita
En el caso específico de la Argentina, los exponentes políticos más caracterizados de la socialdemócrata, son dirigentes locales como los del Partido Socialista que vienen gobernando la provincia de Santa Fé (Miguel Lifschitz actual mandatario, Antonio Bonfatti, el anterior) con gestiones consideradas por la opinión pública como discretas, mientras en la provincia de Buenos Aires sobresalen Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín.
Pese a tener una trayectoria incuestionable desde el punto de vista ético, Stolbizer perdió cierta confiabilidad política tras el fracaso electoral de su alianza con Sergio Massa (en cuyo intento no está descartado que vuelva a reincidir ya que formalmente esbozo que su acuerdo con el jefe del Frente Renovador continúa), mientras el hijo del ex presidente del retorno a la democracia terminó de pegar un portazo tantas veces anunciado al oficialismo. Alfonsín nunca estuvo cómodo en la alianza con el PRO, pero su movida cuenta con escaso apoyo dentro del radicalismo.
Por último queda entre dos aguas la figura de Martín Lousteau, quien si bien está jugando dentro del radicalismo (origen tanto de Stolbizer como de Alfonsín), parecería estar sin espacio en Cambiemos que difícilmente le acepte una interna. De ser así podría encabezar una coalición de radicales desencantados y socialistas, aunque por ahora insiste en dar batalla dentro del oficialismo.
En la lectura del politólogo José Luis Gargarella, en realidad la sociedad argentina parece fragmentada en dos partes sin parece quedar espacio para más: el peronismo (en sus variantes K y anti K) y el antiperonismo que encarna Cambiemos y en cuya coalición estaría contenido cierto progresismo de la mano de la Coalición Cívica y la UCR que atenuarían a la centro-derecha del PRO.
No parecen los mencionados dirigentes de la órbita social demócrata capaces de sostener una alternativa competitiva, más bien fluctúan entre la disconformidad con el oficialismo por razones económicas y respecto del peronismo por cuestiones republicanas.
Jaqueada por la derecha pragmática y por la izquierda populista, en el orden nacional el progresismo en la Argentina parece limitada a lo testimonial. Y lo más probable, sus exponentes fagocitados por uno u otro de los actores de la brecha: el oficialismo y el peronismo.