Fernando Zara, personaje central de «Prohibido Suicidarse en Primavera», tiene todos los tics de quien lleva el periodismo en las venas. En esta nota, tras el análisis focalizado de la obra, se narra la experiencia de encarnar a dicho protagonista sobre el escenario. (Fotos de la representación teatral en el Auditorio de la Facultad de Derecho de la UBA).
Gabriel García Márquez caracterizó al periodismo como el «mejor oficio del mundo»; y con el mismo énfasis, dijo que «la vocación es la única condición humana que puede vencer al amor».
Precisamente, en el sujeto de ficción epicentro del presente artículo confluyen esas dos concepciones del autor de «Cien Años de Soledad» reflejadas en la pasión por una tarea que tiñe, arrasa y trasciende todo, incluso al amor.
Si bien no es el tema central de la célebre pieza teatral de Alejandro Casona, «Prohibido Suicidarse en Primavera» (aunque en definitiva esta cuestión depende de la mirada de cada lector o espectador), en el personaje Fernando Zara se encuentran rasgos que cualquier periodista de raza reconoce al instante. Por eso es fascinante, para quienes están relacionados con el mundo del periodismo o la comunicación, poner la lupa sobre sus numerosas participaciones relacionadas con la profesión (*)
En tal sentido, más allá de cuestiones puntuales que tienen que ver con la época -como el lugar que ocupaba la mujer en la sociedad- es sorprendente la vigencia del texto de Casona teniendo en cuenta que lo escribió hace más de ocho décadas, durante su exilio en México, adonde llegó escapando de la Guerra Civil española.
El dramaturgo, también profesor de escuelas e institutos, deja trascender su visión acerca de la importancia del periodismo en la democracia occidental tanto en su vitalidad (la pareja de periodistas son los dos seres más entusiastas de la novela) como por el aspecto comercial que muchas veces lo inclina hacia la masificación o vulgaridad.
El ingreso de Fernando a escena ocurre cuando junto a su novia Chole (se han tomado una semana de vacaciones del periódico para el cual trabajan) llegan a un sitio que parece extraño, una especie de hotel abandonado -entre montañas- con imágenes y leyendas relacionadas con el suicidio (resultará que es un centro de rehabilitación para gente con tendencia a quitarse la vida).
Ante este panorama, ella -que había conducido el auto que llevó a ambos hacia allí- se asusta y pretende escapar con el maletín de viaje. «¡Huir no, Somos periodistas. Cuando un periodista se tropieza con algo sensacional no retrocede aunque lo que tenga por delante sea un rinoceronte. Antes morir…!», la ataja entonces Fernando.
He aquí una primera cualidad de la profesión, cierta temeridad o arrojo, la necesidad de averiguar, descubrir, atestiguar, que trasciende cualquier miedo.
Frente a algo fuera de lo común (descomunal) al periodista le es imposible evadirse; por el contrario está ávido por saber, experimentar en persona de que se trata.
Volviendo a la obra, al advertir la presencia del Doctor Roda encargado de la clínica, Fernando se identifica como periodista especializado en «reportajes sensacionales» (el reportaje en España es un género del periodismo consistente en un informe que puede contener una entrevista dentro de una crónica, mientras en nuestro país se suele equiparar ese término con la entrevista a secas) y enseguida le presenta a su pareja.
La trama continúa cuando el doctor interpela a Fernando acerca de si sabe donde se halla, a lo que él responde: «Todavía no, pero lo sabremos enseguida. Es nuestra profesión». Entra en acción otra característica esencial del periodista la curiosidad y a la par, porque no, la ansiedad.
Podría tratarse de un investigador, o simplemente un curioso, pero enseguida cuando el doctor condiciona a su voluntad la permanencia de los viajantes en el sitio, Fernando le contesta: «Inútil oponerse. Somos periodistas. Si nos echa usted por la puerta volveremos por la ventana. Disfrazados de jardineros, inspectores, vendedores de frutas…». Surge entonces otra exigencia habitual: la obtención de la información o noticia (más aún si se trata de una primicia) a como de lugar («cueste lo que cueste»), recurriendo -si es necesario- a camuflarse, falsear la identidad, lo que sea con tal de alcanzar el objetivo.
En todo momento Fernando buscará insuflar en Chole la llama del espíritu periodístico, al punto que en una instancia del diálogo con el doctor, ella repite -con tono paródico- la sentencia de su compañero: «Nosotros no retrocedemos, aunque tengamos delante un rinoceronte».

Las Presiones: Un juego de «doble pinza»
«El mundo produce cosas cada vez menos interesantes y el público en cambio tiene cada vez más hambre de ellas… No puede imaginarse nuestra angustia de exploradores en busca de lo extraordinario; nuestro gozo profesional cuando tropezamos con una banda de secuestradores o un adulterio bonito». En este párrafo, Fernando alude por un lado a la adrenalina del oficio, y por otro a la faceta comercial del periodismo, podría decirse hasta de cierto amarillismo que paradójicamente -tironeado por la necesidad de incrementar las ventas- aparece con frecuencia en medios catalogados como serios (no en todos, desde luego, están los que sin dejar de aggiornarse prefieren preservar cierto estilo).
De alguna manera, Casona se anticipaba a las actuales tendencias populares: Las secciones de policiales y chismes de la farándula -que eran la comidilla de los medios sensacionalistas- se multiplican actualmente en ciclos televisivos y radiales; incluso se filtran en los espacios políticos en donde un humorista o imitador nunca faltan. «No sabe usted lo que es recorrer un mundo de temas agotados y no encontrar la veta sensacional que el público espera siempre«, agrega el personaje de Fernando, haciendo hincapié en una de las dificultades mayores del periodista, diferenciarse, saber detectar que es y donde está la noticia.
Será Chole quien expresará la presión a la que está sometida un periodista en un juego de doble pinzas: «La tiranía del público, y la tiranía del director a quien todo le parece poco». Cuenta que le han encargado la cobertura de «un naufragio, el caso de un prófugo en Guayana, un parto quíntuple»; al punto que concluye -a manera de queja- que eso «no es trabajo» apuntando al stress que muchas veces atraviesa el periodista asalariado o empleado de un medio. « Nunca hay que volver (a la redacción o al estudio) sin la nota«, suele ser un latiguillo del oficio.
Y pese a que el noviazgo entre Chole y Fernando continúe, en ella se irá operando una transformación, cuando conmovida por las duras historias de vida que observa en el hospedaje decline realizar el trabajo sobreponiendo sus sentimientos a lo profesional. A medida que transcurren los días en el predio, en Chole el rol de periodista se va diluyendo, prefiriendo guardar en la intimidad lo que le ocurre a las personas internadas, dando prioridad a la comprensión y ayuda hacia ellas.
–¿Entonces aquel reportaje sensacional?, la encara el doctor.
-No lo escribiré ya. Quizá lo haga Fernando. El es hombre y fuerte. Yo, hoy, no me atrevería a denunciar en público estos pequeños dolores para satisfacer la curiosidad», sostiene Chole, e inicia una indagación en la biblioteca y en los habitantes de la clínica.
En este punto tal vez haya un resabio en cuanto a las diferencias de género ya que contemporáneamente numerosas mujeres -especialmente quienes se desempeñan como «movileras»- se destacan por su audacia o por privilegiar sus carreras, incluso más que los varones.

Contar todo
En definitiva la vida de Fernando está cruzada por el periodismo, lo que se manifiesta en varios diálogos.
Hay momentos elocuentes, como cuando el galeno le lee la triste historia que el Doctor Ariel (fundador de la clínica) había dejado documentada en un libro; a lo que Fernando replica con un «muy periodístico todo», como reacción a las aristas emotivas del relato. (**)
En principio, Fernando junto con su pareja se ofrecen como asistentes del jefe del hogar; sin embargo, cuando se tenga que presentar ante Cora Yako -una cantante de opera alojada en la residencia-lo hará como «cronista» (manejando la conversación entre ambos a manera de una entrevista periodística); y cuando ella lo consulte acerca de como sabe de aspectos de su vida (aunque los conoce por otra circunstancia), él responderá: «Soy periodista, los periodistas nos enteramos de todo por los periódicos», en relación al «vicio» de la profesión que pasa por estar informado, siempre en alerta, una rutina que partía con la lectura de los matutinos a la madrugada y que con las redes ya no tiene horarios.
Es más, cuando tenga que «aconsejarle» a Cora como publicitar un supuesto suicidio; Fernando le sugerirá hacerlo con «negritas de doce y fotografías a tres colores en las revistas», medidas propias del manejo de un editor de periodismo gráfico.

Más expresivo aún es cuando el Doctor le cuente que su asistente Hans es un herido de la Primera Guerra Mundial, pese lo cual el mayor interés de Fernando -que aparece como anestesiado frente al relato- es obtener información.
Y cuando el doctor lleva la conversación al impacto de dicha conflagración bélica en la personalidad de Hans; Fernando entusiasta y echando mano a un cuaderno, dispara:
– Pero eso está muy bien ¿Cómo no me lo había contado antes?
– Interés periodístico, ¿verdad?, replica ironizando el doctor; y añade… Escriba, escriba.
Al enterarse que el propósito de la clínica no es conseguir un «buen suicidio» sino salvar a los pacientes, Fernando exclama de modo sarcástico:
– Periodísticamente era más interesante que «se matasen».
En ambas circunstancias, exageradas desde un costado cómico, aparece otro aspecto clave: Hasta donde llega el involucramiento del periodista con la noticia. En un punto el profesional se sumerge en los hechos a la manera de un tercero ajeno a los mismos (como el caso del psicólogo respecto al paciente), sino no se podría «sobrevivir», aunque sea imposible salir indemne sin absorber la realidad que en numerosas oportunidades expone miseria, injusticia y devastación.
Un detalle interesante ocurre cuando el doctor ordena que se dispongan las habitaciones de Chole y Fernando, éste último pide permiso para hacer -entre tanto- un interviú a los pacientes. ¿Qué se pone de relieve en este caso? … Que el periodista lo es las 24 horas del día. Como enseñan los maestros del oficio, no existen sábados, domingos ni feriados.
Poco después, en una especie de monólogo, Fernando tras definirse como un «salvaje urbano» («bicho de ciudad», se podría apuntar) se distingue del literato:
– No tengo nada que reprocharle (a la naturaleza). El paisaje agreste es el ambiente natural de las cabras y los poetas. Pero periodísticamente no tiene la menor emoción, solo el hombre interesa.
Ya cerca del desenlace, Fernando tiene un postrer encuentro con el personaje llamado el Amante Imaginario a quien le ofrece escribir en un diario (en el suplemento de turismo). Cuando este último alega falta de experiencia, aquel señala que esa carencia podrá compensarla justamente con su «imaginación«.

Como un llamado a pie de página, en la descripción se hace presente un tipo especial de periodista -que parece muy cercano a los afectos de Casona- moldeado en el escritor (Fernando argumenta sobre el valor de dejar fluir la inspiración).
Es que la tarea del escritor y del periodista, aún teniendo diversos mecanismos, se nutre de la misma materia prima; y varios son los autores que se desdoblan en ambas actividades (pensemos en nombres como García Márquez, Mario Vargas Llosa o Tomás Eloy Martínez). Están quienes utilizan al periodismo como forma de vida -al tiempo que van forjando su trayectoria como novelistas-, o aquellos que a la par de su obra de ficción, ejercen como columnistas en los periódicos para tener «un pie en la realidad».
De regreso a la obra de teatro, una vez convencido el Amante Imaginario de aceptar la oferta, Fernando le dicta el título del reportaje («Una semana con Cora Yako en Japón»); y aquel se lanza a ensayar en voz alta el contenido, Fernando -con sus gajes del oficio- lo irá puliendo para ir conformando el cuerpo de la nota.
En definitiva, el corazón de Fernando late a través del periodismo; a tal punto que su pareja, el sentido de sus diálogos, el modo de comunicarse, pasan por el tamiz del periodista y su irrefrenable afán por penetrar, contextualizar, enriquecer y divulgar los acontecimientos.
Remedando al gran Gabo, tal es el sentido de la vida misma: Vivirla para contarla.
C.R
(*) El nudo dramático de «Prohibido…» pasa por el conflicto que surge cuando Juan -el hermano de Fernando- le confiesa a Chole que había estado enamorado en secreto de ella, pero que siempre había sido postergado por Fernando, por lo que a ella se le presenta el dilema de continuar su noviazgo o apiadarse de Juan; de todos modos el enfoque del presente petit ensayo está dirigido a una de las principales temáticas de Acreditado: los medios y sus protagonistas.
(**) El doctor Ariel había sido víctima de una extraña fatalidad: Sus ascendientes directos se suicidaron apenas perdían la juventud, por lo que se dedicó a investigar ese fenómeno, legando su fortuna para la creación de «El Hogar del Suicida» como denominó al sanatorio (donde transcurre la acción de la obra) cuya dirección, antes de morir, dejó a cargo del Dr. Roda.
EXPERIENCIA GRUPAL: A instancias del titular del Módulo III de Formación Docente, Osvaldo Pitrau, a fines de junio pasado se realizó en el Auditorio de la Facultad de Derecho una representación de «Prohibido Suicidarse en Primavera» de Alejandro Casona (Alejandro Rodríguez Alvarez (1903-65), consagrado autor teatral nacido en Asturias (España).
En mi caso me tocó interpretar al personaje eje de esta nota. Es por ello que haciendo una excepción al estilo de este diario digital escribo en primera persona, acompañando el texto de unas fotos mías por ser alusivas al contenido.
Por mi parte tuve dudas acerca de si era capaz de desarrollar semejante personaje. En una primera y superficial lectura me cautivó la calidad de periodista de Fernando y busqué encarnar la propia experiencia en la profesión que ejerzo con mejor o peor suerte hace casi medio siglo. Pero actuar es algo muy diferente a conocer un argumento, y finalmente el Dr Pitrau me convenció de hacerlo.
Ponerse en la piel de dicho personaje permite vivenciar e identificarse con el periodismo como forma de vida.
En mi caso no identifico demasiadas aptitudes propias para la actuación (como actor soy un buen periodista), pero lo importante fue la experiencia grupal a través del curso, los ensayos, las conversaciones previas; sentir como lo colectivo lo mejora a uno, y así seguramente con cada uno de los integrantes del cuerpo colectivo.

Fotografía del saludo final del elenco (de derecha a izquierda de la pantalla): Amante Imaginario: Micaela Elisa Quinteros; Cora Yako: Betiana Giselle Neubaum; el padre de la Otra Alicia: Agustín Rodríguez Bedier; Alicia: Claudia Mariel Astolfo; Juan: Rodrigo Durruty; Dama Triste: Marianela Noel Sangalli Chole: Andrea Carolina de las Nieves Moreno; Fernando: El autor de esta nota; Hans: Fernando Gonzalo Tarapow; Doctor Roda: Pamela Jursza. Adaptación de Guión: Francisco Peris; Cámara y Sonido: María Eugenia Carrasco; Escenografía: Marcos Daniel D´ Loreto; e Ignacio Nicolás Guerrero ; Dirección General: Yésica Romina Cano (las fotos estuvieron a cargo de Natalia, ayudante del profesor Pitrau y coordinadora del curso).

