A 20 años: Cuando la Argentina incendiada tocó el abismo

EN PRIMERA PERSONA. – Hoy se cumplen dos décadas de la caída del gobierno de Fernando De la Rúa, en medio del caos, la crisis económica; así como manifestaciones y saqueos; muchos de ellos incitados por funcionarios públicos y punteros políticos.

Fue uno de los hechos más impactantes que me tocó cubrir como periodista. Quedé «atrapado» en la explanada de la Casa Rosada del lado de adentro del vallado. Temí por mi vida, pero a la vez no quería dejar de observar los acontecimientos. Recuerdo que llegué exhausto a la mesa de la corresponsalía del diario donde trabajaba y escribí una crónica cargada de adrenalina.

En un aniversario como este, me pidieron que refleje aquel momento en una nota que pude rescatar de las cenizas y que reproduzco con la firma que utilizo en este portal. Decía así:

Escenario dantesco, En parte un alzamiento popular, en otras grupos violentos organizados.

EN EL ABISMO: INFIERNO FRENTE A LA CASA ROSADA

Con la categoría de “testigo privilegiado” que brinda el oficio periodístico, a quien escribe estas líneas le tocó estar en el epicentro de una jornada dramática, cuando el país parecía disolverse.

Pasado el mediodía del fatídico 20 de diciembre del 2001, las informaciones eran devastadoras: durante la jornada anterior habían proliferado los cacerolazos (modalidad de protesta que explotó contra el “corralito” y se prolongaría varios meses), los saqueos se extendían en el conurbano (quienes recordaban los acontecimientos de ese tipo ocurridos al final del gobierno de Raúl Alfonsín encontraban una referencia no tan lejana), ya se hablaba de víctimas en refriegas con la policía montada en Plaza de Mayo. Por entonces la corresponsalía del diario tenía sus oficinas a pocas cuadras de aquel lugar histórico; había que apurar los pasos para contar lo que acontecía alrededor de la Casa de Gobierno. En un santiamén este cronista estaba en la explanada donde nace la calle Rivadavia, en una de las esquinas de la Casa Rosada.

En principio, la idea era alternar entre conseguir datos sobre lo que sucedía arriba, en la cocina del gobierno –o lo que quedaba de él–, y abajo en el asfalto. Lo primero se tornó imposible, se prohibió el acceso a toda persona que no había ingresado al comenzar la tarde.

Con un anotador y una birome, estas manos comenzaron a registrar el reflejo de mi vista y mis oídos. Los gritos eran del estilo de “Váyanse”, “la patria unida jamás será vencida”; ríos de gente confluían, algunos con sus transistores, otros con banderas de agrupaciones y movimientos barriales. Al rato pareció evidente que muchos manifestantes eran “arriados” por instrucciones “desde afuera”. Se los conoce como punteros y operadores. Los forcejeos (que incluían golpes y escupitajos) con personal de seguridad llegaban al borde de la Casa de Gobierno, la respiración se angostaba, el miedo ganaba a quienes no tenían “partido tomado”; mantener la integridad física era la consigna.

Cerca de las siete de la tarde el objetivo pasó a ser transcribir los hechos en una nota; un grupete de personas esperaba que un locutor pronunciara la palabra “renuncia”, querían retirarse con el presidente cargado en la mochila. Caminando raudamente desde el Bajo por la Avenida Belgrano, de regreso a la redacción, me topé con un colectivo envuelto en llamas que comenzó a dar vueltas como un trompo. El común de los mortales buscaba llegar cuanto antes a refugiarse a su hogar, al caer las sombras era casi imposible hallar un taxi en la ciudad. Seguramente en ese instante una imagen ocupó la mente de cada cual. En lo particular fue la de otra cobertura, dos años atrás –cerca de la Pirámide–: Fernando de la Rúa y “Chacho” Álvarez saludando desde el balcón; y dos meses antes observar en los pasillos de la Rosada la figura de un jefe de Estado deglutido, un espectro.

Frente a la computadora, escribí: “Viaje desde aquella esperanza a este vacío”. La especulación acerca de si hubo una especie de “golpe civil” fogoneado desde la provincia de Buenos Aires seguirá siendo pieza de elucubración por muchos años. La palabra futuro pareció borrarse del mapa, parte de los sueldos y alquileres venían envueltos en nombres raros: Lecops, Patacones.

Desde comienzos de mes no se podía extraer en efectivo más de 250 pesos/dólares por individuo; pese a los rumores que se multiplicaban, muchos ahorristas habían dejado sus ahorros depositados. ¿Podrían quitarles todo en el país de Dios?, ¿acaso Dios no era argentino?, familias enteras emigraban. En medio de la desgracia y la desazón, un eslabón se preservó de las brasas: se salvó la democracia…. Y quedó la sensación que si no se perdió entonces: Nunca más.

Segundo Figarillo

El ex presidente en las horas finales en su despacho
De la Rúa se retira en helicóptero de la Casa de Gobierno

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