Sí, si… se trata del mismo Manuel Belgrano que fue vocal de la Primera Junta surgida de la Revolución de Mayo y creador de la bandera argentina; el que a fines del siglo XVIII al asumir en el Consulado -todavía perteneciente al Virreinato del Río de la Plata- enunció algunos principios rectores del progreso que en su cosmovisión era el camino a la felicidad de la población de un territorio como el nuestro.
Aterrado por la miseria que observaba en algunas regiones de Buenos Aires, quien sería uno de los próceres indiscutidos de la argentinidad señalaba que la desocupación y la holgazanería había que evitarla en hombres mujeres y niños, dándoles las herramientas para el trabajo.
«Nadie duda que un estado que posea con la mayor perfección el cultivo de su terreno, en el que las artes se hallen en manos de hombres industriosos con principios y en el que el comercio por consiguiente se haga con frutos y géneros suyos, sea el verdadero País de la felicidad, pues en el se encontrará la verdadera riqueza, será bien poblado, tendrá los medios de subsistencia y aun otros que le servirán de pura comodidad«. Así comenzaba el discurso que Belgrano leyó en junio de 1796 en carácter de secretario del flamante Consulado de Buenos Aires.
Cabe señalar que la concepción del prócer se enmarca en un momento en que estaba en auge la escuela fisiocrática que situaba a la agricultura en el centro de la economía, liberada del intervencionismo estatal. A la producción de la materia prima continuarían las etapas de la industrialización y la comercialización unidas al conocimiento.
¿Porqué el conocimiento era para Belgrano esencial en agricultura, y a posteriori en toda la cadena productiva, en este caso alimentaria?
Ello se debe -explicaba en su exposición- a que para dedicarse al cultivo y producción agrícola es necesario querer, poder y saber . El primer paso entonces era poner en marcha una Escuela práctica de Agricultura donde se enseñen los principios de la actividad, los nuevos cultivos, distintas clases de semillas, los injertos o combinaciones; también que se elaboren pensamientos útiles, y se establezcan constantemente premios para quienes alcancen mejores resultados o innovaciones.
Obviamente con el transcurso del tiempo se produjo un espectacular salto tecnológico; sin embargo -como se advertirá- la esencia del mensaje está vigente como entonces.
A través del texto publicado en las Memorias del prócer, sigamos las ideas del letrado formado en la Universidad de Salamanca (muchas de ellas inspiradas en dos autores hispanos: Jovellanos y Campomanes), quien también ofició como director y articulista de los periódicos Telégrafo Mercantil y Correo de Comercio (en este mismo portal se le dedicó un artículo al Belgrano periodista).

Si bien en principio lo conveniente era aplicar las reglas del laissez faire, laissez passer propios de la economía de mercado («la pronta y fácil venta se podrá verificar siempre que la extracción de los frutos sea libre y el labrador pueda vender a donde quiera y al precio que pueda»), también -subraya Belgrano- era necesario que el gobierno mediante la educación gratuita en todas las áreas conceda las herramientas para el progreso y contribuya alentando la producción.
En tal sentido, el a posteriori creador de la bandera argentina, afirmaba: «¿Qué más digno objeto de la atención del hombre que la felicidad de sus semejantes? Esta se adquiere en un país cuando se atiende a sus circunstancias y se examinan bien los medios de hacerlo prosperar».

Planes educativos, no asistenciales
Por ello, además de la mencionada escuela agraria Belgrano sostenía que era fundamental implementar una Escuela de Dibujo (considerando esta actividad como «alma de las artes») por la influencia que tenía en numerosos rubros como la geometría o el diseño; una Escuela de Comercio (porque «la ciencia del comercio no se limita a comprar por diez y vender por veinte, asimismo requiere conocimientos de contabilidad. geografía, reglas de de navegación mercantil, de los seguros, etc») y otra de Náutica para instruirse en lanchas y embarcaciones como las que viajaban a Europa.
Otra cuestión avanzada para la época es que Belgrano instaba a las mujeres a emplearse en las mismas labores, para que inculcado en ellas el amor al trabajo evitar que las jóvenes vaguen ociosas, pudiendo en lo concreto ayudar a los padres y tener su propio sustento.
También proponía establecer Escuelas de halazas de lanas para gente pobre y niños, como instrumentos para remediar la indigencia de ambos sexos, esos trabajos se les podrían dar a todos los niños en la escuela fijándoles un arancel y a los que no pudieran salir de la casa flanqueando la lana y utencillos para su hilado.
Esto último quizá pueda ser rechazado por tratarse de trabajo infantil, pero a lo que temía Belgrano era a la miseria (además insistía en no abandonar el sistema educativo) y lo explicitaba así en el discurso: «He visto con dolor, sin salir de esta Capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se vé otra cosa que la miseria y la desnudez, una infinidad de familias que solo deben su subsistencia a la feracidad del país que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es la abundancia y apenas se encuentra algunas personas destinadas a un oficio útil o experta en arte… Esos miserables Panchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad…La lana, un bien abundante en esta país, el algodón en Chaco y otras infinitas materias primas pueden proporcionar mil medios de subsistencia a esas infinitas gentes que acostumbrados en su niñez a la ociosidad les es muy penoso el trabajo en la edad adulta y resultan salteadores o mendigos, estados deplorables que podrían evitarse si se les diese auxilio desde la infancia proporcionándoles una regular educación que es el principio de donde resultan los bienes o los males de la sociedad».
Dado su cargo y para garantizar los recursos, el futuro héroe de las batallas de Salta y Tucumán era por entonces un férreo crítico del contrabando.
Belgrano remitía en su relato a los tiempos en que en los pueblos agrarios «cada individuo cultivaba una porción de tierra«, así «han sido poderosos, sanos, ricos, sabios y felices mientras conservaron la noble simplicidad de costumbres que procede de una vida ocupada, que en verdad preserva de todos los vicios y males». En este punto, parece inclinarse por la multiplicación de pequeñas superficies, tal como décadas después se expedirá Domingo Faustino Sarmiento.
Una frase del personaje al que se dedica esta nota puede parecer fría, pero no deja de ser de realista. «El interés es el único móvil del Corazón del hombre y bien manejado puede proporcionar infinitas utilidades». Se refería a los premios y al incremento de las ventas. Y a que mayor sea el desarrollo, el corazón late mejor.
Pensar que se trata de la persona que en las luchas por la independencia de nuestro país dejaría todo para luchar por la Independencia haciéndose cargo del Ejército del Norte.
En definitiva, como insinúa Belgrano, la gran riqueza natural de la Argentina paradójicamente puede ser su peor enemiga si no se da con las políticas y costumbres tendientes a poder usufructuarla.

Figarillo II