¿Morir de amor, o vivir enamorado?

Relectura del clásico»El Amor y Occidente», un recorrido histórico por las formas de la pasión. Del sentimiento religioso al endiosamiento de la mujer; del «placer por sufrir» a la felicidad. El matrimonio como promesa.

El amor pasión con reminiscencias religiosas en la antiguedad, en la modalidad del amor cortés entrada la Edad Media o más adelante teñido por el romanticismo; dejó sus marcas -aunque desteñidas- en la vida moderna. Pero, ¿puede reproducirse esa manera de relacionarse en los actuales vínculos de pareja?

«El amor feliz no tiene historia» nos dice Denis de Rougemont en «El Amor y Occidente», tomando en cuenta las expresiones más sublimes de la novela, la poesía, la lírica y el arte en general.

En una recorrida por las librerías del centro -días antes que se desatara la pandemia- éste cronista de Acreditado encontró un ejemplar de dicha obra al precio de un libro nuevo y procedió a «desempolvarlo» de su biblioteca para hacer una relectura del mismo. (1)

Denis de Rougemont comienza la interpelación recurriendo al mito de Tristán e Isolda primero en la versión del normando Béroul (2). Básicamente, lo que señala el escritor suizo es que Tristán no está enamorado de Isolda, sino que es la «pócima» que toma (una tradición celta) produce su reacción; cuando el efecto del filtro concluye la pasión se apaga… Es como un torbellino, mientras dura. «¡El amor forzosamente os nos agita!» (Béroul).

Desde la antiguedad hay algo de inalcanzable en ese tipo de amor. Para Platon es una especie de entusiasmo que significa «endiosamiento», un amor platónico.

En lo religioso con la aparición del cristianismo se aspira a la trascendencia de los actos terrenales, al punto que «la pasión sin contacto físico es la extrema virtud«, puntualiza el autor. Pasión que como explica la profesora de Literatura Inglesa, Nora Kreimer,entre los celtas es sufrimiento – vinculado a la pasión de Cristo– y en la relación con la mujer está referenciada en el culto en el siglo XII a la Virgen María.

Ese tipo de amor va derivando en narcisismo. «Te buscaba fuera de mí, pero no te encontraba porque estabas dentro de mí», especulaba San Agustín.

Porque de alguna manera es más importante el «amor al amor» que el objeto de ese amor. Y existe una especie de orgullo por plasmar ese sentimiento.

A propósito de ello, Denis de Rougemont cita a Christien de Troyes: «El mío difiere de todos los males; pues me place; en el me complazco; mi mal es lo que de él quiero y mi dolor es mi salud. No veo, pues, de qué me lamento, pues de mi bien viene mi mal; es mi querer lo que se convierte en mal mío; peso es tan de mi grado quererlo así que sufro gratamente, y tanta alegría hay en mi dolor que estoy enfermo de delicias».

El endiosamiento, el narcisismo y la pasión llevará desde la temprana Edad Media -de la mano de cátaros y trovadores- a una especie de regodeo por padecer que termina en una obsesión del amante por la amada.

En ese amor idílico, el éxito parecería ser la derrota. «El combate del amor del que hay que salir vencido«. Como subraya el autor de El Amor Occidente: «Retacear el placer es la astucia del deseo».

Este tipo de «construcción» del sentimiento -que hoy en día puede parecer enfermizo- está moldeada por los textos, aunque parezca demodé. ¿Cuantos hombres (seres) estarían enamorados, si no hubiesen oído hablar jamás del amor?, se preguntaba La Rochefoucauld.

Por otra parte, como indica la experta Nora Kreimer «el fundamento del amor cortés es el del poeta que sitúa a la dama en un nivel superior, ya la ama desde lejos, la considera inalcanzable!

Petrarca (y su amor con Laura) es uno de los autores en que más se vislumbra este tipo de vínculo:

Y bendigo el lugar, el tiempo y hora que a la alteza miré que me sostiene y a mi alma digo: alegre ser conviene quien fue de tanto bien merecedora

Pero ese amor como si fuera a un Dios de alguien mortal, va a llevar a una reacción de la burguesía: la picaresca que es un «petrarquismo al revés».

En Cervantes nos topamos con una burla a la caballería celestial a través dela imposibilidad de Don Quijote y el realismo de Sancho Panza.

No se trata de hacer una exégesis de un libro tan complejo como «El Amor y Occidente», menos por no ser quien esto escribe un especialista. Se trata de hacer -a vuelo de pájaro- una recorrida por lo que fue toda una poética y una forma de entender el amor y como ha llegado hasta nuestros días. Por eso se omiten varias de las obras y autores analizados como Romeo y Julieta de Shakespeare., para ir llegando a la cúspide del romanticismo con autores como Novalis que sintetiza lo que estábamos diciendo: «Cuando huimos del dolor es que no queremos amar«.

Como apariencia un contraste; en el siglo XVIII el donjuanismo es la infidelidad constante, pero en el fondo también es la búsqueda de una mujer ideal jamás encontrada (porque no existe), por lo cual Don Juan pasa de la mujer «soñada» a la «mujer objeto» (como una vuelta de tuerca, podríamos sostener que lo mismo ocurre con la mujer que buscando el príncipe azul y queda siempre insatisfecha).

En «La Nouvelle Eloise» de Rousseau -desde una visión secular- hay una postergación del deseo. «Las dulzuras de la amistad, atemperan los arrebatos del amor», desliza a través del personaje Siant-Preux sobre el diluir de una relación secreta que mantiene con Julia y se torna idílica.

Dicen que soy aburrido

En definitiva, esa épica del amor pasión entraña una especie de zozobra y angustia que nutre las historias.

«Amamos el dolor y la felicidad nos aburre un poco», exclamaba en esa línea Stendhal. Y es lo que quiere señalar Denis de Rougemont cuando afirma que «el amor feliz no tiene historia».

Mas ese mundo romántico, reflexiona De Rougemont, se termina vulgarizando en las novelas contemporáneas a su época, por llamarlo de alguna manera en los folletines. La pasión pasa a ser obsesión por el lujo y las aventuras exóticas desprovistas de todo ese velo con que rodeaba al amor el ascetismo. De tal modo, el autor menciona diversas versiones que ridiculizaron el mito (v.gr, exponiendo a los protagonistas principales como un trío de amantes).

Con el cine norteamericano -destaca el texto en cuestión- se produce una metamorfosis en el tratamiento del tema, se impone el happy end donde todo termina en un largo beso final con fondos de rosas. El romanticismo a la antigua desaparece y en las comedias amorosas prima la vulgaridad, pero esa masificación del amor, el deshacerse de las ataduras va también de la mano con la democratización de las sociedades. Un aspecto nada menor para los temas de los que suele tratar esta página y del que consiste el siguiente apartado.

Pasión: Nacionalismo y política

Hay un discurso bélico en el amor que aparece en términos como conquista, flechazo… pero más allá de las metáforas, cuando las pasiones desenfrenadas pasaron del plano de las vida privada a lo colectivo derivó en experiencias dolorosas para la humanidad. «Vivimos con un corazón lleno, en un mundo vacío», espetaba Vigny, poeta romántico francés con nostalgias del imperio.

Escena de «Vientos de Pasión». Una maestra queda en medio de la disputa entre Católicos y Republicanos en la Francia de comienzos del S XX

A partir de la Revolución Francesa surge el concepto de Nación; y la Nación; y la Guerra están vinculadas con el amor y la muerte. La Nación es la trasposición de la pasión en el plano colectivo. «La Revolución se va a combatir con el corazón de los soldados», cita De Rougemont a Foch. El autor de El Amor y Occidente recuerda que tras la batalla de Vigny (ganada por los sans coulottes contra la cienca exacta) Goethe sentenció: «Desde este lugar, desde este día, comienza una nueva era en la historia del mundo». Se había abierto la etapa de las guerras nacionales. Y cuando se impone el excluyente nacionalismo alemán la humanidad va hacia la catástrofe porque ya no se trata de liberar al individuo de una monarquía o exportar la revolución (aunque también se perdieron numerosas vidas humanas en aquellos episodios), sino que es un nacionalismo al que no le alcanza con defenderse y vencer, sino que consiste en aniquilar a un pueblo completo y en el crimen sádico, lo que llevó al totalitarismo y la guerra total.

Ya en la poesía romántica germana está configurado el espíritu que privilegia la noche sobre el día.

En política el estado totalitario se sostiene en la guerra permanente «Todo lo que la educación totalitaria niega a los individuos aislados lo remite a la nación», apunta el escritor helvético.

El amor y el matrimonio

Volviendo al amor: ¿Si hablamos del matrimonio también nos referimos a la pasión?

Denis de Rougemont le dedica varios apartados al vínculo matrimonial, reflexiones que se podrían extender a una convivencia extensa.

El equívoco -entiende el autor- consiste en querer poner en el matrimonio las caracterísicas del mito; o sea pretender estabilidad para una tipo de «amor imposible» que podría reflejarse en el dicho enamorarse (tomar la pócima) hasta la muerte.

El error del romanticismo es fundar el matrimonio sobre el amor pasional, sostiene De Rougemont, en una afirmación que le deparó críticas a las que respondió que con eso no quiso excluír la pasión del matrimonio, sino señalar que no está en su esencia.

«Una vida aliada a otra para toda la vida es el milagro del matrimonio -continúa diciendo- Es una vida que quiere mi bien tanto como el suyo, porque está confundido con el suyo y si no fuera para toda la vida sería de nuevo una amenaza».

¿Cuántos hombres saben la diferencia entre una obsesión que se sufre y un destino que es asumido?, se inquiere el autor.

Y cierra tal especulación con un destacado. «Estar enamorado no es necesariamente amar. Estar enamorado es un estado; amar es un acto. se sufre un estado, pero se decide un acto. El compromiso entonces no podría honradamente aplicarse al porvenir de un estado en el que nos encontramos hoy, pero puede implicar el porvenir de actos conscientes que son asumidos: amar, permanecer fiel, formar un hogar, criar hijos, etc. En cambio, el imperativo «enamorate» sería carente de sentido, o si fuere realizable, privaría al hombre de su libertad».

Para concluir, de acuerdo al autor, la consistencia de una pareja no es vivir enamorado; y menos morir de amor: Es en cambio: Amar amando … y ser amado.

  1. Publicado por primera vez en 1938, la edición que circula es la cuarta correspondiente a 1986.
  2. Tristán nace en desgracia. Su madre Blancaflor no sobrevive a su nacimiento y el padre acaba de morir. El rey Marcos de Cornualles se lleva al huérfano a la Corte; Tristán se defiende del ataque de un gigante Morholt a quien mata, pero recibe una estocada envenenada. La reina de Irlanda es la única que puede salvarle y él (Tristán) viaja a verla, pero tiene que ocultarle quien lo hirió porque ella es la hermana del gigante. La princesa real, Isolda lo cura y lo cuida. Ese es el prólogo. Màs adelante ella descubre que el herido es el asesino de su tío, le saca la espada a Tristán y quiere matarlo, pero este le comenta la misión que le encomendó el rey que es ir a buscarla; Brangania (una ayudante) les da por error una pócima destinada a los esposos y Tristán e Isolda se confiesan enamorados. De todos modos, Tristán lleva a Isolda al rey (Brangania la primera noche se hace pasar por Isolda). Luego ocurren varias peripecias, lo cierto es que son descubiertos y huyen Pasado el efecto del filtro, Tristán se arrepiente e Isolda añora la Corte. Ella pide un juicio para probar la fidelidad y es bajada de un barco por un campesino. Jura Isolda que nunca estuvo en manos de ningún hombre aparte del rey y del campesino (que es Tristán disfrazado). Tristan cree que ella ha dejado de amarle y se casa con otra Isolda (la rubia) Finalmente es herido de muerte y recurre a buscar nuevamente a la ahora reina de Cornualles. Ella atormentada por los celos se acerca al lecho de Tristán y le anuncia que la vela de la embarcación en que llegó es negra. Tristán muere e Isolda la rubia abraza el cuerpo de su amante y muere.

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