En estos días se cumplen 140 años de la célebre conferencia de Juan Bautista Alberdi en la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Entretelones del acontecimiento y como lo cubrieron “La Nación” y “La Prensa”.
Difícil imaginar la sensación que habrá invadido a los jóvenes, recién egresados como abogados, aquel 24 de mayo de 1880 al ver ingresar a Juan Bautista Alberdi a la Facultad de Derecho para tomar parte del acto de colación de grados en el que recibirían sus diplomas.
El discurso de cierre de Alberdi terminó siendo una pieza magistral del tucumano. Titulado “La Omnipotencia del Estado es la Negación de la Libertad Individual”, el mismo hacía eje en el individualismo –como “egoísmo bien entendido”- contrapuesto a los conceptos de Patria y Estado que lo anulan.
Antes de entrar en el eje de esa ponencia, cabe una mención al contexto que rodeó aquella aparición pública del personaje.
En ese entonces, Alberdi estaba próximo a cumplir 70 años y era un intelectual ya consagrado por la calidad de sus textos, así como por su participación clave –junto entre otros a Domingo Faustino Sarmiento, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez– en el grupo de pensadores cuyas ideas influirían de manera decisiva en la Argentina posterior a Juan Manuel de Rosas.
Pero el autor de “Bases y Puntos de Partida…” había pasado la mayor parte de su vida en el exterior; desembarcando en Buenos Aires en agosto de 1879 tras estar cuarenta años fuera del país (desempeñándose como periodista o asesor legal primero; representante en Europa de la Confederación Argentina presidida por Justo José de Urquiza, después).
La ciudad con la que se encontró, con iluminación a gas en las calles (que de polvorientas habían pasado a ser rellenadas con piedras); múltiples cafés, tiendas; el teatro Colón; inmigración incesante; etc) era muy distinta a la “aldea” porteña que había dejado; y si bien él mucho tuvo que ver con esa metamorfosis fue recibido con cierta frialdad, más allá de la admiración que le declamaron antiguos amigos e incluso adversarios.
Asimismo, la octava década del siglo XIX se iniciaba en un contexto muy complicado con el estallido del conflicto por la federalización de Buenos Aires que aunque Alberdi defendía (su última gran obra fue “La República Consolidada…”), el haber acompañado la movilización de las autoridades hacia Belgrano -donde el presidente Nicolás Avellaneda enfrentado con Carlos Tejedor había trasladado la sede del gobierno nacional- le costaría la diputación por Tucumán que apenas había juramentado.

Jornada Inolvidable
Pero retrocedamos unos meses al epicentro del suceso que evocamos en esta nota. Nos ubicamos en Moreno 350, sede de la Facultad que aún estaba en la órbita de la provincia de Buenos Aires (recién al año siguiente se nacionalizaría) en la tarde soleada del lunes 24 de mayo de 1880.
A las 14, 30 comenzó el acto de colación de grados en una sala “colmada por una muchedumbre”, descrita por el biógrafo Jorge Mayer como “vistosa y alegre”.
En un vértice delantero de la sala se ubicaron Alberdi “espigado y macilento”, a su diestra lo hizo Vicente López-(hijo del autor del Himno Nacional) y en el centro el rector Sixto Villegas asistido por Alberto Navarro Viola.
El decano encabezó la ceremonia y Alberdi con su alocución cerró el acto.
Nuestro hombre seguramente habrá recordado sus primeras lecturas en Tucumán, su paso por el Colegio de Ciencias Morales, los dos años en la Academia de Jurisprudencia y el título de abogado que recibió y convalidó en la provincia de Córdoba.
Cabello emblanquecido, aunque abundante -de acuerdo al retrato realizado por José Ignacio García Hamilton-; Alberdi leyó la introducción del trabajo preparado para la ocasión con voz pausada. No se había destacado nunca como orador, mas su tono era conmovido. Algo débil en su estado de salud, le cedió el escrito a Enrique García Merou para que prosiguiera la lectura (*).

Libertad, valor supremo
El opúsculo que se editó poco después como volúmen propio, y a posteriori dentro de las Obras Completas de Alberdi, es una apelación a la libertad individual contra el concepto antiguo de Patria que ya no aplica a una sociedad democrática.
Citando a Fustel De Coulanges, indicaba Alberdi que la Patria para los antiguos (griegos y sobre todo romanos) absorbía todas las energías de las personas; y esa concepción había llegado a nuestras orillas envuelta por un lado en la tradición hispánica, y por otro bajo el signo de la “voluntad general” de Rousseau (que llevada al extremo fue utilizada por Robespierre para imponer el terror). En contraposición, en los países anglosajones se reflejaban las concepciones de Montesquieu, Tocqueville y Adam Smith sobre las libertades políticas, sociales y económicas.
Alberdi sostenía que de acuerdo a la vetusta idea de patriotismo la patria es libre, dado que no depende del extranjero, pero quienes la integran carecen de libertad pues se deben al Estado, y en definitiva al gobierno de turno que lo encarna…»La libertad de la patria puede coexistir con la más grande tiranía en el mismo país…En cambio en América del Norte –continuaba el publicista tucumano- la libertad del pueblo no consiste en ser independiente del extranjero, sino de su gobierno patrio”.
En este punto elogia el “egoísmo bien entendido” (tomado del autor de “La Riqueza de las Naciones”) resumido en que haciendo su propia grandeza particular cada individuo contribuye a labrar la de su país. Y así explicaba (con reminiscencias al escritor de «La Democracia en América») el mecanismo virtuoso de la asociación: “Cuando el pueblo de esas sociedades necesita una obra de público interés, sus hombres se miran unos a otros, se reúnen, discuten, se ponen de acuerdo y obran por sí mismos en la ejecución del trabajo que sus comunes intereses necesitan ver satisfecho».
Es que la omnipotencia de la patria, convertida en omnipotencia del gobierno, es no solamente la negación de la libertad, sino también del progreso. Y ello ocurre porque para llevar a cabo la absorción el Estado engancha en las filas de sus empleados a los individuos que serían más capaces entregados a una actividad productiva (rural o de servicios). De alguna manera, avizoraba que tomado el camino que criticaba “la administración pública se constituye en industria y oficio de vivir para a mitad de los individuos de que se compone la sociedad” lo que deriva en una patriotismo hipócrita dado que «el amor a la Patria es en realidad a la mano que procura el pan de que se vive».
La conclusión es que no hay nada mejor que la libertad de la nación no interfiera con la de los individuos que la integran.
Paradójicamente, quien condenó el patrioterismo fue uno de los mayores exponentes de la argentinidad.

Entretelones impresos
Dos tradicionales diarios argentinos como La Nación y La Prensa cubrieron el evento que apareció publicado en las ediciones del día siguiente.
Aun cuando la primera plana estuvo acaparada ese día por la repatriación de los restos del general José de San Martín -y se destaca la conmemoración del centenario del nacimiento de Bernardino Rivadavia-, la presencia de Alberdi en la Facultad de Derecho tuvo un notable desarrollo con diversas perspectivas.
Para el cronista de La Nación se trató de un acto “agradable y solemne”; en cambio para el de La Prensa fue “demasiado festivo”.
El medio dirigido por Bartolomé Mitre enfatizó que el magnífico Salón de Actos de la Facultad de Derecho fue completamente ocupado por una “selecta concurrencia de damas y caballeros”. Apuntaba que en un extremo se sentaron las autoridades en torno a una mesa cubierta por una carpeta raso punzó, mientras en el lado opuesto se ubicó la tribuna donde se leen las tesis.
Luego subrayaba la calidad del discurso de Augusto Elías -que habló en nombre de los estudiantes- siendo “interrumpido varias veces por los aplausos de los alumnos”. La Prensa puntualizaba que esa alocución duró media hora y el tema fue “Medios de llegar a la verdadera institucionalidad de los pueblos”. A continuación, publicó los nombres de los veinticinco egresados (tres de ellos no asistieron).
El medio fundado por José C Paz coincidía en la numerosa concurrencia de estudiantes de jurisprudencia y varias familias. Y luego trazaba una curiosa comparación considerando “la apertura del acto más digno de la Plaza de la Victoria en noches de fuegos artificiales que de un santuario de la ciencia”.
En cuanto al meollo del discurso de Alberdi, el representante de La Nación desliza que es imposible siquiera emitir un juicio ligero de la obra ya que necesita ser leída y estudiada con atención; mientras La Prensa adelantó que versaba “sobre la patria y la libertad individual”, aunque la extensión del trabajo impidió que Alberdi lo leyera en su totalidad por lo que solo lo hizo con la introducción, continuando con la lectura su amigo García Merou.
Ambos periódicos cerca del final detallaban que al concluir el acto las señoras pasaron a un salón contiguo que encerraba un ambigú.
“Ha sido una fiesta agradable y a la par solemne, digna del alto significado que tiene la recepción del título doctoral de la más eminente de las carreras”, cerraba la nota de La Nación, en tanto su par La Prensa anticipaba que el trabajo de Alberdi iba a ser publicado próximamente como folleto.
Segundo Figarillo
(*). – Además de los autores y periódicos mencionados, también un artículo en el diario El Nacional de 1884 y un artículo de JA García contienen comentarios del evento en cuestión.


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