Un hombre trata de salvar una relación que va hacia el precipicio, pero acaso: ¿no es mejor haber amado y perdido, que no haber amado nunca? En ese andarivel de los sentimientos llevados al limite se mueve la última novela de Julian Barnes, «La Unica Historia».
¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos?» La pregunta que abre el juego lleva un efecto de rosca -como el top spin en el deporte de las raquetas-; sin embargo, en el párrafo siguiente el propio autor la reconoce inconducente pues -apunta- «no tenemos elección… ¿Quién puede controlar cuánto ama? Si se puede controlar, entonces no es amor».
La trama de «La Unica Historia» (publicada en Argentina el año pasado) transcurre en las cercanías de Londres a inicios de la década del 70. Paul Roberts tiene 19 años y ha concluído el primer año de la universidad cuando durante ese verano, en un club tradicional de tenis, conoce a Susan Macleod de 48 con quien se anota para competir en un doble mixto. Ella tiene un juego más pulido, él ganas de obtener el campeonato; llegan hasta cuartos de final mas el score será una anécdota, detrás de las raquetas comienza un juego de seducción que desatará un remolino.
Susan es casada, aunque hace años duerme en pieza separada de su marido Gordon -con quien tiene dos hijas-; Paul es hijo único, vive con sus padres. El vínculo de Susan y Paul se va transformando en un romance contra las convenciones de la época, no aprobada excepto por los amantes; y eso es lo que les atrae. «El rechazo de todos«.
Pero esa relación aventurera entre la mujer madura, inteligente, y el muchacho ingenuo e inexperto, se irá desbarrancando lenta pero inexorablemente. Ella se va sumergiendo en el alcohol y «enrollando» en elucubraciones, en tanto el joven luchará con todas las fuerzas para salvar ese amor del tiempo, que lo va consumiendo a fuego lento.
La novela no busca atrapar desde el misterio (en la primera parte adelanta el destino de Susan), sino que -a medida que avanzan los acontecimientos- trabaja en la profundidad de los sentimientos, en las huellas que dejará en el ahora adulto -que hace memoria- esa experiencia determinante para el resto de su vida.
En los primeros dos capítulos (de los tres que conforman el libro) se desarrollan las circunstancias. El amor entre Susan y Paul pronto dejará de ser clandestino; cuando trasciende que son pareja ambos son expulsados del club de tenis y deciden partir hacia una casa en las afueras -en Henry Road– donde vivirán una década (hay alguna reflexión política desde lo sarcástico, como cuando en una reunión de socios, él dice que no le interesa la política, a lo que un miembro del comité le responde. «Ello significa que eres conservador«).
Susan regresará cada tanto a la casa en Village -donde vivía con su esposo- para arreglar la división de bienes y regresará varias veces con golpes en el rostro; pese a lo cual no se anima a denunciarlo, ni a pedir el divorcio. Después recurrirá a médico, psiquiatra,etc; siempre apuntalada por Paul que no se dará por vencido hasta cerca del final. Joan -una amiga en común- no alcanza como contención, apenas puede con su soledad.
Set final
Entrando en el último apartado el personaje principal masculino va entrelazando sus reflexiones con los episodios que suceden como trasfondo.
El texto irá en un ida y vuelta entre el presente -del ahora abogado que realiza también oficios burocráticos y tareas de marketing- (por lo que Susan deja de ser el sostén del dúo) y el despliegue del pasado. A medida que la convivencia se va tornando imposible, él comienza a viajar con desesperación de un país a otro, busca refugio en otras mujeres, pero no consigue olvidar a Susan que ha quedado con una de sus hijas de prácticamente la edad de Paul.
Este último, marcado por la experiencia, cambia de postura frente al sexo femenino. Prueba un par de approach -sin temer ser abandonado o abandonar-… Eso en los planes, en la realidad le es imposible no sentirse manipulado o manipular. En una oportunidad, María -una dulce y tranquila española- amenaza con suicidarse, pese a que él no le ha garantizado estabilidad; otro vez, Kimberly una norteamericana con la que se empieza a imaginar un futuro -al punto que le propone matrimonio- lo abandona con un «Paul las cosas no funcionan así«.
Y el hombre va anotando… Especula si en alguna etapa ha sido feliz, evoca los instantes en que Susan le insuflaba confianza, y rescata cuando se entendían solo con mirarse… la piel, los momentos de disfrute (ahí es cuando desliza que «es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca») y compara la trayectoria con compañeros de su generación. Todos de alguna manera han sufrido, naufragado y flotado, cada uno a su manera.
En ese mar de dudas se agitará su pensamiento acerca de si son más verídicos los recuerdos felices o los infelices; y desarrolla digresiones sobre el matrimonio; la diferencia que implica enamorarse para varones y mujeres; el trabajo; y las metamorfosis propias del transcurso del tiempo. «Cuando eres joven no tienes ningún deber con el futuro, pero cuando eres viejo tienes un deber con el pasado», afirma; y va concluyendo que en el amor todo (o nada) es verdad o mentira, porque es el único terreno en que es imposible decir algo absurdo. Tan absurdo, quizá, como hacer hipótesis sobre el sentido de al vida. Otra vez a modo de interjección, lanza: «¿La vida es triste pero hermosa, o hermosa pero triste?» En algún momento, Paul vestido de escritor jugará a modificar la trama; ¿Y si se hubiera conformado con ser amigo de una dama que más que lo duplicaba en edad?; tal vez después se habría enamorado de una de sus hijas (Martha, o más probablemente Clara de carácter más parecida a Susan). Pero las cosas son como son, o fueron, aunque la imaginación pueda construir una realidad paralela. Después de todo, es una de las funciones de la ficción.
Como parte de una larga reflexión, yendo al meollo de la felicidad un Paul ya entrado en años se pregunta si existe alguna vara objetiva para medirla. La respuesta llega de antemano, otra vez a modo de sofisma: «¿Finalmente ser feliz no es declararse feliz?»
Para el intérprete, autor de estas líneas una de las aseveraciones más corroborativas del libro en cuestión es que «todos tienen su historia de amor, ficticia por momentos, cierta en otros», no hay nadie que pase por este mundo sin vivir tal emoción . Que la quiera o sepa contar es otra cosa.
Por boca del protagonista, Barnes dirá a modo de colofón que «el amor no cabe en una definición, sino en un relato«. No hay otra historia.
