Paradojas y «pecados» en tiempos de pandemia

A medida que el Covit 19 da muestras de su letalidad; las apelaciones a la fe religiosa se multiplican; y aunque los templos (que bien podrían estar protegidos por la divinidad) están vacíos; las plegarias se hacen escuchar.

Mientras se fustigan los males de la modernidad, fieles de los cultos tradicionales siguen los oficios de sus ministros por internet. Hasta el Papa da misa vía streaming.

Aún cuando se le podría preguntar al Supremo el porque de tantas vidas quedan segadas en el camino, se busca descifrar el mensaje como una especie de advertencia a la humanidad; por otro lado, se expresa la angustia de quienes sobreviven (como quien se salva de un accidente de avión y agradece a Dios haber sido rescatado). La efemérides religiosa aporta lo suyo: allí están las plagas de Egipto episodio que culminó con la liberación de los esclavos. Sobre interpretaciones «no hay nada escrito».

Antes que rigiera la cuarentena -cuando la misma se veía venir-, un hombre al borde de los sesenta le confiesa a un amigo:

— Voy a visitar a mi padre al geriátrico, quien sabe cuanto va a vivir… y uno mismo con esto del coronavirus quien sabe si sobrevive. Le puede tocar a cualquiera –, afirma el veterano entre arrepentido y resignado.

Desde lo sociológico, a pesar que la causa sea el egoísmo (¡que la plaga no caiga sobre mí!), la consecuencia en el plano de las acciones pueden ser benéficas.

Lo decía Mario Vargas Llosa -tomando un texto de Alexis de Tocqueville- aún cuando uno individualmente sea agnóstico. la religiocidad media suele ser positiva en conductas sociales.

Pero volviendo a la epidemia que apesta al universo, prolifera en estos días un discurso que adjudica la misma a una especie de «castigo divino» para «poner en caja» a la soberbia humana.

«La humanidad está enferma, y la epidemia es algo así como la fiebre«, dispara ese discurso.

En esa sintonía, la cuarentena puso a la gente «en capilla» en pie de igualdad sin hacer diferencia de bolsillos.

Hay en las diversas lecturas, otras paradojas:

Se reivindica la fraternidad «todos juntos vamos a derrotar al virus», pero el medio para combatirlo es el aislamiento; se proclama la unión contra la epidemia más allá de las nacionalidades, pero se bloquean las fronteras.

Se apela a valores como la generosidad, al tiempo que se vacían los supermercados.

La mirada hacia el futuro, está sembrada de buenas intenciones y empedrada de algunos pecados capitales.

Por un lado, se trasunta un sentimiento de envidia en muchos de quienes vociferan que la enfermedad la provocaron los «ricos» -que pudieron viajar al exterior- y la pagan -sobre todo- los pobres.

Asimismo se reivindican valores que se habían puesto en duda: La salud pública -y otras necesidades esenciales- no puede estar sujetas al mercado. La preservación de la vida está al tope de los valores y la libertad de transitar se le puede subordinar en determinadas circunstancias.

Y dando una vuelta de tuerca, el egoísmo y la falta de solidaridad se vuelven un boomerang porque el que no pudo adquirir el producto en el negocio o el supermercado tiene un arma infalible contra la gula: la posibilidad del contagio. Atados por la suerte.

El virus amenaza con que no se puede mirar hacia otro lado para salvarse uno.

No faltan tampoco -como siempre- y es posible que se vayan incrementando las miradas conspirativas (este virus fue sembrado por…) El virus toma entonces un cariz geopolítico (en la disputa global) o económica (de las grandes farmacéuticas). Es el trabajo que le espera a políticos y sobre todo novelistas.

La multiplicidad de voces -a manera de versiones y afirmaciones cargadas de pseudociencia– esparcidas por redes sociales, wapps y páginas web, contrastan con la información seria de unos pocos medios.

¿Habrá una nueva configuración del mundo? Por lo menos todo indica que no será el mismo después del diluvio. Tal vez el siglo XXI haya durado dos décadas, hasta cuando se conoció el primer caso de coronavirus en China (ingresando desde entonces en la dimensión desconocida) y haya comenzado una nueva era… O quizá se trate de una pesadilla -que cada uno racionalizará a su manera- que nunca olvidaremos.

Mientras tanto cuídemonos…y que Dios nos ayude.

C.R

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