La Nación: Vaivenes de su ideario en un país turbulento

«La Política Mirada desde arriba», recorrido por la historia del diario «La Nación«, da cuenta de una línea editorial cambiante en economía (se deslizó del intervencionismo estatal al liberalismo económico) y -contra lo que generalmente se cree- respaldó al segundo gobierno de Juan Perón tras haber sido un férreo opositor en el primero). De ideas políticas democráticas, su contribución resutó fundamental para acabar con el «fraude patriótico», aunque a veces fue mesurado frente a rupturas institucionales (Para Acreditado, por Segundo Figarillo).

Una de las definiciones más recordadas del ex presidente, escritor y periodista, fundador del diario «La Nación» Bartolomé Mitre, fue que la Argentina tiene un destino republicano; es decir, que más allá de los percances que pudiera tener la democracia tal forma de gobierno y estilo de vida siempre estaba dispuesto a retornar, o sea, cualquier interrupción institucional sería una anomalía a repararse lo antes posible.

Bartolomé Mitre

Más allá de la visión crítica del libro «La Política Mirada desde arriba» de Ricardo Sidicaro, se infiere del mismo que el matutino mantuvo esa visión desde su primer número el 4 de enero de 1870 cuando se definió como una «tribuna de doctrina», aún cuando en algunos casos apeló a cierta «diplomacia» (como los mensajes «entrelíneas»; a veces por sobrevivencia, otras por coincidencia ideológica o de expectativas con los sectores a los que se dirigía y cuya voz de alguna manera «representaba»).

La fundación de La Nación representó un cambio respecto a su antecesor inmediato «Nación Argentina» que dirigía José María Gutiérrez y que había sido un soporte de la facción partidaria que llevó a Mitre a la presidencia en 1862.

La misma modificación del nombre lo indica. La idea del flamante diario era situarse por encima de los enfrentamientos políticos.

Sidicaro cuenta que el capital inicial de La Nación fue de 800.000 pesos corrientes, equivalente al valor del precio de 2500 hectáreas de campo en la pampa húmeda. El capital inicial estaba fraccionado en 32 acciones de las cuales Mitre, el mencionado Gutiérrez, Antonio Lezica, Anacarsis Lanús, Rufino de Elizalde, Cándido Galván y Delfín Huergo poseían cuatro cada uno, Juan Agustín García dos; y Francisco de Elizalde y Adriano Rossi una. A fines de 1879, Mitre adquirió la totalidad de las acciones.

Llamativamente, entre su fundación y 1901 el diario conoció cinco clausuras de parte de Sarmiento, Avellaneda, Juárez Celman dos veces (pos supuestas acciones revolucionarias); y por Julio Roca quien lo cerró por un día después que el periódico acusara al gobierno de ser «una hidra financiera a cuya cabeza se hallaba el banquero Morgan».

En 1870 La Nación, pasa de ser un periódico partidario a «tribuna de doctrina».

Esencia y pluralidad

A partir de sus comienzos, pueden tomarse algunos vectores (muy detallados en el libro en cuestión):

Pese a estar enrolado en una corriente liberal en su redacción participaron hombres de diversas ideas o partidos como Juan B Justo (líder del Partido Socialista), Alberto Ghiraldo (director del periódico anarquista La Protesta) o Leopoldo Lugones (que de la izquierda pasaría al nacionalismo extremo, al punto de proclamar «La Hora de la Espada», aunque en esta instancia ya se había alejado del matutino).

Un aspecto a destacar es que La Nación tuvo más afinidad con el Socialismo que con el Radicalismo sobre todo yrigoyenista, al que consideraba tendiente a la demagogia y al gasto público (siguiendo una prédica lanzada a comienzos del siglo XX contra la «empleomanía»), de tal modo que el diario hizo un balance muy critico de las gestiones de Yrigoyen y si bien estuvo lejos de tomar un actitud activa en defensa del golpe del 30 (como hizo su par «Crítica») se inclinó a sostener la necesidad de una renovación, aunque rápidamente se opuso al corporativismo de la dictadura de Felix Uriburu.

En cambio en más de una ocasión el partido Socialista fue ponderado por La Nación como un modo de canalización -en los carriles de la política democrática- de las demandas sociales. Además, para los analistas La Nación el socialismo tenía una doctrina (con la que disentía o coincidía) en cambio al radicalismo lo situaban como un partido que se agotaba en la lucha contra el fraude.

El diario de Mitre, más allá de mostrarse contrario a las acciones terroristas que algunos grupos propiciaron allá por 1910, también fue muy crítico de la ley de Defensa Social -que excluía de la nacionalidad a los extranjeros que propagaran ideas contrarias al orden público- por afectar garantías constitucionales.

En la lucha entre el laicismo y la injerencia de la Iglesia Católica, Mitre se inclinó por la secularización, defendió la Ley de Matrimonio Civil sancionada en tiempos de Miguel Juárez Celman, así como a Julio Roca en su conflicto con la Santa Sede, por ser la educación pública -en criterio del diario- de incumbencia del Estado.

En la etapa final de los gobiernos conservadores, La Nación vio primero con buenos ojos la candidatura de Udaondo, pero al carecer este de chances respaldó el programa de reformas de Roque Sáenz Peña -sobre todo la ley de voto universal, secreto y obligatorio-; mientras en las elecciones siguientes (en las que terminó triunfando Yrigoyen) el diario tuvo una posición cercana a la Democracia Progresista encabezada por Lisandro de la Torre, pero las disidencias internas dejaron a esa fuerza conservadora -aunque progresista en cuestiones sociales- sin posibilidades.

Como nota al margen, el libro acota que Emilio Mitre (sucesor de Bartolomé en la dirección de La Nación) había desarrollado ideas innovadoras que formarían parte de la ley Sáenz Peña, y de no haber fallecido en 1909 podría haber sido candidato por el Partido Republicano.

El radicalismo, relación compleja

El autor titula el capítulo dedicado a la primera administración nacional de la UCR de la historia. «La Oposición al gobierno de Hipólito Yrigoyen». El rechazo al «Peludo»en política económica fue desde dos ópticas que parecen contradictorias: Lo criticó por fijar precios máximos en los arrendamientos, y reclamó una política de protección arancelaria para el campo.

Con la pluma de Alberto Gerchunhoff condenó la xenofobia antisemita desatada durante la Semana Trágica en 1919. En realidad. la condena no fue a Yrigoyen por ese episodio provocado por la ultra derecha sino por no anticiparse a encontrar canales de solución para los conflictos entre los sectores patronales y los sindicatos.

De todos modos, más allá de las observaciones sobre Yrigoyen el diario mantenía las expectativas sobre la evolución del sistema democrático.

La llegada al poder de Marcelo Torcuato de Alvear fue vista como positiva por el diario, que ponderó la política internacional y el «antipersonalismo»; sin embargo requería mayor protagonismo estatal para orientar la economía. Contra lo que puede pensarse reclamó una acción más integral del estado que la sola defensa del sistema agroexportador, políticas que se ejecutarían en la década siguiente. Mientras tanto- destaca Sidicaro- La Nación no cejó en sus editoriales en la defensa de la democracia en oposición a las ideas lugonianas expresadas en sus propias páginas.

Ya anticipamos las discrepancias del diario con Yrigoyen, pero a la vez el rechazo al proyecto corporativista de Uriburu fue tajante, propiciando el regreso de Alvear.

En el período de 1932 al 43 (inaugurado por Agustín P Justo) el diario siguió en una tesitura intervencionista, sosteniendo v.gr que «ya no cabía pensar como si existiera libertad de mercado, pues en todo el mundo rige una economía dirigida». La intervención del Estado en la economía -apunta Sidicaro- era necesaria según el diario para fomentar la industria..

Aunque más cercano a Justo que a su predecesor, La Nación fue muy crítica en relación a su gobierno y los posteriores -de Roberto Ortíz Ramón Castillo– respecto al fraude electoral.

En síntesis la cosmovisión de La Nación sobre la después llamada «década infame» fue positiva en lo económico- administrativo y de imposible elogio en lo político, pese a lo cual las editoriales vieron con buenos ojos el rumbo de Ortíz en materia de transparencia electoral (por ejemplo su intervención en la provincia de Buenos AIres tras el triunfo mediante la trampa de Barceló) y el anuncio de reformas que el diario consideró similares en sus intenciones a la ley Sáenz Peña, pero que quedaron frustradas por la muerte del propio Ortiz y anuladas por el conservador Castillo.

Los abusos en las relaciones obrero- patronales y las jornadas de 14 a 16 horas con salarios muy bajos fueron puestos bajo la lupa de los editorialistas. que consideraron tractiva la experiencia norteamericana del New Deal (asistencia gubernamental tras lo coletazos de la crisis del 30).

De todos modos, entrando en los 40 La Nación se opuso a los incrementos impositivos implementados por Castillo y al aumento de la administración pública. En este último punto, paradójicamente coincidieron las grandes entidades (Unión Industrial y SRA, con el secretario general del Partido Comunista, Victorio Codevilla quien consideraba que ese plus de gasto público sería utilizado por Castillo para sobornar a sectores de la población.

La convulsionada situación internacional preocupaba a La Nación que observó actividades de grupos instigados por las potencias fascistas para ganar adeptos a su causa; además de dirigentes que simpatizaban con el Tercer Riech. En 1939 un diario El Pampero -financiado por la embajada alemana- llevo a cabo una campaña contra La Nación al que acusó de «sospechosas vinculaciones con los países aliados» y de haber sido vendido a capitales norteamericanos.

Perón: De «oposición militante» a «apoyo crítico»

En cuanto a la revolución nacionalista del 43, la principal advertencia de La Nación fue la neutralidad de ese gobierno, objeción que lo mantuvo en alerta hasta la ruptura de relaciones con el Eje a inicios del 44 (cuando era un hecho la derrota del nazismo). Otro punto de conflicto fueron las disposiciones del gobierno restrictivas de la libertad de expresión que terminó en una clausura del diario La Prensa. En cambio, evaluó de buena manera la gestión económica de Jorge Santamarina (permeable a los reclamos sectoriales) y detectó rápidamente que el hombre fuerte de ese gobierno era Juan Domingo Perón.

En el proceso electoral del 46 que consagró a Perón, La Nación tuvo una actitud más militante en su contra que analítica, calificándolo del «candidato no democrático«.

Una vez que Perón alcanzó la primera magistratura el enfrentamiento entre el presidente y el diario fue in crescendo, desde la cuestión económica (para el diario el IAPI que regulaba el precio de los cereales era una entidad nefasta) llegando al punto de máxima tensión cuando el gobierno impuso censuras de diverso tipo a medios y partidos políticos. Ese fue el detonante de una escalada ya que en 1947 habían sido cerrados el diario Provincias Unidas de la UCR, La Vanguardia del socialismo y se detuvo por desacato a Vicente Solano Lima (N de R: en el 73 sería candidato a vice de Cámpora) titular de «Tribuna Demócrata».

«A mediados de 1949 -subraya Sidicaro- La Nación denunció torturas infligidas por la policía a opositores al gobierno». También el diario de Mitre, rechazó de plano el juicio político que terminó eyectando a cuatro de los cinco jueces de la Corte Suprema (N de la R: solo quedó Tomás Casares, peronista procedente del nacionalismo).

El hostigamiento a los medios detonó con la clausura del diario La Prensa producto de un proceso que comenzó en enero del 51 con un conflicto con el sindicato de vendedores de diarios, y fue ejecutado en el Congreso por John William Cooke. La Nación fue enfático en condenar esa violación a los derechos de expresión y de propiedad contra su colega.

Finalmente no se llegó a esa instancia con La Nación, a la que se la hostigó suspendiendo los permisos de cambio para importar papel de diario, pese a lo cual el diario resistió.

Las cosas cambiaron con la reelección de Perón. Su nueva postulación -afirma Sidicaro- recibió el apoyo de entidades que seis años antes se habían alineado en las filas de la Unión Democrática. La Sociedad Rural Argentina, la Bolsa de Comercio y cámaras patronales adhirieron a la candidatura de Perón.

En 1952 -especifica Sidicaro- la palabra de Perón se convirtió para el diario en fuente inagotable de coincidencias en el plano de las ideas económicas, cercanía que se fue afinando a medida que Perón tomó posturas cada vez menos estatistas (como el acuerdo que firmaría con la Standard Oil en el 54) En ese contexto -añade el autor- el diario no se forzó para despedir en una necrológica equilibrada y profundamente respetuosa a Eva Duarte de Perón.

Un acto terrorista en 1953 contra Perón en Plaza de Mayo recibió la condena absoluta del diario que también tuvo una mirada contemporizadora hacia la ley de divorcio dictada en el marco del enfrentamiento de Perón con la Iglesia, tema en el que de acuerdo a Sidicaro tomó una posición relativamente neutra. Cuando Perón lanzó frases amenazantes («Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos») el diario prendió un foco expresando que «cualquier situación de inquietud no era conveniente para el clima inversor».

El golpe de Estado fue tomado editorialmente por La Nación de un modo «desapacionado», mucho menos satisfactorio que respecto al desplazamiento de Castillo e incluso al derrocamiento de Yrigoyen.

Rupturas y continuidades ante una política compleja

Con la Revolución Libertadora de 1955 La Nación tomó una postura de apertura bajo la premisa de que se proceda a la «reconstrucción de las instituciones democráticas» pregonando la necesidad de la «reconciliación nacional».

Bajo esa óptica, «debía excluirse tanto el revanchismo, como evitar retrotraer la política a las prácticas anteriores del fraude patriótico».

Muy pronto el diario manifestó resquemores respecto al presidente Eduardo Lonardi -compartidos por los sectores más liberales que acompañaron la Revolución del septiembre- ante la excesiva influencia sobre el presidente de grupos de ideología nacionalista de derecha como el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Mario Amadeo y el secretario de Prensa y Actividades Culturales, Juan Carlos Goyeneche, defensores del franquismo.

En cambio, fue objeto de especial elogio la designación de Alfredo Palacios como embajador en Uruguay.

Si bien el editorialista acordaba con mantener las conquistas obreras, sostenía la importancia de recobrar la libertad sindical.

Cuando sectores militares sustituyeron a Lonardi por Pedro Eugenio Aramburu el matutino expresó su satisfacción. El flamante ocupante de la Casa Rosada intervino la CGT, restituyó la libertad de prensa (N de la R: no respecto al peronismo) y disolvió el partido justicialista. La Nación no trepidó en elogiar la represión ordenada por el almirante Isaac Rojas contra el levantamiento de oficiales peronistas (que concluyó en la aplicación de la pena de muerte a Juan José Valle y quienes lo acompañaron en ese momento). En cambio esbozó críticas a la implementación de organismos intervencionistas.

La Nación se había deslizado decididamente hacia el pensamiento económico liberal más allá de las personas; por eso en la etapa de Arturo Frondizi apoyó especialmente la etapa en que fue ministro de Hacienda Alvaro Alsogaray, pero marco distancias de este último cuando en la presidencia de José María Guido impuso altas retenciones al campo, e incrementó la presión fiscal. Respecto a Alsogaray, el diario le abrió en varias oportunidades sus páginas, pero marcó diferencias como la mencionada, o cuando siendo ministro con Frondizi el luego jefe de la UCD pidió a las empresas que no publiciten en el diario La Razón.

Contemporánea al mandato de Frondizi explotó la revolución Cubana que el diario recibió con los mayores augurios, postura que mantendría hasta 1960 cuando Fidel Castro se plegó al bloque liderado por la URSS, momento en que pasó a a ser muy crítica.

El Che Guevara leyendo La Nación, primero entusiasta con al revolución cubana, después muy crítica.

La Nación discrepó con el posicionamiento internacional que tomó Frondizi bajo la influencia de Rogelio Frigerio con tendencias de izquierda.

En la etapa de Guido las cosas giraron en relación a la disputa entre azules y colorados. Hasta que asumió el gobierno Arturo Illia con quien el diario mantuvo una cosmovisión económica diferente, tomando distancia por ejemplo de la estatización de los contratos petroleros.

De todos modos, de entrada el diario fue muy contrario al golpista Juan Carlos Onganía fundamentalmente en el plano cultural, la falta de libertad de prensa y las políticas educativas. También condenó que el militar haya puesto diversos tiempos (político, económico, social) condicionando a esas etapas la convocatoria a elecciones. El único punto de acuerdo giró en torno a la orientación que tomó cuando fue jefe de Hacienda, Adelbert Krieguer Vassena.

En cuanto a Roberto Levingston poco se podía esperar -apuntaba el diario- por la heterogeneidad del gabinete, por lo que dentro de la Revolución Argentina solo mostró conformidad con la llegada de Alejandro Lanusse por sus antecedentes antiperonistas, pero también por la decisión de convocar a elecciones.

Del tramo electoral que llevó al poder a Héctor Cámpora, el diario rescató la victoria como senador de Capital de Fernando De la Rúa frente al nacionalista Sánchez Sorondo.

Al violento interregno de Cámpora siguió a una apertura de crédito del diario al último Perón a quien se lo vio como capaz de arreglar el vacío de poder (hubo rispidez cuando la CGE y la CGT llamaron a boicotear al diario Clarín, entonces La Nación se solidarizó con este úlyimo); pero a partir de la llegada de Isabel Perón la visión del diario fue muy negativa, por ejemplo respecto a las autoridades ultamontanas que quedaron a cargo del ministerio de Educación (Oscar Ivanisevich que desplazó a Jorge Taiana) y en la Universidad de Buenos Aires, Alberto Ottalagano.

La revista ultranacionalista Cabildo le puso a La Nación el mote de marxista malgre lui, sugiriendo que los liberales (englobabando en ese delirio a personajes tan distintos como Alsogaray, Gelbard, Krieger Vasena y Gómez Morales) eran manipulados por el comunismo.

Apenas después de asumir Isabel fueron asesinados el radical ex ministro de Lanusse, Arturo Mor Roig (por Montoneros) y Rafael Ortega Peña (por la Triple A).

El Proceso de Reorganización Nacional (iniciado el 24 de marzo del 76) fue recibido por La Nación con la esperanza de un giro que permitiera retomar la senda democrática. En ese sentido -dado que los militares anunciaron que se iba a convocar a elecciones en cuando se «alcanzaren los objetivos»- el discurso fue tomado con mejores expectativas que el de Onganía.

Las posiciones de La Nación frente al gobierno de Jorge Rafael Videla no estuvieron exentas de polémicas. En líneas generales, sobre la gestión económica hubo una oscilación optimista al comienzo, con expectativas decrecientes en relación al paso por Hacienda de José Alfredo Martínez de Hoz.

Sin duda el tema más espinoso fue la cuestión de las violaciones a los Derechos Humanos. En este plano, siguiendo a Sidicaro se puede sintetizar diciendo que la prioridad desde el punto de vista editorial pasó por poner un coto a la subversión y que La Nación solo defendió a las victimas que evaluó «insospechadas de lazos con la guerrilla» (Hidalgo Solá, Elena Holmberg, Dupont al final); en tanto prefirió frente a otras denuncias de actos sospechosos de terrorismo de Estado hacer críticas «entrelíneas». Cuando se conoció la desaparición de los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Gutiérrez Ruiz el diario sostuvo en un editorial titulado «El Imperio de la Muerte» que «si persistimos en no defendernos con los recursos legítimos a nuestro alcance, nos aproximamos cada vez más al abismo«.

Según Sidicaro, el «talón de aquiles» del diario para no confrontar de plano -como por ejemplo La Prensa- con la última dictadura militar, fue la participación en la sociedad de Papel Prensa que le quitó independencia, además de parecer una contradicción -los privilegios de esa sociedad comercial- con el discurso contrario al intervencionismo estatal.

Papel Prensa en su momento había sido propiedad del grupo Civita y presionado por Gelbard tomado por Graiver a cuya familia el gobierno militar le quitó el diario tras la acusación de que era financiado por Montoneros.

Según Sidcaro, el diario también habría sido tibio -sobre todo en la etapa inicial de Videla- por acompañar a sectores de la sociedad y de la clase media.

Cuando ocurrió el asesinato de los curas palotinos y ante las denuncias cada vez más acuciantes, el diario puntualizó que si bien en su criterio la violencia armada había empezado del lado de la guerrilla había «canales no suficientemente controlados» y sugirió al gobierno militar vigilar esas prácticas en un tono que de acuerdo a Sidicaro debió ser más claro y contundente . Desde la llegada de la dictadura las FAA impusieron la censura de diversos modos, pese a lo cual algunos medios arriesgaron más que otros.

La Nación condenó como ataque a la libertad de expresión cuando el gobierno clausuró el diario Los Principios, o censuró el estreno de la película Manhattan de Woody Allen.

El resto de la etapa del Proceso fue vista como un desenlace, la de Roberto Viola como timorata y la de Leopoldo Galtieri solo hubo un momentáneo respaldo a la nominación de Roberto Alemann en economía, pero luego vino la Guerra de Malvinas que La Nación la siguió primero con expectativa, aunque con cautela, y manifestó una especie de perplejidad ante el abrazo del Canciller argentino Nicolás Costa Méndez con Castro, y la alianza de la argentina con países de la órbita comunista.

La Reconstrucción

La llegada a la Casa Rosada de Raúl Alfonsín contó con el beneplácito del diario. «El comienzo de la gestión de Alfonsín fue visto por La Nación como el inicio de una etapa histórica portadora de un auspicioso futuro», rememora Sidicaro al inicio del capítulo «La Reconstrucción de la Democracia«.

El triunfo sobre el hasta entonces imbatible peronismo, la invocación de Alfonsín al Preámbulo de la Constitución Nacional al comienzo de cada discurso fueron enfatizados por La Nación. Durante el período de Alfonsín, el matutino se ubicó un tanto a la derecha, acompañando en general las políticas democráticas y laicas, pero confrontando las decisiones en materia económica y de política internacional. El Plan Austral fue ponderado por un conjunto de colaboradores, no así el Primavera y el modo en que se desató la hiperinflación, bajo la óptica de La Nación por el estatismo y el exceso de gasto público.

En cuanto a la cuestión militar, el diario elogió el Juicio a las Juntas, aunque desatadas las crisis por levantamientos castrenses considero necesaria una solución política.

El libro cierra con el modo en que el diario recibió al gobierno de Carlos Menem, con la cautela puesta sobre lo institucional, pero entusiasmada con la inclinación del riojano hacia políticas de libre mercado.

El diario -especula Sidicaro- tenía que conjugar la buena predisposición hacia los principales sectores socioeconçomicos con ciertos aspectos (institucionales) que inquietaban al sector menos materialista de la opinión pública».

Balance:

Sidicaro recuerda,una frase de Federico Pinedo (ex ministro de Justo): «

Sin el editorial de La Nación aconsejando a los conservadores aceptar el triunfo de Yrigoyen éste no hubiera sido designado presidente por el Colegio Electoral», también -acota Sidicaro- que probablemente si los mandos militares hubieran aceptado las sugerencias de La Nación algunos golpes militares no hubieran ocurrido y la economía habría tomado otro rumbo -más intervencionista con Alvear o liberal en los 50-; o si quienes ejercian la conducción del área hubieran aceptado las ideas del matutino; así como pese a las advertencias de La Nación las prácticas fraudulentas no se modificaron durante mucho tiempo.

En definitiva, con «tribuna de doctrina» -explica el autor- se quería decir que el diario le prestaría su voz a la clase dirigente sin mimetizarse con ella (por tener objetivos distintos)… pero también le hablaba.

Sidicaro concluye en que no fueron pocas las oportunidades en que los actores interpelados debieron pensar, al sopesar sus decisiones, «Lo dijo La Nación».

Tapa del libro comentado.

Frases, de yapa:

Para Mitre, no era un negocio: Para el ex presidente y fundador de La Nación, el diario era sobre todo un promotor de ideas políticas. Lo comercial era secundario. Relata Sidicaro en el libro que tras la crisis del 1890 el acuerdo de Bartolomé Mitre con Julio Roca implicó una ruptura de la Unión Cívica en Nacional y Radical, tras la cual muchos adherentes a este último sector molestos con esa movida dejaron de comprar el diario.

Y cuenta una anécdota de entonces recogida por varios biógrafos: Cuando el administrador Enrique de Vedia le comunicó a Mitre que los suscriptores se borraban en forma alarmante, Mitre contestó: «Cuando haya renuncado el último imprima dos: uno para Ud, otro para mí».

Juan Domingo Perón (sobre su punto de vista acerca de las tendencias del periodismo argentino) al senador chileno Arturo Alessandri en carta del 29 de agosto del 49: «Usted sabrá que mi gobierno solo tiene influencia sobre el diario Democracia que habiendo sido de mi señora obedece a su orientación y la mía. Es el maturino peronista de mayor tiraje, 400.000 ejemplares. Los demás diarios no están sometidos a control alguno…A veces me pegan fuertemente a mi, pero es un inconveniente y forma parte de la función de gobernar. La Prensa y La Nación son diarios de oposición en manos de la oligarquía argentina,y pagos en forma disimulada por los intereses foráneos. Con ellos no hay posible acción, salvo la polémica por medio de los diarios que nos son afectos. Critica antiguo órgano de Botana, hoy es propiedad de la esposa, de tendencia comunoide. Noticias Gráficas que pertenece a un consorcio financiero privado, hace sensacionalismo para vender más; La Razón es peronista… El Líder, es un órgano de la asociación de Empleados de Comercio, El Laborista diario clasista perteneciente a los obreros, La Epoca pertenece al diputado Colom que es de esos hombres difíciles de controlar y manejar, y a pesar de ser amigo y correligionario como periodista hace lo que quiere«.

N de la R: En 1951 fue clausurada La Prensa.

Otra vez Perón: (al sentirse traicionado por el Golpe de la Libertadora): «La huelga general estaba preparada y no salieron. Lo dirigentes, con Di Pietro a la cabeza, y toda la CGT lista para parar el país… ¡y no pararon! Trataron de arreglarse con los que venían».

Carlos Menem (gobernador de La Rioja, año 1975): «No es un secreto que existe una prensa rastrera y que los espurios intereses manejados por empresas periodísticas juegan a la distorsión y el caos… Así como las tierras tienen que ser para quienes las trabajan, los diarios deberían pertenecer a los asalariados que los producen».

Otra vez Menem, pero el año anterior: «MItre fue traidor», dijo para justificar el cambio de nombre de una plaza de su provincia por el de Chumbita (y de Sarmiento por Facundo Quiroga). Nadie podrá borrar la dignidad del pasado», respondió La Nación, y se agregó el reproche del titular del Instituto Sanmartiniano de La Rioja.»No es inverosímil pensar que nunca mas el liberalismo perdonaría al entonces gobernador», ironiza SIdicaro.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.