-Por Segundo Figarillo-
No se si el frío invernal, o un deseo inconsciente, me metieron en el Florida Garden. Lo cierto es que de pronto estoy aquí, sentado junto a uno de los ventanales que dan a la calle Paraguay.
Detrás de una mesa con turistas tapados con bolsas de compras, se halla la barra donde hace un cuarto de siglo realicé una de mis primeras notas para la revista Análisis.
El director de ese medio me había mandado a ver a un empresario que apoyaba al gobierno de Carlos Menem, pese a que -según su testimonio- fue muy perseguido en los años 50 por el peronismo. Justamente, ese era el punto: «Dejalo hablar, la idea es remarcar las diferencias; en definitiva poner de relieve que el menemismo no tiene nada que ver con Perón», especificó mi jefe, muy oficialista.
Apenas entré, el interlocutor elegido me estaba esperando con un bronceado en la piel que en pleno mes de junio llamaba la atención, corbata roja sobre una camisa blanca, lentes oscuros.
-Guardá el grabador-, dijo después de saludarme y darme una palmada en el hombro. Lo importante es que te lleves la esencia de lo que voy a contarte… Bah, si querés tener los detalles grabá. Me contó entonces sobre la clausura del diario «La Prensa», los inspectores que lo volvían loco; y empezó a marcar los contrapuntos con los albores de los 90.
Apenas tengo registro del contenido de la entrevista, pero quedó fijo en mi mente el talante del tipo y el espíritu que me insufló con un par de frases. – Como me ves estoy entero, desayuno con jugo de naranja y cereales, footing todos los días y -no te voy a engañar- cámara solar en Colmeña; aunque ojalá tuviera tu edad: ¡Tenés todo para ser un ganador pibe, estás empezando una profesión hermosa, te auguro un gran futuro, en este gran país!
-Gracias Johny Tolengo (se parecía mucho al personaje de Juan Carlos Calabró), le contesté; me despidió entre risas mientras le daba la mano a varios conocidos que se iban sumando a su alrededor.
El Florida era también un antro de «operaciones», aspirantes a espías, bolsa de trabajo para «vendedores de humo» y tráfico de información de dudosa comprobación en la que se mezclaba el chisme con lo que en la jerga periodística se conoce como venta de «pescado podrido».
-¿Querés saber donde duerme hoy el juez Sutano?-, escuché alguna vez que le decía una pretendida fuente a un cronista de «El Informador Público» (un pasquín de los servicios con un par de columnistas rescatables) en relación a un magistrado que estaba levantando el perfil en Comodoro Py, antro donde la justicia y la política se cocinan juntas.
Para alguien que aspiraba a meterse en los mentideros políticos no dejaba de ser un lugar interesante, bizarro, divertido, caótico.
Despabilado de esos recuerdos, noto que cerca mío un hombre aprieta rabiosamente las teclas de su celular, en tanto la mujer que está enfrente saca unas fotos con el suyo; algo mareado por las evocaciones me decido a partir detrás de los turistas que se marchan revoloteando las bolsas.

Pude haber salido en dirección al microcentro -donde tengo por estos días un par de reuniones pedidas con un par de gerentes de medios-, una pasadita por Tribunales; una pizza en Guerín, un chocolate en La Giralda, o ir hacia la zona del Congreso a cortar un cafecito en Casablanca con alguna fuente parlamentaria, porque aunque ande con poco trabajo como periodista el mandato es nunca desparecer de escena.
Pero no, esta vez creo que es el viento el que me arrastra hacia el otro lado del mapa y tras amagar una vueltita para evocar la Richmond (del que solo el cartel con el nombre) encaro por Florida hasta donde termina la peatonal.
Allí, en un edificio frente a la Plaza San Martín, con Pablo -diseñador gráfico creativo de la hostia- hicimos el Número Cero de una publicación deportiva (especializada en tenis). Cada tarde yo llegaba desde otro trabajo a su oficina; antes de subir, pasaba por la esquina donde hojeaba los magazines internacionales y compraba los de las mejores fotografías para que él las escaneara.

Analizábamos el proyecto con mi socio, y luego soñaba despierto mientras tecleaba sobre la computadora de la manzanita. ¡Me bajaba diez ensayos de notas por tarde, hablaba con potenciales colaboradores y supuestos sponsors! Sonaba algún CD remixado (Kiss, Led Zeppelin, Charly García, el Flaco Spinetta), y una radio «Aquí en Buenos Aires -rezaba el locutor de FM Horizonte cada sesenta minutos- una nueva hora comienza».
Un puñado de raquetas desparramadas sobre el piso -con las que de vez en cuando nos íbamos a pelotear un rato-, las paredes decoradas con retratos de Guillermo Vilas, Gaby Sabatini, Andre Agassi oficiaban como musas inspiradoras. La primera tapa tendría a Pete Sampras con smoking.
Más temprano que tarde las cosas naufragaron y el boceto envuelto en la pantalla quedó arrojado en un gigante tacho de basura imaginario. «Me voy Fabián (Pablo tenía la costumbre desde la escuela primaria donde nos conocimos de llamarme por mi segundo nombre), me rajo la semana que viene a Miami; no pude cobrar un mango de la publicación que estoy haciendo para ese country de Tortugitas -¿te acordás que te conté?-y me vinieron tres cheques rebotados; te los dejo a ver si los podés cobrar y en ese caso quedate con la guita; pero conmigo para lo que veníamos haciendo no contés más».
No encontré una puteada adecuada para aplicar en ese momento, empalidecí, sentí que me desinflaba, pensé en poner la plata que le debían de mi bolsillo y hacerme cargo de los gastos del lanzamiento para seguir adelante, o en decirle que me había defraudado, que para mí era el acabóse; pero callé. «Que tengas buen viaje y éxitos»; murmuré apenas; lo abrace tipo zombie como toda despedida y me llevé una valija con unos printer que sobrevivieron, papeles, resaltadores y el grabador. No se si el psicólogo me convenció, o me autoconvencí que igual no había posibilidades de que aquello prosperara, y que no me quedaba otra que capitalizar lo ocurrido como experiencia, como sucede con todas las derrotas. Filosofía barata… y zapatos de goma los que arrojé cuando entré a mi dormitorio, vencido a la casita de mis viejos.
Después de varios años, hace unos meses me comuniqué con Pablo por WApp, me envió una foto en la que se lo ve delgado, como siempre con lentes, y una gorra que creo le tapa una incipiente (o avanzada) calvicie. Desde Fort Louderlaide -donde fue a pasar un weekend– me contó que había ganado un premio por el diseño de una galería comercial, está divorciado y vive solo. Me trató de convencer que me vaya para allí -«aquí hay varios portales exitosos, pensalo»-, pero como a cada uno de mis conocidos que residen en el exterior le dije que estoy demasiado acostumbrado a este despelote de vivir en la Argentina donde cada día es una aventura de sobrevivencia, de resistencia inexplicable, inverosímil.

Me siento como petrificado en la puerta de ese departamento-¿quién ocupará lo que fue esa redacción improvisada en el cuarto piso?-, la bufanda me va anudando la garganta, la temperatura sigue bajando. ¿Nevará en Buenos Aires éste julio?
Como llevado por un hilo invisible camino en dirección al Bajo; allí está el bar donde sufrí mi primer desencanto -previo al de la frustrada revista- cuando Sandra me confirmó su adiós. Tal si fuera un acto de masoquismo me siento en la misma mesa del «plantón» para rescatar las palabras, los gestos, la música de aquella vez.
-¿Para que me pediste que venga?-había arrancado Sandra apenas se sentó. Te dije diez veces que lo nuestro no va más.
-No va máaaas, colorado el siete-, contesté más de nervioso que por causar gracia. -Me parece que una relación de dos años no se termina por teléfono-, agregué. Quisiera saber porque me dejás.
De fondo sonaba el maldito tema de Jeanette (desde entonces no pude escucharlo sin sentirme carcomido por la angustia) «Solo quedan, las ganas de llorar, al ver que nuestro amooor se aleja..»
-Esas cosas no se explican Clau (no me llames con el diminutivo, no me lastimes más), el desgaste, que se yo… Otro tipo, jaja, no es el caso, eh.
-Figarillo, ¿lo de siempre?-, interrumpió el mozo. Ella pidió una Villavicencio.
-¿Porqué te llama Figarillo?-, quiso saber Sandra.
-Es el seudónimo que utilizaba Juan Bautista Alberdi sobre el que yo gané un concurso y con el que firmo mis notas. ¿Sabés quien era Alberdi?
-Más o menos, ¿el de la Primera Junta? … te estoy cargando ese era Alberti; me contaste, el que escribió Las Bases; que se yo, no me interesa en este momento.
-O.K, Sandra: ¿Cuándo una mina dice «ya fue» es irreversible, ¿no?
-Diría que las chicas percibimos cuando las cosas no tienen retorno, hay un momento de quiebre en la relación que no tiene vuelta atrás…¿Pero que hacés?, ¿estás tomando nota? No hagas pavadas.
-Es un análisis para una crónica sobre la diferencia acerca de como cortan las relaciones hombres y mujeres. En tal caso para aprovechar la última cita.
-Que ironía tonta. Todo lo convertís en literatura, no tenés remedio-. Tomó un sorbo de agua, despejó unos rulos que le caían sobre sus ojos color almendra, y disparó: Ahora yo quisiera preguntarte algo: «¿Qué duele más, dejar o que te dejen?
-Dejar, definitivamente. Que te abandonen tiene un halo romántico, una especie de gusto agridulce; lo otro es ingrato, vulgar.
-¡Mirá que sos raro Figarillo! Entonces para eso me citaste, si estos días yo me hacía negar por mi vieja o por mi hermano, igual quisiste escuchar que te diga las cosas de frente. Está bien. Bueno, me voy. Que tengas suerte. ¡Chau!
La gallega seguía cantando: «…Frente a frente, bajaaamos la mirada, que ya no queda nada de que hablar…»
Antes de la despedida felicité a Sandra por su prometedora carrera como jugadora de voley en Ferro; hubo tiempo para un reproche más.
-..Pero si el equipo va último, vos estuviste el viernes pasado cuando perdimos con Comunicaciones en el Etchart.
-No me fijé en eso, sino en el movimiento de tus piernas, las caderas. Diez puntos.
-Y la cola, decilo. ¡Son todos iguales! Creí que te interesaba el juego.
-A mi me encantaría que me mires las gambas cuando juego al tenis, en lugar del partido. Además, vos sabés que a mi lo primero que me atrajo tuyo fue la sonrisa.
Pero no había frase que levante el match point en contra y me di por vencido con un beso en su mejilla derecha.
El hombre de chaleco blanco y corbatín al que llamo para cancelar la cuenta me dice que Ramón -el que me llamaba Figarillo- se jubiló hace casi un lustro.

Me tropiezo en la salida y enseguida advierto que al recorrido le espera una estación final: el cajero en el que cobraba el salario del diario Novedades donde pasé una década y pico, hasta que cerró.
Aunque ya no tengo la tarjeta, ni fondos en ese banco, quería recuperar la sensación de cobrar un sueldo fijo (que completaba con artículos para una revista deportiva y como corresponsal de un diario uruguayo), recuperar el olor de ese lugar (mi olfato suele funcionar en forma retroactiva). Con la puerta semi abierta tuve la tentación de ingresar y marcar la clave, pero decliné porque podría tornarse sospechoso.
Mientras camino taciturno hacia Retiro me pregunto: ¿porqué al salir del Florida no fui a recorrer la avenida Corrientes desde Callao al Obelisco, ida y vuelta, metiéndome en los cines (dos películas seguidas), librerías, disquerías?, porque en ese camino estoy invicto de tajos, ahí nunca un golpe, un desamor.
Tengo pendiente una colaboración con un medio digital, ¿y si llevo éste texto? Podría mercantilizar la desgracia, o buscarle un final feliz. y de paso insistir por unos mangos que me están debiendo, pero la oficina está lejos, al sur de la Ciudad. Por otra parte: ¿Qué sería un final feliz? ¡Esa revista que se quedó en el intento vendiendo miles de ejemplares, un matrimonio comiendo los fideos domingo con los respectivos suegros, el cajero devolviendo cada mes un sueldo módico para pagar apenas la comida y la prepaga…Es que no es ese el asunto (además los episodios ocurrieron como ocurrieron, no puedo modificarlos como si fuera ficción), sino el sentimiento, el feeling que me invade cuando transito ciertos lugares y que dentro mío suena con una cadencia que no pertenece al castellano.
Saudades, ¿que son saudades? Un término que tantas veces escuché en Brasil, en un tema de Vinicius de Moraes, y que se podría traducir como «melancolía, nostalgia al borde de la tristeza».
Mi mente, que anda a salto de mata, rebobina otra vez de golpe.
-¿Sentiste alguna vez saudades, porque a mi me tienen atrapado?-, interpelé a Silvia, corresponsal entonces de un diario español, durante una guardia periodística en el predio de Costanera de Parque Norte donde se realizaría un meeting político de la Unión Cívica Radical. Llegamos con mucha anticipación; no obstante, no se como se me ocurrió arrojar semejante pregunta en esa circunstancia a una persona con la que apenas había conversando un rato en el cocktail de una embajada.
-Hace tiempo que no-, reaccionó sorprendida. Cuando siento que me puede afectar una situación de ese tipo medito en otra cosa. ¡Hombre! me río del pasado; en mi vida no hay espacio para lo que no sea presente y futuro.
-A mi me pasa en lugares a los que no puedo regresar, una angustia me invade el cuerpo; no en sitios donde fui feliz, sino en los que alguna vez sufrí.
-Tocá-, me dijo la chica poniendo mi mano sobre su panza. Estoy embarazada, todavía no se siente, pero yo sí.
-¿Entonces para ser feliz hay que tener un hijo?
-Nada que ver, puede ser un perro, un libro, un disco, cualquier cosa que te cope.
-¿Te acordás de un tema de Jeanette. «Frente a frente»?
-Sí,»ja ja, …lo escuché de niña en Barcelona. Pero mata esos recuerdos, mátalos.´¿Porqué mejor no evocar aquella canción de Lito Nebbia: «Solo se trata de vivir»?
Un vocero salió para anticipar que en media hora el primer candidato a diputado del radicalismo iba a salir a hablar; la tarde languidecía, algunos colegas comenzaban a darse cita. Entonces apuramos un coro desafinado: «Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior, ojalá eso pronto suceda, así podrá descansar mi pena hasta la próxima vez.. Seguro que al rato estarás amando, inventando otra esperanza para volver a vivir».
El reloj de la Torre de los Ingleses marca las 6 de la tarde en punto; un rayo de luz le va poniendo el telón a la tarde plomiza; las espesas nubes y las palomas en vuelo anuncian una inminente tormenta. Llovizna.
En un rato voy a cruzar la calle para tomar el tren hacia Munro donde me espera mi perro Jack y hoy viene a cenar Catalina, con quien estoy en pareja hace cinco meses. En la mochila llevo una novela de Julien Barnes, «La Unica Historia» que compré tentado por la pelota de tenis sobre el fleje en la tapa; en el teléfono tengo una aplicación con la que escucho por auriculares a Queen, «Love of my life«. Tenía razón Silvia, la compañera española, con ciertas compañías se puede vivir mejor.
Sin embargo, beso mis cicatrices: Una novia te abandona, una publicación queda hecha trizas antes de nacer, tenés que dejar el trabajo que te apasiona. Pero, ¿qué es nuestro paso por este mundo sino caernos y levantarnos?
Hay jornadas en que parece que todo se desvanece, en otras la vida nos sonríe, y existen días como éste. Sonrío mientras una lágrima cae por una de mis mejillas, un arco iris se dibuja frente a mis ojos.
