De las ilusiones con «Chupete» al helicóptero, en un país indomable.

Fernando de la Rúa, estrella fulgurante a comienzos de los 70 en la política argentina, esperanza en el amanecer de este siglo de una salida al personalismo; paradójicamente, en un país colmado de políticos que se enriquecieron en el poder terminó procesado por supuestos sobornos, cargo del que fue absuelto.

Se decía que era un presidente para Suiza, pero al salir de la Casa Rosada la Argentina se parecía más a Uganda que al país helvético.

Fernando de la Rúa, encandiló en el primer lustro de los 70 a las familias antiperonistas de clase media; símbolo de la moderación, dentro del partido radical encaminado en la línea balbinista (Ricardo Balbín fue un destacado orador, pero nunca estuvo a cargo de una gestión pública), siendo muy joven alcanzó una senaduría superando al nacionalista Sánchez Sorondo quien iba en nombre del peronismo; ese mismo año De la Rúa como candidato a vice de Balbín, enfrentó a la fórmula Perón- Perón (el líder se ese partido había regresado al país).

Tras el regreso a la democracia en 1983, De la Rúa fue desplazado de la conducción del partido centenario por Raúl Alfonsín quien fue el hombre de la hora llevando a la UCR a posiciones progresistas, de centro izquierda, alejadas del perfil centrista de De la Rúa.

En 1993, este último fue desplazado por una componenda entre la liberal María Julia Alsogaray y Eduardo Vaca, senador peronista que se quedó con la banca (regía entonces el mecanismo del Colegio Electoral), pero se recuperó y pronto sería intendente de la Ciudad de Buenos Aires, cargo del que se proyectará para terminar a nivel nacional liderando la Alianza que se impuso al menemismo. Una coalición que nacía «mal parida» por varios factores; pero antes de ingresar en ese período crucial de la historia reciente argentina, una cuestión relacionada con el carácter del hombre en cuestión, que falleció anteayer a los 81 años.

Que soy aburrido… dicen

De la Rúa fue titular de cátedra en la Universidad de Buenos Aires de Derecho Procesal, materia que trata de cuestiones muy técnicas, como plazos y formas, para simplificar «aburridas».

Sobre el carácter de De la Rúa, un párrafo de Ernesto Semán (su biógrafo en el trabajo «Educando a Fernando»), resulta risueño, pero a la vez ilustrativo:»De la Rúa había quedado fascinado por la belleza de aquella mujer (se refiere a su esposa Inés Pertiné)…un par de meses más tarde le dedicaba un libro que resumía tanto sus pasiones como sus dotes de amante: «El recurso de Casación», la obra que había publicado recientemente».

Y precisamente esa caracterización de De la Rúa como alguien «aburrido», fue un factor en el que los publicistas hicieron énfasis durante la campaña presidencial del 99. Entonces, apuntaban a diferenciar aburrimiento de la «frivolidad» que se le atribuía a Menem, por ejemplo como conductor de una Ferrari.

Pero este elemento, el focalizar las elecciones en Menem, de alguna manera ocultó las profundas diferencias que existían en esa Alianza (de un centro derecha expresado en De la Rúa a un centro izquierda del Frepaso, ex peronistas de centro izquierda encabezados por Chacho Alvarez) unida solo por el «espanto» hacia el adversario.

De todos modos, más allá de plantear un rechazo a la corrupción, también en la Alianza estaban contestes en sostener el esquema de la convertibilidad («un peso un dólar») a tal punto que el candidato peronista, Eduardo Duhalde, en gran medida se debilitó al plantear la necesidad de una devaluación.

Al asumir el cargo, De la Rúa armo un gabinete con cinco economistas (aún cumpliendo diversas funciones): José Luis Machinea (titular de Hacienda), Juan Llach (ministro de Educación), Adelberto Rodríguez Giavarini (Cancillería) y Ricardo López Murphy (Defensa).

En cuanto a sus referentes, De la Rúa desde joven se referenció en Franklin Delano Roosevelt; a tal punto que le gustaba que lo llamaran con las inciales FDR

Ser minoría en el Congreso, era un elemento dificultoso, pero había ejemplos de gobernantes que pudieron superar ese escollo; tal vez lo más complicado era que el justicialismo estaba al frente de la provincia de Buenos Aires, así como las disputas internas tanto en el P.J (heridas de las disputas entre Menem y Duhalde) como en el propio radicalismo (con un alfonsinismo -empezando por Raul Alfonsín- poco concesivo con las políticas de ajuste).

Cuando López Murphy emprende un esfuerzo para racionalizar las cuentas, reduciendo el gasto público como algo circunstancial, rediseñando el Estado, De la Rúa le quita el resplado en poco màs de una semana para jugar la «última bala» con Domingo Cavallo cuya llegada fue victoreada por el ex vicepresidente Chacho Alvarez ya que había renunciado.

Comienzos del gobierno de la Alianza, cuando todo era sonrisas.

«Conventillo» y «golpe blando»

Pese a que el plan económico inicial no dio resultados (se optó por subir impuestos, para cerrar el déficit) el descalabro fue político a partir de al crisis por el affaire del Senado.

El run-run empezó cuando un legislador del interior, una tarde de borrachera le confió a una periodista el pago de un soborno a cambio de sacar una reforma laboral (una flexibilización contractual tenue), y luego comenzó a circular un anónimo dando más detalles de la maniobra hasta llegar a la confesión (autoincriminación) del supuesto valijero (Mario Pontaquarto, secretario parlamentario). Se habría tratado de fondos de la SIDE desbloqueados para «pagarle» el favor de esa ley (apodada Banelco, por el modo en que el sindicalista Hugo Moyano denunció el pago) a senadores justicialistas.

Había que probar que el presidente ordenó el pago, lo cual siempre dejó dudas por varios motivos. No viene al caso profundizar (cada ítem da para un tratado); si vale subrayar que todo colapsó desde lo institucional con la dimisión del vicepresidente Alvarez, aludiendo a ese motivo (de las coímas) como crucial; cuando lo más probable es que se tratara de una excusa dado su malestar con la política económica del gobierno.

El resto fue una corrida al descenlace; el disparo del riesgo país, la brecha cada vez mayor de la deuda con el FMI y el atentado a las Torres Gemelas en New York que lleva a que EE.UU desvíe su mirada de todo otro tema (ya antes el Secretario del Tesoro de George W Bush había dicho que un plomero norteamericano no tenía porque financiar el déficit argentino).

En primera persona, este cronista puede decir que cubrió en el medio de Plaza de Mayo la primer salida al balcón de la dupla De la Rúa- Alvarez; así como el incendio del 20 de diciembre de 2001 cuando turbas manejadas por walkie talkies se mezclaban con manifestantes más o menos violentos.

Queda la sensación que sobre causas justificables como el «corralito» y la pérdida de los ahorros de gran parte de la sociedad (cuestiones tremendas) se montó un golpe blando de un sector de la política y de los empresarios que clamaban por la devaluación.

El telón de cierre fue el escenario dantesco de colectivos incendiados dados vuelta, saqueos y muertes.

El impacto en el físico de De la Rúa había sido notable, la irresponsabilidad mediante la mofa e incluso la extorsión de parte de la prensa es un capítulo que merece un estudio aparte; para rescatar, queda que De la Rúa haya sido el único presidente desde el regreso de la democracia en no designar ningún miembro en la Corte Suprema y que a pesar de todo se haya preservado el sistema que se había recuperado hacía menos de dos décadas atrás.

Como cerraba un artículo quien esto suscribe, «en medio de la desgracia y la desazón, un eslabón se preservó de las brasas: se salvó la democracia. Quedó la sensación que,si no se perdió entonces: Nunca más».

C.R

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