Plasmar una novela se parece mucho a correr una maratón. Experiencias y enseñanzas de Murakami.
Hace años le regalé a un amigo, periodista profesional y deportista amateur, un texto que me parecía ideal para unir dos de sus pasiones; él me lo prestó para que tipiara algunas frases -lo que procedí a hacer con la velocidad de un maratonista-, aunque procesarlo para estas páginas se pareció más a una lenta caminata de hormiga.
Precisamente, un hormigueo me recorre el cuerpo cuando vuelvo a recorrer las líneas subrayadas; porque salvando las distancias hay vivencias que las siento reflejadas ahora que intento escribir mi primera novela.
¿De qué hablo cuando hablo de correr? se presenta como un trabajo en el que aprovechando su celebridad como escritor y el habito de corredor de grandes distancias, Haruki Murakami se permite explorar en la conexión entre ambas actividades.
El título del compendio de experiencias del nipón, trae resonancias de aquel de cuentos de Raymond Carver: “¿De qué hablamos cuando hablamos de amor”, y más adelante será complementado por otro fasciculo del propio Murakami: “¿De qué hablo cuando hablo de escribir?
Después de todo: Escribir una obra de ficción ¿no se parece a sortear una carrera cuyo principal obstáculo es el agotamiento y la meta concluir llegar al final lo mejor posible? El texto en cuestión presenta numerosas claves útiles al autor inédito o falto de confianza; para que sumadas a una capacidad sin excesos, algo de suerte y coraje, sean como palancas para emprender una obra literaria.

PARALELOS
I-Competir con uno mismo
Están aquellos a quienes enfrentar a un adversario los tensiona; otros llevan la competencia en la sangre, viven obsesionados por ganarle a ocasionales adversarios.
Murakami dice encontrarse entre los primeros. “Tengo mi orgullo y no me gusta perder. Pero desde antaño nunca he tenido especial interés en competir con los demás. Me interesa más si soy capaz o no de superar ciertos parámetros que doy por buenos. En ese sentido las carreras de fondo encajaban perfectamente con mi mentalidad….Lo mismo cabe decir respecto de mi trabajo. En la profesión de novelista no hay victorias ni derrotas. Tal vez el número de ejemplares vendidos, los premios literarios, lo bueno o malo que sean las críticas constituyan una referencia, pero no los considero una cuestión esencial. Lo importante es si lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado. Frente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez uno pueda explicarse en cierta medida, pero es imposible engañarse a uno mismo. En ese sentido, escribir novelas se parece a correr un maratón”. Es decir, halla la motivación en su interior.
Sea en el ámbito laboral o la vida cotidiana, competir con los demás no es mi ideal de vida –prosigue Murakami-.Tal vez sea una perogrullada, pero el mundo es lo que es porque hay gente de todo tipo. Los demás tienen sus valores y viven conforme a ellos, yo tengo los míos. Que yo sea yo, y no otra persona, es para mi uno de los más preciados bienes; las heridas que recibe el corazón son la contraprestación natural que las personas tienen que pagar al mundo por su independencia.
II.- El ritmo del cuerpo y la escritura
¿Se trata de no parar de correr o escribir hasta que uno está fulminado o se ha quedado sin aliento para retomar “más fresco” al día siguiente?
El autor que reproducimos, por el contrario, prefiere dejar las cosas cuando está en cierto climax para reanudar en otro momento. En las pistas y en el escritorio.
“Cuando siento la necesidad de correr más rápido simplemente incremento la velocidad; si aumento el ritmo acorto el tiempo de carrera así que procuro conservar y aplazar hasta el día siguiente las buenas sensaciones que experimenta mi cuerpo al correr. Idéntico truco utilizo cuando escribo una novela larga: dejo de escribir en el preciso momento en que siento que podría seguir escribiendo. Si lo hago así, al día siguiente me resulta mucho más fácil reanudar la tarea. Ernest Hemingway escribió algo parecido del estilo: “continuar es no romper el ritmo. Para los proyectos a largo plazo es lo más importante. Una vez que ajustas tu ritmo lo demás viene solo”

III. – La edad y las costumbres
El autor de Tokio Blues recuerda que Fedor Dostoievski escribió “Los demonios” y “Los Hermanos Karamasov” en los últimos años de los sesenta que vivió.“He rebasado los 55 años (N de la R: se refería Murakami a la edad cuando escribió el relato que comentamos). De joven me resultaba inconcebible que llegara el siglo XXI y ya superé la cincuentena. Cuando Mike Jagger era joven se jactó de que prefería morir antes que seguir a los cuarenta y pico cantando Satisfaction… lo cierto es que superados los cincuenta siguió cantando Satisfaction. Hay quienes se ríen (del cantante de Rolling Stones), yo no podría porque me pasaba lo mismo”, ironiza el vate nipón. En definitiva, este último busca señalar que cada uno tiene sus tiempos y que los estados de ánímo muchas veces son volubles de acuerdo a las etapas que se atraviesan.
«A los 33 años no podría decirse que fuera un joven, aunque lo fuera ( la edad en que murió Cristo y en la que más o menos comenzó el declive de Scott Fitzgerald), a esa edad comencé mi vida como corredor y, poco después me situé en el verdadero punto de partida como novelista. Empecé a correr cada día desde que tenía 33 años. Graduado en la universidad abrí algo muy parecido a un club de jazz. Pocos creían por mi falta de dotes para los negocios pero ocurre que si fracasaba no habría un después, tuve que dejar la piel. Al aproximarme a la edad en la que ya no se puede decir que uno sea joven, decidí escribir una novela”.
Julio Iglesias cantaba “Treinta y tres años, nada más o media vida”, para Murakami era el momento de empezar.
IV – Un día D
Rara vez se puede precisar con exactitud cuando uno decide destinar gran parte de su tiempo a escribir una novela, porque suele tratarse de una iniciativa envuelta en dudas y nebulosas, idas y vueltas.
Sin embargo, Murakami tiene bien claro ese momentum. «El día en que tomé esa decisión fue aproximadamente a la una y media de la tarde del 1 de abril de 1978. Estaba solo en la grada viendo un partido de béisbol mientras tomaba una cerveza. Hiton superó la primera base. En ese preciso instante me dije: Voy a probar a escribir una novela… recuerdo con nitidez el cielo completamente despejado, el tacto de hierba fresca que acababa de reverdecer y el agradable sonido del bate. En ese instante algo cayó suave y silenciosamente desde el cielo y yo sin duda lo recibí”.
Es de alguna manera un toque «místico» que el autor le da al inicio de su carrera, sea un ejercicio de memoria exacta o una recreación; en lo que sí enfatiza es en la moderada expectativa con la que arrancó: “No aficionaba convertirme en novelista ni nada parecido, Simplemente quería escribir una novela sin mayores pretensiones No tenía ninguna idea concreta sobre lo que podría escribir, mas sentí que en ese momento sería capaz de escribir algo con cierta enjundia». Luego detalla de manera minuciosa que al arribar a su casa, se sentó frente a una mesa, pero resultó que no tenía los elementos adecuados por lo que fue a la librería Kinokuniya y se compró un paquete de folios con cuadrícula y una pluma Sailor .»Eso sucedió en primavera y para otoño ya había terminado de escribir una obra de unas doscientas páginas de unos cuatrocientos caracteres cada una. Cuando puse el punto final me sentí muy bien. Como no sabía a ciencia cierta que hacer con mi obra recién terminada, una especie de ímpetu me llevó a enviarla a un concurso para escritores nóveles que convocaba una revista literaria. Ni siquiera me guardé una copia, por lo que deduzco que no me importaba mucho que, en caso de no pasar la selección, el original acabara perdido en alguna parte».
Más que si aquella obra premiada (luego publicada como «Oíd Cantar al viento») llegaría o no a ver la luz,; Murakami sostiene que le interesaba el hecho de concluirla. «Cuando recibí la comunicación de la revista Gunzo en la que me informaban que mi obra, había sido seleccionada para la fase final me había olvidado del concurso.
Lo que transmite el autor es que sintió el “llamado” (vocación es eso) de escribir una novela, decimos escribir una novela y no convertirse en novelista, porque lo que surge primero es la necesidad de escribir desprendiéndose del “mundo externo” y del resultado. Paradójicamente, quizá sea la mejor manera de conseguir el éxito.
Llegado a este punto, a Murakami le faltaba dar otro paso: Jugarse entero para ser un escritor profesional.
V. Riesgo a plazo fijo
Más allá de las intenciones, aquel premio fue una especie de impulso a seguir. Sin dejar el negocio, el nativo de Kioto emprendió su segunda obra Pinball (1973). “Estuve yendo 3 años al bar y entrada la noche escribía hasta quedarme dormido…El deseo de escribir una novela de mayor calado me perseguía. En cuanto encontraba un hueco en el trabajo fuera una hora o treinta minutos me enfrentaba al papel y cansado como estaba hacía correr por él la pluma como si compitiera contra el tiempo, me costaba mucho concentrarme…”. Entonces resolvió : “Ya que se me ha dado la suerte de escribir una novela, me gustaría echar el resto y escribir aunque fuera solo una que me dejara de veras satisfecho”, su determinación fue cerrar temporalmente el comercio y dedicarse una temporada solo a escribir. Claro que es diferente cuando la persona no es aún adulta (no tanto por lo cronológico, sino por la situación) que cuando ha asumido otro tipo de responsabilidades.
En aquel entonces -contaba Murakami- sus ingresos en el bar eran mayores que los que obtenía como novelista, pero no le quedó más que cerrar un tiempo para intentar cumplir su máximo deseo, a la que la mayoría de su entorno de oponía. «Me aconsejaban ceder la administración a otro mientras me dedicaba a escribir, pero debido a mi carácter, cuando proyecto hacer algo no me quedo satisfecho si no me involucro cien por cien… Le dije a mi mujer: Me gustaría que me dieras un par de años de libertad. Si sale mal, siempre podríamos abrir otro negocio pequeño. Somos jóvenes podemos volver a empezar. De acuerdo dijo ella. Corría 1981 y yo iba a intentarlo todo. Con tranquilidad empecé a escribir una novela larga y en otoño de aquel año viajé a Hokkado durante mas o menos una semana para recopilar información y a mitad del año siguiente había terminado “La caza del carnero salvaje”. Tengo la impresión que volqué en ella hasta las fuerzas que no tenía, sentí que había encontrado mi propio estilo. Empecé a sentir lo maravilloso que era poder sentarme ante la mesa todas las horas que quería sin preocuparme por el tiempo y escribir cada día con concentración. Tuve la impresión de que en mi interior yacía algo parecido a un filón sin explotar y nació en mí la esperanza de que podría seguir adelante como novelista”.

VI Poner el cuerpo:
La preocupación de Murakami pronto pasó a ser como mantener la condición física dada la cantidad de horas que el exigía la literatura. “Empecé a correr todos los días. Correr tenía grandes ventaja. Para empezar, no hacen falta compañeros ni contrincantes. Tampoco se necesita equipamiento y enceres especiales. Con un calzado adecuado y un camino que cumpla las mínimas condiciones, uno puede correr cuando y como le apetezca. Dejar de fumar representaba una especie de ruptura con mi vida anterior. Lo que más feliz me hizo al convertirme en novelista fue poder levantarme y acostarme temprano. Cuando dejé el negocio y comencé mi vida como novelista lo primero que hicimos (mi señora y yo) fue modificar nuestras costumbres; a levantarnos antes de las cinco de la mañana y acostarnos antes de las diez de la noche”.
A partir del cambio de hábito, el creador de puso en marcha una metodología: “En la mañana concentro mi energía y consigo terminar las cosas importantes, en las demás horas hago deporte, despacho las tareas de la vida cotidiana y ventilo asuntos que no necesitan demasiada concentración. Al ponerse el sol escucho música, leo libros, me relajo y acuesto lo antes posible… A excepción de esa época en que se es realmente joven, deben establecerse prioridades”. Lo complicado –reconoce Murakami es no ceder a la tentación de desviarse del sistema.
Por eso – subraya- cuando no le apetece correr, se impone esta meditación: «Llevas una vida de novelista, puedes trabajar desde tu casa ¿No te parece mucha suerte como para no correr una horita por el vecindario”. Y cuando aún luego de esas disquisiciones no quiere arrancar acuden a su mente imágenes de trenes abarrotados, reuniones de empresas. “Entonces, ato los cordones y puedo volver a correr con relativa felicidad… Pienso: “Si ni siquiera hago esto, me caerá un castigo del cielo”.

VII.- La soledad como estimulo :
A Murakami no le molestaba estar solo, es más se alimentaba de la soledad para leer un libro o escuchar música concentrado.
De adulto todo cambió con el fin de la soltería. “Desde que me casé siendo muy joven –apunta- me fui acostumbrando a vivir en compañía de alguien, a socializar; por eso, el simple hecho de correr una hora todos los días, asegurándome un tiempo de silencio solo para mí, se convirtió en un hábito decisivo para mi salud mental”. Claro que ese hábito requiere un compromiso para no desbarrancarse. A propósito, Murakami cita un cartel instalado en el gimnasio de Tokio que reza: “El músculo se adquiere con dificultad y se pierde con facilidad, la grasa se adquiere con facilidad y se pierde con dificultad”.
Ello se denota previo a correr una maratón “No descansar dos días seguidos, aunque el tiempo total dedicado al entrenamiento disminuya, es la regla básica durante la fase de la preparación”.
En el caso de Murakami, más que para incentivar la imaginación, el correr oficia como una descarga. «Corro en el vacío, a veces tengo pensamientos esporádicos», al mismo tiempo le sirve como catalizador de críticas a su oficio que entiende infundadas frente a lo cual reacciona corriendo más que de costumbre quedando cerca del agotamiento y tomando conciencia de sus limitaciones. “Cuando me enfado oriento ese enfado hacia mí. Me esfuerzo en tragar todo en silencio para liberarlo con mis novelas».

VIII. -¿Cuánto talento hace falta?
Ante el inveterado interrogante de cuanto pesa el talento y el trabajo en un artista -que suele traducirse en la fórmula; Escritor: ¿Se nace o se hace?- Murakami cree que lo primero es una premisa. “Por más bueno que sea el coche, si no tiene una gota de combustible, no arranca”., pero con los talentosos –observa el escritor japonés- ocurre en la mayoría de los casos, que «quienes lo poseen no son capaces de controlar bien ni su cantidad ni su calidad”. En otras palabras, sería que dejan pasar el tiempo, se confían en recuperarlo («las vidas de Schubert o Mozart,, Shakespeare o Balzac, no sirven como referencia», aclara , seguramente por tratarse de genios).
Ese talento natural -insiste el consagrado novelista- es como estar dotado de alas para volar, pero con los años cuesta mantenerlo (como la velocidad de lanzamiento de un pitcher). ..Juega entonces la experiencia, la madurez para compensar el paso del tiempo.
Ahora bien, ¿puede suplirse el talento? «La capacidad de concentración si se la usa con eficacia puede en cierta medida suplir las carencias y desequilibrios del talento», no hesita Murakami, y añade que «los escritores que carecen de mucho talento tienen que ir ganando fuerza muscular desde jóvenes, alimentar la concentración y la constancia. A veces ocurre que cuando cavan a pico y pala, a costa de empeño y sudores, se topan con esa veta de agua que yacía dormida en lo más profundo del subsuelo”. Como decir que del trabajo emerge ese talento escondido. Lo que nos viene a advertir Murakami es que a diferencia del talento (en lo que Dios repartió de manera distinta los dones, podríamos apuntar como una especie de parábola) la concentración y la constancia se pueden adquirir (en esto el reparto en lo potencial fue relativamente equitativo).
Quizá recibir demasiado talento puede ser un gambito divino, si viene junto con la pereza, o la inconsistencia. Murakami recurre a una cita del maratonista Toshihiko Seko: ¿no hay días en que preferiría tirarse a descansar? “¿Que estupidez es esa?”, me respondió… Sabía que la pregunta era una estupidez, pero quería escuchar la respuesta de su boca».

IX. – Concentración- constancia- intensidad:
He aquí de alguna manera el meollo del libro en relación que tiene de atlético el arte de escribir. “Lo que se sobre escritura lo he aprendido corriendo por la calle. ¿En qué medida y hasta cuanto debo esforzarme?… Escribir es tal vez una labor intelectual, pero cuando se trata de una novela larga llegar al final se parece más a un trabajo físico, pues la actividad en el interior del escritor es frenética, y aunque la mente piensa, se utiliza la capacidad física».
También hace referencia a su metodología frente al “papel en blanco”: “Por lo general trabajo tres o cuatro horas a la mañana. Me siento frente al escritorio, dirijo mi atención únicamente a lo que escribo. No pienso en nada más. No miro nada más. Después de la concentración es imprescindible la constancia. Aunque uno pueda escribir con concentración, si no puede mantener ese ritmo durante una semana porque acaba extenuado jamás podrá escribir una obra larga”. En su caso no piensa para volcar a posteriori las cosas por escrito, sino mientras va elaborando textos. “Doy forma a mis pensamientos a través de la escritura”.
Es en esos dos atributos (concentración y constancia) quizá aparezca el mayor puente de unión entre el entrenamiento del novelista y el maratonista: “Si todos los días te sientas a escribir es parecido al adiestramiento muscular. Raymond Chandler decía: «Aunque no tenga nada que escribir, siempre me siento unas cuantas horas del día ante mi mesa solo para concentrarme”.

X. Dolor- tristeza- vencer a la muerte
Pain is inevitable. Suffering is optional (“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”), encabeza Murakami uno de los capítulos. Es que toda obra literaria en su recorrido está sujeta a momentos de dolor, y se presentan etapas dentro de la maratón que también ponen a prueba al corredor.
Escribir tiene una parte tóxica, los espíritus insanos necesitan cuerpos sanos, llevar a cabo la tarea de una novela es enfrentarse a escarpadas montañas y escalar paredes de roca para tras una larga y encarnizada lucha alcanzar la cima… Superarse a uno mismo o perder, siempre que escribo una novela larga tengo esa imagen grabada en mi mente.
Asimismo, a veces ocurre lo que Murakami caracterizó como Runner´s blue (la tristeza del corredor), momentos que atraviesa un matrimonio, o individualmente un maratonista o el escritor de “falta de motivación” consistentes en una especie de vacío provocado por la rutina, tras concluir un libro o concluir la carrera,. Es entonces cuando uno tiene que conectarse con su interior, a veces descansar, otras modificar o ajustar los comportamientos; para cmo expresa el autor que seguimos»no buscar extender los días, sino vivirlos a pleno».
Podemos ir cerrando el círculo con dos conclusiones: Correr es una manera de atenuar aquello de que todos los escritores tienen de locos un poco; y que en definitiva: la verdadera derrota,si ocurre, es con uno mismo.
A lo largo de ¿Qué hablamos cuando hablamos de Correr?, el autor también vuelca algunas referencias sobre sus gustos que lo acompañaron como lector, o música que sintoniza en los auriculares durante sus sesiones de footing. El poema «Otoño en Nueva York» de Vernon Duke; temas de Lovin Spoonful, de los Stones, o Reptil, el instrumental de Eric Clapton.
Es hora de cerrar este artículo sobre el libro de Murakami. Ahora, quien firma estas líneas se va a correr un rato; para volver a escribir seguramente sobre otra cosa; tal vez, a continuar con su incipiente novela.
