Vídeo de Acreditado sobre un semblante de la trayectoria de Ignacio Ezcurra, realizado en el Museo Pueyrredón
En su máquina de escribir quedó mecanografiada la introducción a un artículo que jamás sería continuado: «Saigón, 8 de mayo. Correrá mucha sangre en mayo…». Ese único renglón llegó a tipear Ignacio Ezcurra, periodista de vocación, quien un par de días después, con 28 años, perdió la vida cubriendo la guerra de Vietnam como corresponsal del diario La Nación. Corría 1968.
La hoja fue encontrada por un colega suyo de France Press. La destacada cronista italiana Oriana Fallaci, quien estaba allí por el medio L Europeo -y había conocido a Ezcurra en Buenos Aires- dijo que esa habitación del hotel Eden Roc era la de alguien que «ha salido apresuradamente para volver enseguida». Sobre la cama había una máquina eléctrica de afeitar; en el ropero su uniforme militar de corresponsal, las luces estaban encendidas y el ventilador en funcionamiento.
Quienes lo vieron salir -coinciden varios testimonios de la época- deslizaron que Ezcurra se subió al jeep con un par de periodistas estadounidenses de Associated Press y otro de Newsweek para dar una vuelta por Saigón.
La angustia comenzó a crecer. «No fue hallado nuestro corresponsal de guerra», tituló La Nación del lunes 13 de mayo y un dato relevante era que había quedado en comer con un asistente especial del embajador norteamericano Ellsworth Bunker. La misma Fallaci -quien seguía los acontecimientos- expresó: «Ignacio es un hombre demasiado educado para olvidar una invitación a cenar».

Al día siguiente se supo que un free lance japonés había fotografiado dos cadáveres en Cholón, uno de los cuales coincidía con todas las características físicas y del tipo de vestimenta de Ignacio Ezcurra. Otra vez Fallaci, dijo que no le quedaban dudas. «Le dispararon por la nuca», aseveró. Nunca se encontraron los restos mortales, pese a las varias gestiones -de sus familiares y del gobierno argentino de entonces- realizadas en el terreno.
Dos muy buenos trabajos con lecturas antagónicas sobre lo que pudo haber pasado son el de José Ignacio Escribano (ex secretario y subdirector de La Nación, algo así como la memoria vida del diario fundado por Bartolomé Mitre): «Relato de una vida que honra el periodismo más sublime» y «Crónicas Bajo Fuego» de la revista Sudestada.
N De R: En realidad tenía una visión crítica tanto del papel jugado por la URSS como por EE.UU, imposible saber si hasta el punto de ser pasible de la enemistad o desdén de algún representante de esos países, cuestión sobre la cual solo existen meras especulaciones.

Entre las balas
«Quiero ir a Vietnam, ver lo que pasa, porque ahí hay algo que no es lo que dicen. Quiero ir y traer la verdad», le confesó Ignacio a su madre. Y de a poco, menos por convicción que por insistencia, le fue ganando la pulseada a editores, amigos y familiares, y armó la valija para partir rumbo a Saigón como enviado especial del diario La Nación.
En la crónica publicada el 9 de mayo, y que sería la ultima -recuerda Escribano-, Ignacio anota que «han visto desde el aire (junto a otros corresponsales) camiones y topadoras rusas capturadas intactas sobre un valle al que han dejado como paisaje lunar las descargas reiteradas de hasta 30 toneladas de bombas de los B 52 de la aviación norteamericana…Oye el ladrido seco del AK 47, el fusil automático chino. A su lado, dos artilleros ametrallan bultos sospechosos «sin dejar de mascar chicles… Es la guerra, es la vida con algo de tics de todos los días».
¿De qué se trataba esa guerra en el sudeste asiático? Contaba el cronista: «Los rusos y los chinos proveían de armas y suministros de todo tipo a las fuerzas del régimen de Ho Chi Minh, héroe nacional de la pasada lucha contra el colonialismo francés. Enfrente, los Estados Unidos y unos pocos aliados, que ardían en la escalada agotadora de asistir a Vietnam del Sur, con gobiernos corruptos, y más incompetentes para la guerra y menos preparados para bastarse a sí mismos que sus enemigos de Hanoi».
En aquella crónica hay detalles de lo espeluznante de ese enfrentamiento bélico, de los cuales los seres humanos lamentablemente siguieron siendo protagonistas y testigos.
Escribano también subraya el modo en que el hombre central de esta nota contaba el contexto: Contabiliza árboles en los bordes de la montaña y descubre plantaciones de maíz, de mandioca y bananas que se extienden por la vega. «Los soldados llevan un rancho de latas verdes con galletitas, chocolates, dulce, pavo, sopa; quienes cargan con una radio procuran disimularla: «Siempre empiezan con nosotros», dice con sequedad un soldado experimentado en la lógica e importancia de las comunicaciones en la guerra».

Periodista de alma
Según el informe de Sudestada, en el 66 Ezcurra había pedido seguir la ruta del Che Guevara (de quien era familiar por el lado de su esposa); pero le fue negado, entonces esperó el momento para otra misión. Sería Vietnam.
Casado con Inés Lynch, al momento de partir hacia Saigón tenía una hija de dos años Encarnación (luego destacada periodista) y un hijo en camino (a quien la esposa le puso Juan Ignacio.
Su madre era accionista de La Nación e Ignacio comenzó en la sección de Avisos Clasificados del diario, pero pronto manifestó su vocación periodística. «Le gustaba escribir descalzo, de noche y estallaba en un aplauso cuando encontraba el adjetivo justo al final de la nota», esboza Sudestada. «Había nacido con el don para el oficio que había pulido en su paso por la Universidad de Columbia, en Estados Unidos», recuerda Escribano.
Volviendo a su trabajo en la redacción, en la que ya escribía artículos de interés, a Ignacio Ezcurra le prendió más la idea del periodista yendo al lugar de los hechos y emprendió un viaje de mochilero por la Patagonia así como por diversos lugares de Latinomérica (en moto o a dedo) escribiendo crónicas para diversas revistas (como Atlántida, Vea y Lea o la del Automóvil Club) en los cuales manifestó sus preocupaciones sociales y la salida que veía en la diversificación productiva de los diferentes países de la región como Perú o Brasil.

En el país del Norte consiguió realizar un informe sobre la discriminación racial y los diversos movimientos en por los Derechos Sociales (de los pacifistas a los violentos) entrevistando a Luther King y a Malcolm X. También consiguió la voz de la política norteamericana sobre la cuestión cuando conversó mano amano con el demócrata Bob Kennedy.

«Hoy estamos perdiendo dos guerras, la doméstica, y esa otra desgraciada, injusta, trágica y sin sentido de Vietnam. Yo seguiré luchando, creo que el problema racial puede ser resuelto. Tenemos los recursos necesarios. Hasta pronto, lo vuelvo a ver en Buenos Aires. Es la capital, ¿no?», duda ante el grabador del cronista, Martin Luther King», fue la parte de aquel reportaje reproducida por Sudestada.
Pero King no vendría a la Argentina, poco tiempo después (4/4/68) sería asesinado, y al mes siguiente Ezcurra fusilado.
Un triste final al que solo alivia la memoria.

En 2018, poco después de cumplirse medio siglo del fallecimiento de Ignacio Ezcurra, en el Museo Pueyrredón se realizó una muestra con sus materiales de trabajo y videos.

Parte de ese material queda registrado en esta nota como homenaje a un periodista que vivió la profesión hasta el final.
