Desde que Roger Federer oficializó su retiro como jugador de tenis profesional (el 15 de septiembre pasado) hasta su «último acto» (un partido de dobles junto a Rafa Nadal en la Laver Cup), fueron días de vértigo y nostalgia.
Cada aficionado vive este tiempo a su manera; al autor de estas líneas le vino a mientes un texto en el que se preguntaba como superaría el planeta tenis el síndrome «abstinencia de Federer» cuando su magia ya no esté presente sobre los courts.
Enseguida se encontró con que el helvético más famoso trascendía la órbita de las raquetas, sus ondas se habían transmitido al punto que grandes literatos quedaban deslumbrados por Fed Express, mientras otros se «rendían» tras renegar de idealizar a un deportista.

Experiencia religiosa
Un precursor fue David Foster Wallace (figura de la nueva narrativa norteamericana de trágico final) con un artículo publicado en The New York Times en el que acuñó el término “Momentos Federer”, a los cuales definía así: «Se trata de una serie de ocasiones en que estás viendo jugar al joven suizo y se te queda la boca abierta, y se te abren los ojos como platos… Los Momentos Federer resultan más intensos si has jugado al tenis como para entender la imposibilidad de lo que acabas de verle hacer».
En «Federer en cuerpo y en lo otro» (incluído en el opúsculo El tenis como experiencia religiosa editado por Random House) Foster Walace situaba al personaje central de esta nota dentro de la serie de deportistas sobrenaturales (como Michael Jordan o Muhammad Ali) que «parecen exentos, al menos en parte, de ciertas reglas de la física…Una categoría que se puede denominar, genio, mutante o avatar. Nunca verás que le falte tiempo ni equilibrio. La pelota que se acerca a él, queda suspendida en el aire una fracción de segundo más de lo que debería, como si fuera susceptible a la voluntad del suizo, es toda una verdad metafísica«. Y agregaba con tinte poético: «Ataviado de la ropa blanca que a Wimbledon le gusta mantener como requisito, (Roger) parece una criatura cuyo cuerpo es al mismo tiempo carne y de alguna manera, luz». A Rafa Nadal, lo describía en contraste por su fisonomía como un «Hércules».

Foster Wallace -buen tenista aficionado- había quedado sorprendido por una final del USOpen que vio por televisión entre Federer y André Agassi (*) por lo que concurrió a cubrir como free lance la final de Wimbledon 2006 entre su héroe y Nadal, a la que dedicó una extensa crónica, eje justamente del libro citado.
En la misma asimilaba el juego de Federer a la perfección técnica: «Su servicio tiene una velocidad y colocación sin parangón. El drive es un latigazo fluido, y el revés que lleva a cabo con una sola mano lo puede hacer plano, darle efecto liftado, cortado, tan seco que la pelota traza filigranas en el aire. Su servicio tiene una velocidad de categoría mundial y niveles de colocación y variedad a los que nadie se acerca; el movimiento del saque es ligero y sin excentricidades, inconfundible … Su anticipación y sentido de la pista son sobrenaturales y su juego de pies es el mejor del mundo”.
(*) N de la R: En un intenso párrafo Foster Wallace describió la respuesta de Federer a un tiro del Kid de Las Vegas como una escena de Matrix. Varios años atrás, FW había cubierto el USOpen (para la revista Tennis) ponderando el estilo de Pete Sampras, su flexibilidad y semblante, le puso el mote de ateniense en una comparación con Pilippoussis, a quien calificó de espartano (el relato figura en la primera parte bajo el acápite : Democracia y Comercio en el Open de Estados Unidos).

Asombro, envidia, admiración, alegría
En un intercambio epistolar -incluido en el libro Aquí y Ahora (2014, editorial Anagrama)- entre los consagrados Paul Auster y John Coetzee, éste último le comentaba a aquel que no solía «perder el tiempo» viendo deportes por TV con la excepción de Roger. «Examino y repaso en mi memoria esos momentos: Federer por ejemplo haciendo una volea cruzada de revés, y me pregunto ¿es únicamente la estética lo que da vida a esos momentos para mi»? (otra vez aparece la palabra momentos, como queriendo fijar en la mente instancias sublimes del orfebre con las Wilson como herramienta)
Luego Coetzee, premio Nobel de Literatura, imaginaba que habría ocurrido si él hubiera dedicado la adolescencia a practicar golpes de revés, en lugar de lo que hizo; y concluía ese juego comparativo confesando que jamás habría podido ejecutar semejantes golpes bajo el estrés de la competición. “Acabo de ver algo que viene a ser el ideal humano materializado«, subrayaba, como «una obra de arte» en el sentido de percibir a la realización fuera de su alcance.
«Lo que quiero reflejar -continuaba el autor de Verano-es como la envidia levanta primero la cabeza, y luego es sofocada. Uno empieza envidiando a Federer, de ahí pasa a admirarlo y por fin termina ni envidiándolo, ni admirándolo, sino exaltado ante la revelación de lo que puede hacer un ser humano, o por lo menos alguien como uno».
Auster, asentía: “Coincido con la exaltación de ver a Roger en sus días de gloria”. El autor de Diario de Invierno, decía sentir estupor ante un humano capaz de hacer cosas parecidas a realizar milagros, en este caso en el tenis -como pasa en la música, la poesía y la ciencia-; la envidia y admiración se funden en un sentimiento de abrumadora alegría”.
El narrador nacido en New Yersey, le manifestaba a su interlocutor epistolar, que ser testigo de ese tipo de acontecimientos le produce quedar algo así como reconciliado con la especie humana.
En definitiva, lo que ambos novelistas deslizaban es que hay deportistas -y artistas en general- a quienes uno presume que con mucho esfuerzo, dedicación y ciertas condiciones se pueden llegar a emular, mas otros se hallan en un nivel que parece surrealista, inalcanzable.

Inspiración – legado
En entrevista del propio Foster Wallace a su ídolo, sobre características de juego, Roger sin falsa modestia respondió que cada aficionado tiene una «idea básica» sobre el jugador al que mira: «En (John) Mc. Enroe uno veía el tacto, el talento increíble; en (Boris) Becker la potencia; cuando me ves jugar a mí observas a un tenista que juega bonito, hay otros que se destacan por un golpe en especial, o por la rapidez».
En nota al margen, F.W -tras una jugada del genio- recurría a una figura literaria: “Es Mozart y Metallica al mismo tiempo, y esa armonía resulta exquisita… Federer está demostrando que la velocidad y la fuerza del tenis profesional de hoy en día son simplemente el esqueleto, no su carne”.
En el libro «Sin Red» (sobre Federer y Nadal) el periodista Sebastián Fest reproduce como Federer recibió los mencionados elogios de Foster Wallace: “Se han escrito algunas piezas increíbles sobre mi, sobre el tenis y sobre otros jugadores. Es interesante leerlas, aunque sean un poco exageradas. Cada uno puede juzgarlas como le parezca “.
En el cierre del opúsculo, FW especulaba sobre lo que podría representar Roger para los jóvenes. Y se respondía: “La genialidad es imposible de reproducir, la inspiración sin embargo es contagiosa y multiforme».
Foster Wallace, que se consagró con la obra La Broma Infinita se suicidó en 2008 producto de una depresión, quiso inmortalizar lo que le suscitaba el juego de Federer, y con ese texto-aunque no sea consuelo- se inmortalizó.
C.R

YA NADA SERÁ LO MISMO
Las palabras de despedida de Rafael Nadal después del evento exhibición que compartieron en Londres (la Laver Cup) seguirán conmoviendo: «Con el adiós de Roger, una parte de mí vida se ha ido con él». Quizá evocando al competidor con el que marcaron toda una era en el tenis, el manacorí ve un desenlace de su carrera no tan lejano; también expuso el valor de como una amistad, la admiración y el respeto tienen lugar aún en el nivel más alto de la competencia.
Pete Sampras (quien tenía el record de 14 Grand Slam hasta que lo superó Federer) sostenía que de no haber tenido a Agassi (Su eterno rival) del otro lado de la red, no hubiera llegado tan alto. «André de alguna manera sacó lo mejor de mí», espeto Pistol Pete.
Otro aspecto que hizo al éxito del de Basilea, y que ya estaba desglosado en los apuntes de Foster Wallace fue el papel de Mirka, la esposa de Roger, matrimonio forjado en el compromiso y la confianza, familia a la que se sumaron dos parejas de mellizos; no menos cierta es la influencia en Roger de sus padres así como de los diversos entrenadores (uno de sus primeros, el mentor, falleció); pero sería irnos al plano de la biografía.

También en la Laver Cup (23 al 25 de septiembre) estuvo Novak Djokovic, quien podría superar en números de Majors al dúo Ro-Ra. Pero las comparaciones o son odiosas o un pasatiempo, difícilmente sean justas.
En las estadísticas, Roger (41 años) quedó abajo en el head to head ante Nadal (36) y Djokovic (35) y en otras mediciones, pero aún conserva varios récords: es quien más veces campeonó en Wimbledon (8 títulos) o el que en más ocasiones lo hizo en el USOpen entre los big 3 (5 títulos, al igual que Jimmy Connors y Sampras); y 6 ATP FInals (torneo de Maestros). También el que más semanas seguidas se instaló como N 1 del mundo.
Pero no es este ítem el que nos convocó en esta oportunidad, sino las letras que Roger Federer dejó inscriptas para siempre.
