La mística de la Máquina de Escribir

En esta entrada no se trata de hacer una historia de las máquinas de escribir: Las Underwood, Remington, Olympia, las Olivetti; cada adulto que supera el medio siglo de vida tuvo su experiencia.

Lo que quería rescatar es lo que ha inspirado la máquina de escribir; por un lado con su romanticismo, el sonido, el tac tac incesante, los dedos que hacían hervir las teclas en las viejas redacciones.

En mi caso, llegué a utilizar una máquina de escribir en la adolescencia para un ensayo sobre Juan Bautista Alberdi, otro sobre la Revolución Francesa, escritos judiciales; y en la escuela de periodismo deportivo me tocó como práctica comentar el partido que Argentina le ganó a Grecia en el mundial de EEUU recordado por el grito desaforado de gol de Diego Maradona, y aquel siguiente en el que fue llevado por una enfermera al control antidoping como si fuera al calvario y que terminaría dejando al 10 fuera de ese evento.

Demás está decir lo complicado que eran los textos muy extensos, había que utilizar mecanismos de borrados (liquid paper o con una goma) y nunca quedaba del todo prolijo; y pensándolo desde quien utiliza ya hace décadas los ordenadores lo imposible que era superponer una frase, cambiar el orden; muchas veces había que tirar las hojas y empezar de nuevo.

Sin embargo, como reza el título las máquinas de escribir tenían una mística, un ritmo propio. En el Curso de Desarrollo Docente que hice en la Universidad de Buenos Aires, el trabajo práctico final fue elegir un objeto y darle vida; yo elegí el elemento epicentro de esta viñeta. La representación en el Salón de Actos de la Facultad de Derecho consistió en que los integrantes del grupo repiqueteábamos sobre tres máquinas de escribir, detrás aparecían sobre una pantalla imágenes alegóricas en diversas manifestaciones artísticas.

Una de ellas eran fotos de la película «Todos los Hombres del Presidente» en la que Robert Redford y Dustin Hoffman encarnaban a Bob Woodward y Carl Bernstein; los periodistas del Washington Post que rebelaron el caso Watergete que terminó eyectando a Richard Nixon de la Casa Blanca.

Mientras con una mano atendían el teléfono con otra iban tomando nota, revisaban los artículos, cuando uno escribía el otro iba recogiendo los papeles que salían como horneados de la máquina de escribir del otro. En las redacciones, había que «bajar» de pronto una nota de treinta líneas o cuarenta espacios; siempre contra reloj que avanzaba inexorable hacia el cierre.

Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, todos tenían sus historias con sus primeras máquinas de escribir; o con aquellas con las que realizaron sus obras emblemáticas. Algunos -como el autor de Cien Años de Soledad, o periodistas veteranos- rehuían a adaptarse a las épocas de las computadoras.

Luego llegaron las máquinas eléctricas, una variante en definitiva de las antiguas que permitían escribir con mayor rapidez. En una Smith Corona, García Márquez (su tercera máquina de escribir, pero primera eléctrica) gestó Cien Años de Soledad. «En general -sostenía Gabo en un artículo del diario El País de España- creo que los escritores iniciados en el periodismo conservan para siempre la adicción a la máquina de escribir, mientras quienes no lo fueron permanecen fieles a la buena costumbre escolar de escribir despacio y con buena letra».

El mexicano Juan Viloro, destacó que su compatriota Carlos Fuentes quizá haya sido el primer escritor profesional de México dispuesto a vivir de la máquina de escribir, tecleaba a una velocidad frenética, usando un solo dedo que se le torció como el aguijón de su signo zodiacal, Escorpio».

En tanto Vargas Llosa comentó que sigue escribiendo la primera versión a mano y hace unos años la pasa a un ordenador que de todos modos cumple la función de las antiguas máquinas como instrumento; por ello el autor de Conversación en la Catedral expresaba hace unos años: «Si tengo que morir espero sea sobre una máquina de escribir».

Entre paréntesis, es cierto que muchos autores escribían primero en cuadernos, otros con más práctica lo hacían directamente en las máquinas; en la actualidad parece frecuente que la escritura a mano sea solo un «borrador» para en los teclados modernos hacer los cambios y sustituciones facilitados por la tecnología, salvo la poesía que se sigue escribiendo solo a mano y luego se trascribe.

Publicidades como la que encabeza este artículo, o fotos con flores o palomas junto a las máquinas dejaban traslucir ese halo de romanticismo y creatividad; muchas veces aparecían rodeadas de tazas con café humeante o ceniceros colmados de cigarrillos consumidos y cenizas. Ritos que remiten a épocas lejanas a los tiempos frenéticos del twitter.

Obviamente los medios digitales presentan todas las ventajas y conservan la esencia que en definitiva es la escritura (sea desde una notbook o un teléfono móvil), pero más de una vez la imaginación nos sigue remitiendo a ese sonido de los teclados como si fuera estar tocando en un piano una pieza de música clásica.

La inspiración de la mente y el corazón al teclado

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